Soledad Fariña, poeta: “Pertenecemos a una generación no tanto por la edad, sino por lo que generamos”
Flamante ganadora de la primera entrega del Premio Plagio a la Creatividad Artística, la poeta y ensayista nacional repasa con Culto su trayectoria y hace foco en los 80, aquellos años donde compartió con una pléyade de escritores y artistas inquietos.
Con 42 años, una edad poco usual para comenzar en el mundo editorial, la antofagastina Soledad Fariña Vicuña publicó El primer libro en 1985, un volumen de poesía bastante arrojado, experimental, donde lleva la palabra a todo el espesor posible. “No publiqué joven porque hacía otras cosas: estudiaba, trabajaba, y hacía política también. Tuve dos hijos, me involucré mucho durante la Unidad Popular”, comenta al teléfono con Culto.
Ese compromiso hizo que después del golpe tuviera que partir al exilio a la gélida Suecia. Ahí fue cuando comenzó a escribir y a forjar una voz propia. Hoy, a sus 80 años, Fariña recibe el Premio Plagio a la Creatividad Artística en reconocimiento a su trayectoria, que también incluye traducciones de la poeta griega Safo y ensayos.
En la primera edición del premio, el jurado compuesto por la crítica literaria Soledad Bianchi, el escritor Álvaro Bisama, el artista Norton Maza, la fotógrafa Paz Errázuriz y la directora de Fundación Plagio, Carmen García, consideraron su obra como un hito en la industria creativa.
“Soledad siempre ha estado atenta al sonido de la calle, al sonido de la biblioteca, a lo que sucede con los jóvenes, el presente, al modo en que ella enhebra, junta, hila la tradición para construir una voz propia, original, pero que muchas veces, cuando lo leemos, somos capaces de escuchar en ella el coro del mundo, las voces de otros y de otras que aparecen justamente en sus poemas como representados, pero también convertidos justamente en el material de esa poesía”, comentó Bisama al respecto.
Es que tras su retorno a Chile, Fariña se sumó a la generación literaria de los 80, que junto a nombres como Raúl Zurita, Elvira Hernández, Diamela Eltit, Carmen Berenguer, o los fallecidos Erick Pohlhammer y Malú Urriola, desarrollaron unas escrituras experimentales y arrojadas, a contrapelo de las visiones más clásicas. Por supuesto, marcadas por el contexto de dictadura. Además, eran los primeros tiempos de Pedro Lemebel con Las yeguas del Apocalipsis y de las acciones del CADA (Colectivo de Acciones de Arte).
Cientista política de formación, su llegada a la literatura tuvo mucho que ver con los nexos conformados en esos años. “Yo no hice un taller literario. Me ayudó la sola conversación con Juan Luis Martínez, con Zurita, con la Diamela, con Gonzalo Muñoz, Carlos Cociña, Diego Maquieira, etc”. Desde ahí, Fariña siguió publicando otros volúmenes que han circulado bastante en el mundo literario nacional, como Albricia (1988), En amarillo oscuro (1994) o la antología Pide la lengua (2017).
Esa generación fue bastante inquieta, ¿considera que el deseo de experimentar era algo común a todos?
A todos no, pero a mí en lo personal sí, creo que a la Carmen Berenguer también, o a la Elvira (Hernández), a Verónica Zondek. Mira el caso de Juan Luis Martínez, con La nueva novela (1977) y La poesía chilena (1978), él era muy experimental. Zurita en cierta forma también, y el debut de la Diamela, Lumpérica (1983), es algo absolutamente fuera de los cánones de una novela, pero es una novela. Ahora, yo soy mayor que la mayoría de la mi “generación”, salvo la Carmen Berenguer y Paz Molina que son de mi edad, pertenecemos a una generación no tanto por la edad, sino por lo que generamos. Eso pasó porque yo empecé a publicar más tarde. En ese tiempo, yo tenía la edad de Juan Luis Martínez, creo que teníamos un año de diferencia, pero soy mayor que Zurita o que la Diamela.
¿Qué recuerda de esos años?
Hacíamos fiestas, recuerdo haber bailado mucho en varias partes, lo pasábamos bien. Durante la dictadura eran tiempos peligrosos, de mucho sufrimiento, teníamos gente cercana que lo estaba pasando muy mal. Me acuerdo que se reunió un grupo de escritores y artistas visuales y decidieron salir a la calle a pintar un NO MÁS, creo que quien pensó eso fue la Lotty Rosenfeld. Salíamos en la noche con mucho peligro, yo ahora me río, pero no era así en ese tiempo. Había un movimiento fuerte en los estudiantes, mis hijos estaban en el Colegio Latinoamericano de integración, ahí fueron secuestrados José Manuel Parada y Manuel Guerrero, fue todo en una mañana, a vista y paciencia de todo el mundo. Como era un colegio chico, nos reunimos todos, estábamos seguros que al otro día iban a aparecer, pensábamos que era imposible de que les hicieran algo y mira cómo aparecieron, degollados.
¿Cómo la marcaron sus años en el exilio?
Yo no he escrito directamente sobre el exilio, pero me marcó mucho en el sentido de la distancia con Chile y Latinoamérica. Tuve que aprender un idioma, trabajar en ese idioma. Fue una apertura de cabeza, porque volví a Chile con otra mirada, piensa que en los 60, la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile era absolutamente latinoamericanista, queríamos una Latinoamérica unida, no solo económica sino que culturalmente. Borrar fronteras. Los suecos se consideran lejanos de los franceses o ingleses, es otra forma de vivir.
¿Por qué decidió dedicarse a la poesía?
(Ríe) La gente cree que la narrativa es más fácil, pero a mí no se me da, tengo una forma de escribir rara, yo estoy mucho más conectada con la poesía. Podría escribir algo narrativo, lo he hecho, pero lo hago muy poético, no tengo esa soltura de narrar.
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