Íntimo y estremecedor: cómo es el documental que muestra la historia de amor de Paulina Urrutia y Augusto Góngora
Ambos protagonizan el nuevo filme de Maite Alberdi, La Memoria Infinita, al que Culto accedió de manera anticipada y llegará a salas el próximo 24 de agosto. La cinta se nutre de imágenes del archivo personal del matrimonio, del noticiario Teleanálisis y del trabajo del periodista en TVN. Pero el grueso de la película es el registro de la vida doméstica de la actriz y el comunicador, marcada por el Alzheimer que le diagnosticaron a él en 2014.
Una hebra central del cine de Maite Alberdi es su capacidad para capturar momentos íntimos y genuinos, imágenes cargadas de humanidad que hablan con elocuencia de su tacto, rigor y paciencia.
Así lo ejercitó en sus primeros cuatro largometrajes y en sus cortos, una obra con la que alcanzó reconocimiento internacional y se consolidó como una de las mejores realizadoras chilenas de los últimos años. En su nuevo documental, La memoria infinita, que se estrena en salas del país este 24 de agosto –y al que accedió Culto de manera anticipada–, incorpora nuevos recursos y continúa expandiendo sus horizontes como cineasta.
Alberdi llegó a la historia de Augusto Góngora y Paulina Urrutia cuando la actriz la convocó a impartir una clase en la universidad en la que era docente. A la directora le llamó la atención que el periodista, diagnosticado con Alzheimer en 2014, estaba completamente integrado a esa actividad en particular, realizando preguntas y compartiendo con su entorno, y en general a la faceta laboral de su esposa. Si bien ese episodio no existe como registro en la película, se propuso trasladar a la cinta la dinámica que observó en ese primer encuentro.
Contando con su consentimiento, la cámara se adentra en el hogar que comparten el comunicador y la exministra de Cultura, y los graba en acciones cotidianas, donde ella ejerce como cuidadora pero nunca deja de relacionarse con él como su compañera de vida. Bastan un par de escenas en ese espacio íntimo para empezar a comprender su particular mundo como pareja, un lugar donde conviven la calidez, la fragilidad y la complicidad.
“Tenían una relación de amor que trascendía la pérdida de memoria. Yo los he visto amarse constantemente y reconocerse hasta el día de hoy. Y eso yo no lo había presenciado antes”, explicó Alberdi a Culto en febrero pasado, cuando el filme participó en el Festival de Berlín.
El presente del matrimonio es el eje principal del documental, pero con frecuencia hay fugas hacia al pasado, un recurso que la autora de La once (2014) no había aplicado con esa determinación en sus trabajos previos.
La cineasta se nutre de las grabaciones personales de Góngora y Urrutia. Son imágenes de vacaciones, celebraciones, juegos y diferentes instancias que representan el conmovedor vínculo que los unió desde mediados de los 90 y hasta la muerte del presentador de televisión, en mayo de este año. La inclusión de ese material de archivo –destinado a reposar en la esfera privada–, en contraste con el registro del día a día, redondea una idea que sobrecoge: el amor que cultivaron nunca se extravió, a pesar del paso del tiempo, de la pérdida de memoria y de las enormes dificultades gatilladas por la enfermedad.
La película también recupera las experiencias del periodista en Teleanálisis, el noticiario que se difundía de manera clandestina durante la dictadura, donde él ejerció como reportero en poblaciones, protestas y lugares poco visibilizados durante la época. Un trabajo ligado a su coautoría del libro Chile: La memoria prohibida (1989), cuyo video de su presentación es integrado en la cinta. El filme tampoco deja de lado sus años en TVN, donde encabezó el área cultural y dio forma a recordados espacios como El mirador, El show de los libros, Frutos del país y Hora 25.
Ese recorrido por su profesión durante los 80, 90 y 2000 permite perfilar a Góngora de manera acabada, volviéndolo un personaje cercano para cualquier espectador extranjero o poco familiarizado con su figura. Pero, sobre todo, permite que Alberdi acentúe su reflexión en torno a la memoria, la colectiva y la personal, ensanchando su área de impacto.
Ese planteamiento está estrechamente vinculado al retrato de la tenaz labor de Urrutia. Cuando llega la pandemia, la misma actriz se encarga de tomar la cámara y continuar grabando durante el confinamiento. Una particularidad que lleva a que la directora describa a La memoria infinita como un largometraje rodado por los tres –por ella misma y por sus dos protagonistas–, el primero de su carrera filmado de modo colectivo.
Ese período de encierro coincide con el deterioro de salud del comunicador. Instantes en que se vuelven más recurrentes las crisis, pero donde no deja de latir el amor de la pareja. Según la cineasta, “el qué incluir y qué no consistió en representar tal cual era su relación (…) Qué dejar y qué no no tiene que ver con lo que pasara en el material; tiene más que ver con qué te ayudaba mejor a contar el punto de vista de esta historia, que para mí es: Augusto Góngora, hasta el final, siempre recuerda cosas”.
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