La vieja idea de destruir el sistema desde dentro podría ser un plan de Greta Gerwig, una cineasta que empezó deslumbrando con Lady Bird (2017), luego entró a la adaptación literaria a través de Mujercitas (2019) y ahora hace Barbie (2023), una película sobre un juguete. Es decir, un producto sobre otro producto. Más mercantilismo que eso no se encuentra, a menos que haya segundas intenciones. Gerwig, que participaba en los guiones de las películas en las que actuaba antes que empezara a dirigir, las tiene de sobra.
Para esto cuenta con el apoyo de la compañía dueña de la marca y las muñecas Barbie, y hasta ahora el negocio del filme está resultando redondo. Pero, ¿qué es lo que la directora y su co-guionista (y esposo) Noah Baumbach desean decirnos? ¿Acaso que el feminismo es el siguiente estadio evolutivo de las muñequitas de piernas largas y anatomía imposible? ¿Qué los juguetes tienen corazón? Para nada. Lo primero es sibilino y medio suicida para una película co-producida por Mattel. Lo segundo lo hizo seguramente mucho mejor Toy Story.
Más bien la apuesta es desarrollar una buena comedia para grandes y chicos valiéndose de las reglas del clásico juego artesanal hollywoodense con guiones chispeantes, escenografías colorinches y vestuarios inmaculados. Años 50 en plena acción.
Barbie es la coartada ideal para ello. De paso, entre escena y escena, de baile en baile, siempre hay espacio para un gag que se ríe una vez más de la estupidez masculina en masa, de los modelos de rol imperantes y hasta de El Padrino, Sylvester Stallone y los cowboys, ítems sagrados del vigor patriarcal.
La película tiene una tasa de humor muy alta y eso tiene que ver con el guión, pero también con Ken, su novio interpretado por Ryan Gosling. Es más, a pesar del muy buen trabajo de Margot Robbie como Barbie, esta comedia le pertenece en cierta forma al actor de La La Land (2016). No es gratuito entonces que Barbie tenga muchas cosas en común con aquel filme de Damien Chazelle: las citas al musical clásico de Hollywood, la idealización de California, la paleta visual.
Que algunas de las mejores escenas corran por cuenta de Gosling nos dice que Gerwig y su co-guionista Baumbach (director de Historia de un matrimonio y White noise, entre otras películas) encontraron en el novio de Barbie el material en bruto para reírse de una serie de paradojas y pequeñas tragedias masculinas. Barbie, por otro lado, representa el costado “dramático” de esta película.
El primer tercio de Barbie transcurre en Barbieland, el país color rosa donde todos son felices, todo cantan y todos bailan sin jamás desfallecer. Están, por supuesto, las Barbie presidenta, Barbie jueza, Barbie doctora y también, lejos, casi exiliada, una Barbie rarita (Weird Barbie), a cargo de la actriz Kate McKinnon. A ella acude la Barbie estereotípica (la protagonista interpretada por Margot Robbie) cuando una mañana siente que ya no es tan perfecta. Tiene mal aliento, pies planos y, lamentablemente, celulitis.
El remedio a tal “enfermedad” es viajar al mundo real y ver qué pasa con la niña que la posee. Es probable que la muchacha esté pasando un mal momento y le transmita sus ansiedades y conflictos. Barbie quiere ir sola, pero el destino la une inextricablemente a su aburrido novio, quien insiste en acompañarla.
De cierta manera en ese segundo tercio de la historia comienza el show de Ken, obnubilado al descubrir que el mundo es dominado por los hombres, los autos y … los caballos. También acá Barbie conoce a la adolescente Sasha y a su madre Gloria (America Ferrera), determinante en su lucha por encontrarle el sentido a una vida que ya no es de plástico y donde quienes dominan son aquellos cabezas huecas que se parecen tanto a Ken.
Si la idea era darle prestigio a un juguete, la película funciona. Si el plan era hacer una cinta para reír bastante, reflexionar algo y emocionarse de vez en cuando, sirve tres veces. Un más que excelente servicio.