Víctor Jara “hippie” y precursor de los sellos independientes: el retrato de su nueva biografía
5 minutos: la vida eterna de Victor Jara, se llama la nueva biografía sobre el legendario cantautor chileno, escrita por Freddy Stock. En sus páginas se entrelazan la trayectoria del artista y la historia del hallazgo y rescate de su cadáver tras su asesinato. Pero además lo perfila como un hombre que buscó llegar a voces progresistas no identificadas con la izquierda, a contrapelo de la época.
Fue un proyecto inconcluso. Un anhelo de esos que se trazan, pero que son abortados por el tiempo y la muerte. En algún punto de la década de los setenta, Víctor Jara deseaba acometer un proyecto que lo tenía entusiasmado; levantar un sello discográfico popular, pero no folclórico. La idea era incluir nombres que tuvieran un alcance más transversal, sin el filtro político que tenía la firma Dicap, la discográfica de las Juventudes Comunistas con la que trabajaba. Incluso, ya tenía en mente un par de artistas para su eventual fichaje: José Alfredo Fuentes y Marcelo, quien años después sería el recordado conductor de Cachureos y que por esos años despuntaba como cantante.
Esa historia es reflotada entre las páginas de 5 minutos: la vida eterna de Victor Jara, la nueva biografía del puntal de la Nueva Canción Chilena, a 50 años de su brutal asesinato tras el golpe de estado de 1973. Su autor es el periodista Freddy Stock, quien ya acumula experiencia en el género tras publicar sendos libros sobre íconos de la canción popular chilena como Los Prisioneros o Los Jaivas. Para Stock, ese interés de Jara por la canción popular, más allá de los límites de la canción militante, retrata el alcance social de su inquietud artística.
“Él tuvo que dejar el teatro por la música que también le gustaba, porque entendió que en la música estaba el poder de la comunicación popular”, explica Stock. “Él tenía una fijación por lo popular y admiraba a personas como el Pollo Fuentes, que era el artista más popular de Chile. Él narra que una vez se encontró con él en la calle, se le acerca y le pregunta como lo hacía para manejar la fama y andar tranquilo por la calle. Por eso quería hacer esta productora que fuera más allá de lo partidista y aglutinara a los fenómenos juveniles, como Marcelo, que podían servir como vehículos para ideas progresistas, un concepto mucho más amplio que en esa época ni siquiera se soñaba”.
De hecho, la muerte de Jara truncó varios planes orientados a acercarse al mundo joven. Algo así como lo hizo cuando patrocinó a Los Blops y personalmente gestionó la grabación de su legendario álbum debut con Dicap. “Él dejó pendiente una gira por Estados Unidos. Quería ir a las universidades a cantarle a los jóvenes progresistas que también querían un mundo distinto y que no necesariamente se definían de izquierda”, dice el autor.
El proyecto de biografiar a Víctor Jara venía desde hace al menos 20 años. Fue Luis Venegas, el empresario dueño de Vía X quien le propuso la idea a Stock, pero en ese momento él estaba en medio del trabajo de su libro sobre Los Prisioneros. Pero la pausa larga de la pandemia le permitió volcarse a investigar. “Me tuve que dar muchas vueltas para entender ese proceso, porque él es de la época de mis padres que yo no viví. Cuando sentí todo eso me metí a recopilar y a investigar”.
Stock no solo entrevistó a quienes conocieron a Jara, sino que levantó una revisión a fondo de testimonios disponibles en muchas fuentes chilenas y extranjeras, además de las entrevistas que el artista concedió en vida y el dossier de la causa judicial que investigó su asesinato, el que le fue proporcionado por el abogado Nelson Caucoto. Así articuló el libro como una trenza; por un lado, está el relato del encuentro y entierro del cuerpo de Jara por parte del funcionario Héctor Herrera, quien trabajó en esos días en la identificación de cadáveres en el Servicio Médico Legal. Esto se alterna con los pormenores de su vida; desde la infancia campesina en Lonquén, los días en el seminario redentorista, el descubrimiento del teatro y su posterior carrera como cantautor.
El libro dedica varias páginas a perfilar a Herrera y explicar en detalle su odisea. Explica cómo se encontró con el cuerpo masacrado del artista en un patio de la morgue, la sigilosa y arriesgada operación para identificarlo y entregarlo a su esposa Joan, a quien tuvo que ubicar a la carrera gracias a la ayuda de funcionarias del Registro Civil. “Logré dar con él, lo entrevisté y me pareció que fue un héroe -apunta Stock-. Le propuse la idea de dedicarle el libro, tuvimos largas conversaciones durante mucho tiempo para recrear todo lo que había pasado”.
Otro aspecto tratado por el libro es la sensibilidad de Jara como hombre de su tiempo. Un momento clave fue en enero de 1968, cuando viajó a California junto a la delegación de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, para montar algunas sus obras, entre estas, La remolienda, que fue dirigida originalmente por el artista. El encuentro con el epicentro de la cultura del flower power y el hippismo impactó a Jara. Tanto que desarrolló el gusto por las camisas de colores y tiempo después hasta se permitió dejarse crecer el cabello y la barba. Más aún, hay quienes recuerdan haberlo visto yendo a fiestas y hasta sacado lustre a la pista de baile en las discotecas de la época. “Eso me lo contó Tomás Vidiella, quien era compañero suyo en ese viaje”, apunta Stock.
La explicación a ese entusiasmo es más profunda. “Él consideraba que había todo un movimiento de jóvenes estadounidenses que estaban en contra de la Guerra de Vietnam y querían impulsar cambios, muy parecido a los que se querían hacer en Chile. Hace ese puente porque la izquierda chilena veía a EE.UU. como la cuna del imperialismo y los metía a todos en el mismo saco, pero cuando Víctor conoce esta realidad vio que había una posibilidad. Y también en el rock”.
Eso explica buena parte de los acercamientos posteriores de Jara, como el montaje de la obra Vietrock, la colaboración con Los Blops y el gusto que desarrolló por la música de los Beatles, en los días en que viajó a Inglaterra en plena ebullición contracultural. “Encontró que en occidente no eran todos enemigos, y eso, en plena guerra fría, era muy extraño para una figura importante dentro de la cultura del Partido Comunista -apunta Stock-. Por eso quedó a la cabeza de Dicap, una herramienta de difusión importante ¡si obligó a los gritos a que grabaran a Los Blops!”.
En el libro se acerca a la persona más que al mito ¿qué fue lo que más le sorprendió de la figura de Víctor Jara?
La importancia de ese Chile de la educación pública. Como un hijo abandonado por su padre, criado por una madre campesina que trabaja de sol a sol, es con la educación pública que llega a ser un gran director del carro y todo lo que hace después. También al creador y el rebelde, que no solamente se enfrentó a quienes estaban en contra de sus pensamientos, sino a quienes aparentemente también estaban a favor de sus pensamientos, porque luchó contra los perjuicios de su propio partido, cuando descubre y entiende el rock. Entonces hay allí un sujeto brillante, un visionario. Y como siempre en esto casos, la pregunta de fondo es qué hubiese dejado de haber seguido adelante y no lo hubiese matado la dictadura, lo que nos privó como sociedad.
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