Wes Anderson: el camino hacia uno de sus filmes más personales
Asteroid City es una película sobre un documental, sobre la creación de una obra de teatro en Nueva York y sobre el encuentro de un grupo de adultos y niños en un desértico pueblo en 1955. En su más reciente largometraje, ya estrenado en cines chilenos, el director despliega su amplia colección de influencias y urde un relato que explora el ánimo de la posguerra y el oficio de la actuación.
Wes Anderson y Owen Wilson se conocen desde 1989, cuando cursaban su segundo año de estudios en la Universidad de Texas y les tocó compartir habitación. En ese momento establecieron una estrecha amistad a punta de largas charlas en torno a sus cineastas y actores favoritos.
Como ocurre entre artistas que se tornan cercarnos, de amigos pasaron a ser colaboradores. Así dieron vida al corto Bottle rocket (1994) y al largometraje homónimo de 1996, la ópera prima de Anderson, coescrita entre ambos y protagonizada por Wilson junto a su hermano Luke. Trabajaron juntos en el guión dos veces más (por Los excéntricos Tenenbaums lograron una nominación a los Oscar), mientras el intérprete se convertía en parte indispensable de sus elencos, verdaderas compañías en que se suelen repetir gran parte de los mismos nombres.
Recientemente, el director de Moonrise Kingdom (2012) volvió a repasar la época en que sus caminos se cruzaron. Días en que compartían su amor por las obras de Sam Shepard, por el despliegue actoral de Marlon Brando, James Dean y Montgomery Clift, y por el cine de Elia Kazan. Aunque Anderson y Wilson esta vez no se juntaron, todas esas influencias en común de alguna manera inspiraron al realizador a crear Asteroid City, su más reciente cinta.
La película –ya en salas locales– no es exactamente lo que sus primeros adelantos sugirieron. En imágenes en blanco y negro, un presentador de televisión (Bryan Cranston) narra un documental sobre la creación de la obra Asteroid City y la historia de su autor, el dramaturgo Conrad Earp (Edward Norton). Vemos la trastienda de ese montaje en Nueva York y a sus actores lidiando con los desafíos de dar vida a sus personajes.
También vemos desarrollándose en una locación real la ficción que deben interpretar. La trama –a color– se ambienta en un desértico pueblo del suroeste de Estados Unidos en 1955 y gira en torno a las familias que participan en una especie de feria de ciencias llamada Junior Stargazer. Hasta ese lugar se acerca un fotógrafo de guerra (Jason Schwartzman) junto a sus cuatro hijos, a los que les ha ocultado durante semanas una dolorosa pérdida familiar. Por motivos diferentes, la célebre actriz Midge Campbell (Scarlett Johansson) y su hija también arriban a ese punto, donde coinciden científicos, militares y entusiastas en presenciar un evento que promete ser único.
El cineasta se extiende en múltiples direcciones: explora el ánimo de la sociedad estadounidense durante la posguerra, aprovecha las posibilidades estéticas que le ofrece el desierto (filmó en Chinchón, España, una localidad que descubrió gracias a Google Maps) e indaga en las bambalinas de una producción teatral para dedicarle una carta de amor al oficio de sus intérpretes.
“Todo lo que deseo hacer es darles toda la atención que requieren. Algunos requieren más y otros prefieren menos”, explicó este año sobre su labor creativa con los actores, una troupe a la que en esta ocasión se suman figuras como Tom Hanks, Steve Carell, Maya Hawke, Matt Dillon y Margot Robbie.
Aumentando la apuesta que planteó en El gran Hotel Budapest (2014) y La Crónica Francesa (2021), se entretiene encuadrando la película en un dispositivo que a primera vista puede desconcertar. Varios de sus protagonistas interpretan dobles roles –al actor de la obra y al personaje de la historia– y alterna con frecuencia entre una y otra dimensión. Pese a que propone un tejido complejo, el realizador calibra la diversión con los elementos más dramáticos y metatextuales, y ofrece unas de sus cintas más lúcidas y refinadas.
Al menos en EE.UU., los espectadores se acercaron en número considerable a verla y le dieron el fin de semana con mejores números de su carrera. Un espaldarazo para un director que cree fervorosamente en la experiencia de la pantalla grande.
De hecho, su debut en el streaming obedece a cuestiones estrictamente prácticas. Tras transformar El Superzorro (1970), de Roald Dahl, en su primer largometraje de animación, llevaba años intentando hacer lo mismo con varios relatos del autor británico presentes en la colección Historias extraordinarias (1977), pero no tuvo éxito dando forma a un guión que lo convenciera.
Cuando lo consiguió era casi demasiado tarde: los derechos los tenía Netflix, que en 2021 selló un millonario acuerdo con los herederos del escritor. Por fortuna, Anderson se entendió bien con la plataforma y pudo llevar a cabo el proyecto, que al menos en extensión se emparenta con Hotel Chevalier, el corto de 13 minutos que en 2007 acompañó el lanzamiento de Viaje a Darjeeling.
The wonderful story of Henry Sugar dura 39 minutos y tiene a Benedict Cumberbatch en el papel aludido en el título, un hombre rico que se entera de la existencia de un gurú que puede ver sin usar los ojos. Si bien no se proyectará en las salas del mundo, tendrá su estreno en septiembre en el próximo Festival de Venecia, donde el estadounidense recibirá un homenaje por su “contribución particularmente original a la industria cinematográfica contemporánea”.
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