Un motín bajado a balazos: la insólita batalla que enfrentó a la Armada y la Fuerza Aérea de Chile en Coquimbo
En septiembre de 1931, en plena crisis económica, un grupo de marineros y suboficiales de la Armada inició una sublevación en busca de impedir una nueva rebaja en sus salarios. La situación se resolvió al emplear la fuerza contra los rebeldes en un singular operativo que tuvo muertos y prisioneros pasados a consejos de guerra. Este es un extracto de un capítulo inédito incluido en el libro Historia íntima de Chile, de los periodistas de Culto Felipe Retamal y Pablo Retamal, en librerías desde el lunes 21 de agosto.
Un barullo despertó al comodoro Alberto Hozven. Era la madrugada del martes 1 de septiembre de 1931 y, de pronto, el veterano marino escuchó movimientos extraños fuera de su recámara en el acorazado Almirante Latorre, recalado en Coquimbo. Decidido, tomó su revólver y salió a mirar. Apenas cerró la puerta, se le acercó un grupo de suboficiales de la Armada. “Señor, usted debe permanecer retenido en la recámara”, le dijeron. Sorprendido ante la abierta insubordinación, Hozven intentó disparar para disuadir a los amotinados. El tiro no salió y el comodoro debió resignarse; ahora el buque lo mandaban los marineros.
Todo comenzó a las cuatro de la mañana en la bahía. Una luz roja encendida a la vez en los 12 acorazados, cruceros y destructores de las escuadras de evolución e instrucción reunidos en las aguas del Norte Chico fue la señal. “Simultáneamente, en todos los barcos de la escuadra se tomó presos a la oficialidad y jefes, poniéndolos incomunicados en sus camarotes, actos que se realizaron en breves momentos, y a las 4:10 tomaba el mando el ‘Estado Mayor de las Tripulaciones’”, publicó El Progreso de Coquimbo, el mismo día 1.
El Estado Mayor de las Tripulaciones reunió a los representantes de cada uno de los buques. Tras tomar el control, operaron en el buque insignia de la escuadra, el Latorre. Como primer acto, los marineros realizaron una formación en la toldilla. Allí, izaron la bandera y entonaron con fervor el himno nacional y la Canción de Yungay. El mes de la patria arrancaba con la estrella solitaria alzada en la noche cerrada.
Todo había arrancado el viernes 28 de agosto tras conocerse la rebaja de salarios de los trabajadores del Estado. El gobierno del vicepresidente Manuel Trucco, asumido tras la renuncia de Carlos Ibáñez del Campo, anunció que los sueldos inferiores a 250 pesos anuales serían cortados en un 12%, y los que superaban este monto, en un 30%. En esos días, el país era sacudido por el impacto de la Gran Depresión y era la tercera vez en un año que se aplicaba una rebaja a los salarios, pues ya se había implementado dos veces durante el gobierno de Ibáñez.
El anuncio generó convocatorias a protestas y gatilló la inquietud entre los tripulantes de las escuadras presentes en Coquimbo para ejercicios navales. Asustados, pensaron que el recorte también los incluía. A toda prisa transmitieron su molestia a sus superiores, pero fue en vano. “El comodoro don Alberto Hozven arengó a las tripulaciones sobre el momento actual y, que hizo ver que sería anti patriótico [sic] tomar en estos momentos situaciones contrarias a la marcha que llevaban los negocios públicos”, detalla la crónica de El Progreso, para luego agregar un detalle revelador: “En dicha formación, se notó claramente el pensar de las tripulaciones pues no se secundó los hurras lanzados por jefes y oficiales”.
Allí los marineros se organizaron. El historiador Jorge Magasich, quien ha estudiado la participación de efectivos navales en revueltas durante el siglo XX –como en su libro Los que dijeron No–, detalla que el motín no tuvo mayor oposición. “Es muy difícil que los oficiales no hayan advertido la gestación del movimiento y hay fuentes que indican que, un buen número de oficiales, optó por ‘cerrar los ojos’ ya que ellos también estaban afectados por la tercera rebaja de salario a los empleados públicos, de agosto de 1931″, explica. “Pero una vez concretada la toma de los navíos por sus tripulaciones, el impacto psicológico sobre la sociedad es enorme”.
Los amotinados hicieron llegar al diario El Progreso un primer comunicado cerca de las 17.00 horas. “Un deber de patriotismo obliga a las tripulaciones de la Armada a no aceptar dilapidaciones ni depreciaciones de la Hacienda del país, por la incapacidad inoperante del gobierno actual y la falta de honradez de los anteriores”, señalaban en su proclama, además de desmarcarse de cualquier tendencia revolucionaria. “Queremos, a la vez, dejar constancia que no hemos sido influenciados por ninguna idea de índole anarquista”.
Ya entrada la noche hicieron llegar un segundo comunicado. Ahí “sugirieron” una serie de medidas para hacer frente a la brutal crisis económica, como una subdivisión de las tierras y hasta un insólito llamado a “los multimillonarios chilenos” a prestar dinero al gobierno. “En el segundo comunicado que emitieron los amotinados señalaron otro tipo de peticiones, de tipo sociopolítico”, explica el historiador Carlos Tromben, quien ha investigado el episodio. “La introducción de estos temas parece haber sido hecha por un grupo más politizado, ya que al resto le preocupaba la reducción de sueldos que fue muy mal explicada por el gobierno. Hay evidencias de que unos pocos amotinados tenían contactos con partidos de izquierda”.
Para Tromben, el motín se originó en oposición a Carlos Ibáñez. En eso, asegura, hubo un responsable: Arturo Alessandri Palma. “Él en su exilio en Europa, tomó contacto a través de otras personas con la dotación del acorazado Almirante Latorre que se encontraba en la Base Naval de Devonport en un proceso de modernización. También elementos alessandristas entraron en contacto con personal del Apostadero Naval de Talcahuano”.
En esas reuniones se concertó un movimiento. “El objetivo era un levantamiento en contra de Ibáñez. El Latorre regresó a Chile en el otoño de 1931 y la caída de Ibáñez, sin intervención naval, se produjo un par de meses después, el 26 de julio, pero la organización sediciosa quedó activa”, agrega el mismo historiador.
La tesis que se repitió por entonces fue la de la infiltración de la marinería, una idea que Jorge Magasich descarta de plano. “La obstinación en explicar la historia como una acción de ‘infiltrados’ tiene su fundamento en la necesidad de justificar el anticuado orden social de la Armada compuesto por ‘equipajes’ dóciles y obedientes a cualquier orden, incluso a las peores, auténticos infantes que ven un padre en el oficial. Excluye cualidades reflexivas, como el análisis, el debate y la reivindicación”.
Por su lado, Tromben también es cauto. “La investigación que sustentó mi tesis no permite afirmar que el motín fuese organizado por un partido de izquierda. Algunos han señalado al Partido Comunista, pero éste se encontraba sumido en la clandestinidad por la acción del gobierno de Ibáñez y con algunos dirigentes presos”.
¿Negociar o bombardear?
La noticia del motín llegó a Santiago la tarde del 1 de septiembre y remeció al gobierno del vicepresidente Manuel Trucco. Este convocó a una reunión con personalidades de todo el espectro político para conocer su opinión. La prensa de la época menciona a Ladislao Errázuriz, Emilio Bello Codesido, Elías Lafferte, Manuel Hidalgo y hasta el ex Presidente Arturo Alessandri.
En esa reunión, Trucco leyó la proclama del Estado Mayor de las Tripulaciones y pidió las opiniones a los presentes. En su edición del 3 de septiembre, El Mercurio informó que el primero en tomar la palabra fue Alessandri, “quien hizo ver la conveniencia de que todos los elementos civiles se pusieran en esta oportunidad al lado del gobierno para evitar la posibilidad de cualquier dictadura”.
Sin saber mucho qué hacer, se decidió abrir negociaciones y se envió a Coquimbo al almirante Edgardo von Schröeders, un oficial de reconocido prestigio en la Armada. “Después de la toma de los buques el gobierno del vicepresidente Manuel Trucco y el mando naval se dividen entre ‘duros’ partidarios de ‘aplastar’ el movimiento, y ‘blandos’ que priorizan la negociación”, explica Jorge Magasich.
Mientras las negociaciones avanzaban en el norte chico, en la capital la situación generó una crisis tal que tumbó al gabinete de Trucco. El general Carlos Vergara (un simpatizante del nazismo) fue designado ministro de Guerra y con él, los “duros” se impusieron. Así, se decretó estado de sitio por 20 días en todo el territorio nacional y se instruyó que los clubes y restaurantes debían cerrar antes de la medianoche. El vicepresidente Trucco se reunió en su despacho con los directores de los diarios de la capital para comunicarles que se establecía la censura periodística en todo el país
En La Moneda se instaló una pequeña central telegráfica para seguir los acontecimientos. Una mañana llegó una noticia que los sorprendió a todos; otro motín estalló en el Apostadero Naval de Talcahuano. Los marineros tomaron los buques y zarparon rumbo a Coquimbo para reunirse con el otro grupo. “Era el puerto base de los submarinos y contaba con una arsenal (hoy ASMAR) donde trabajaba mucho personal civil y obreros, todos muy influidos por la política local fuertemente alessandrista”, explica Carlos Tromben.
Mientras la tensión crecía en el sur, los amotinados en Coquimbo pidieron al almirante la concesión de una amnistía a los involucrados –es decir, que no hubiera represalias–, tras saberse que finalmente se había dejado sin efecto la rebaja de salarios. Pero no cedieron en un punto: exigieron la firma del acuerdo una vez que llegaran los barcos desde Talcahuano. Von Schröeders, replicó exigiendo concretar el acuerdo antes de terminar el día, pero todo el entuerto acabó con la negociación. “En Santiago se han impuesto los ‘duros’, particularmente el ministro de Guerra, general Carlos Vergara, quien clama por terminar con la política de paños tibios y de contemplaciones. Impone un nuevo texto que desconoce los acuerdos alcanzados. Von Schröeders, desautorizado, regresa a Santiago”, dice Jorge Magasich.
Una batalla en Coquimbo
Así se preparó el operativo contra los rebeldes. La tarde del 5 de septiembre una fuerza de 5 mil soldados del Ejército asaltó el Apostadero Naval de Talcahuano. La acción terminó con la rendición de los insurrectos y un saldo de cerca de mil prisioneros. Hasta hoy hay discrepancias en el número de bajas.
A esto se sumó un ataque de la recién fundada Fuerza Aérea contra la marinería en Coquimbo. “La ofensiva contra el movimiento fue planificada por el general Vergara”, explica Jorge Magasich. “Solicita a Estados Unidos bombas pesadas, capaces de destruir el blindaje del Latorre, pero no pueden llegar a tiempo, y prevé una intervención de la flota estadounidense contra la chilena si los rebeldes intentan sublevar Iquique y Antofagasta. Luego decide utilizar aviones basándose en el plan de otro ‘duro’, el coronel de aviación Arturo Merino Benítez quien, desde el primer día, está por reducir la escuadra con la aviación, bombardeándola y destruyéndola”.
A las 07:00 de la mañana del domingo 6 de septiembre, la flota zarpó hacia altamar para esperar el inminente ataque lejos de la población civil. Finalmente, hacia las 17:30, cuando ya parecía que nada iba a suceder, los amotinados dieron la alarma. Divisaron la escuadrilla de la Fuerza Aérea volando en altura relativamente baja en dirección hacia la flota, con el sol a sus espaldas. De inmediato sonó el zafarrancho de combate, los marineros corrieron a sus puestos y se prepararon para la acción. Los buques armados con artillería antiaérea, como el Latorre, mantuvieron a raya a los aviones, mientras que los submarinos se sumergían y afloraban para evitar las bombas y disparar con su único cañón. “Cuando aparecen los aviones, los buques comandados por sus tripulaciones zigzaguean y utilizan las armas antiaéreas. Ni una sola bomba da en el blanco”, comenta Jorge Magasich.
“Los aviones bajaron en forma muy peligrosa pasando muy cerca de las naves y lanzaron algunas bombas”, detalló El Progreso. “El combate duró alrededor de media hora sin resultados de importancia”, añadió. El mismo periódico detalló el terror de la población ante el combate. “Muchas señoras y niñas sufrieron desmayos. Cayeron cientos de cascos y fragmentos de granadas y balas en el pueblo, haciendo muy peligrosa la seguridad de los habitantes”. Esas horas fueron críticas. Sin certeza de que el ataque no se repetiría, hubo quienes optaron por abandonar la ciudad.
El insólito combate finalizó solo con un muerto: un tripulante del submarino H4 Quidora, nave que además sumó un herido por el estallido de una bomba. No se conocieron muchos detalles. En tanto, de la flotilla de aviones, uno fue derribado, pero el piloto logró salvarse al conseguir aterrizar de emergencia en una playa cercana.
Tras la batalla, los rebeldes decidieron liberar a los oficiales que retomaron el control e hicieron arrestar a todos los implicados. En Santiago el gobierno celebró el triunfo con desfiles frente a La Moneda, los que fueron presenciados desde los balcones de palacio por el vicepresidente Trucco y el general Vergara. En la ocasión desfilaron infantes y guardias cívicos, jóvenes y adultos. Al final de la jornada, Trucco pronunció un discurso. Fue el momento de mayor popularidad de su breve mandato.
En tanto, los marineros detenidos pasaron a consejos de guerra levantados en Valparaíso, Coquimbo, San Felipe y Talcahuano. En su mayoría, los implicados en el movimiento fueron condenados a penas de presidio. El general Vergara se apuró en solicitar la pena de muerte, pero finalmente el gobierno las conmutó por presidio perpetuo y, durante la breve presidencia de Juan Esteban Montero, a relegación. Finalmente, todos los condenados fueron amnistiados en 1932, durante los efímeros 12 días de la República Socialista, liderada por Marmaduke Grove y Eugenio Matte, y sobre el episodio se tendió el denso manto del olvido. Pero esa es otra historia.
El libro Historia Íntima de Chile llega a librerías desde este lunes 21 de agosto y su lanzamiento será el lunes 4 de septiembre desde las 19.00 horas en la sala City Lab del Centro GAM.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.