Lina Meruane: “Con este libro me atreví a cuestionar la idea de que la infancia es el tiempo de la inocencia”
La destacada escritora nacional acaba de publicar su nuevo libro, Señales de nosotros. En sus palabras, se trata de un ensayo autobiográfico donde narra cómo fue dándose cuenta lo que pasaba en el Chile de la dictadura estando en un círculo privilegiado. “Es un libro sobre las complicidades de la infancia”, indica en charla con Culto.
“Nadie sabía nada. Nadie, cómo era posible. La violencia arreciaba en el país, no tan lejos de nuestro cerco de rejas y muros de ladrillo”. Así comienza el monólogo de una narradora, que va recordando cómo en plenos 80 fue saliendo de la burbuja que le proporcionaba su situación acomodada para, poco a poco, tomar conciencia de lo que ocurría en aquellos años, en el Chile de Augusto Pinochet.
Por su forma de lectura podría tratarse de una novela, pero su autora, Lina Meruane Boza (53), prefiere hablar de un ensayo autobiográfico. Así se configuró Señales de nosotros, su nuevo libro publicado por la casa editorial independiente Alquimia. “Escribí una versión cortita de este texto para una compilación que se publicó en USA hace unos diez años; este texto lo leyó el escritor y editor Guido Arroyo y me sugirió alargarlo y eso hice, aunque más que solo alargarlo, lo reescribí completamente”, comenta Meruane a Culto, mientras se encuentra brevemente en Chile.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Arduo, porque significó salir de mi zona de comodidad: yo no recibí una educación política, por lo que a lo largo de treinta años me eduqué a mí misma ideológicamente, revisando la historia del país y de las Américas, la intromisión de los Estados Unidos en la política del continente, los hechos de violencia física y económica, la de género, y un largo etcétera, y eso me ubicó valóricamente en la izquierda, una izquierda sin militancia en partidos o movimientos, pero la izquierda. Ahí me acomodé, ahí me gusta estar por más que no coincida con todo lo que piensan y hacen todos los militantes de la izquierda. Entonces, revisar quién fui antes, en los años 70 y 80, fue incómodo: esos son los años de mi infancia y de mi adolescencia, en los que conté con el privilegio de tener padres profesionales, casa y comida, una buena educación en un colegio privado. Y no vivir con miedo, como vivía tantísima gente, en un contexto de despolitización feroz de la educación que me impidió vislumbrar que vivíamos en una dictadura y sus implicancias hasta mucho más tarde.
¿Qué fue lo que más te costó al escribir este libro?
Asomarme al hecho de que había suficientes señales de lo que estaba pasando pese a los silencios, las mentiras, y la manipulación. Preguntarme por qué acepté las versiones falsas de la realidad que me daban cuando había razones para cuestionarlo. Entender la disciplina y la obediencia y el “no saber” de esos años era parte de nuestros privilegios, porque el privilegio de clase va mucho más allá del bienestar económico. Y, asimismo, atreverme a cuestionar la idea, cristalizada en nuestras sociedades, de que la infancia es el tiempo de la inocencia.
A medida que avanzamos en las páginas, vemos cómo la narradora también va tomando cada vez más conciencia de lo que ocurre a su alrededor. De alguna forma, el lector la acompaña en ese recorrido. Más que un texto sobre lo no dicho, Meruane acota que se enfocó en el no saber y sobre el no querer saber. “Porque las señales estaban ahí sin que las tomáramos en cuenta, sin que les diéramos rango de verdad, sin que las volviéramos conocimiento ni menos conciencia política. Y es un libro sobre las complicidades de la infancia, complicidades pasivas pero complicidades al fin. Y es un libro sobre las fisuras que progresivamente dejaron los crímenes de la dictadura a la vista y nos obligaron a decidir si íbamos a ser, ya sabiendo, cómplices activos”.
¿Qué te interesa generar en el lector con este libro?
Escribo para examinar asuntos que me obsesionan, no pensando provocar algo específico en los posibles lectores o lectoras de mis libros; no pienso en la literatura como un ejercicio pedagógico, eso sería buscar adoctrinar las mentes de quienes leen y eso es lo que intentan los regímenes y las figuras autoritarias. La literatura propone situaciones complejas y a veces contradictorias, y a veces formula preguntas que no tienen una respuesta precisa ni menos única, y que ciertamente cada quien resuelve (o no) a su manera.
¿Cómo fuiste construyendo la voz de la narradora? De un comienzo se muestra algo ingenua hacia las señales de lo que ocurre a su alrededor y al final ya es más lúcida al respecto.
En el ensayo autobiográfico y la crónica mi premisa consiste en seguirme a mí misma, entonces fui construyendo el punto de vista de quien recordaba haber sido, primero ingenua y, a medida que pasa el tiempo del relato, más atenta a los datos que proporcionaba la realidad. Pero la voz es la del presente: es la autora adulta la que observa ese tiempo con asombro y espanto.
En esa época hubo señales claras de lo que ocurría -y que citas- como el plebiscito de 1980, la crisis económica de 1982, el Caso Anfruns, los allanamientos, ¿cómo te llegaban esas señales a ti y cómo las procesabas?
Es lo que he intentado esclarecer en Señales de nosotros. La prensa tradicional, por más que perteneciera a intereses privados, funcionaba como aparato del Estado, como órgano de difusión y apoyo a la dictadura. Y sin embargo, hubo hechos que no se pudieron ignorar, como el hallazgo de los cadáveres en los hornos de Lonquén. Esa es la primera fractura informativa, y en lo sucesivo se fueron colando más hechos de lesa humanidad. Me parece, sin embargo, que la información empezó a filtrarse dentro del colegio, porque en una misma generación convivíamos con la compañera a la que le allanaban la casa en busca de su madre, el compañero extranjero que sabía e insistía en que en Chile se torturaba y asesinaba gente, el compañero cuyo padre murió limpiando su propia pistola, los guardaespaldas del nieto de Pinochet que circulaban por el colegio. De pronto todas esas señales empezaron a tener sentido.
Este ensayo autobiográfico se sitúa en la infancia de la narradora, en cómo vivió la dictadura desde su lugar de niña y adolescente. ¿Consideras que está dentro de lo que se llama “la literatura de los hijos”? ¿Crees que ‘la literatura de los hijos’ es una denominación adecuada?
Toda etiqueta enfatiza algo y deja fuera algo, y esta, la de literatura “de los hijos” sugiere una oposición de dos generaciones en términos de su cercanía con el golpe y la dictadura. Y tal vez sugiere una suerte de jerarquía de la experiencia que permite a la generación mayor decirle a la generación menor: “tú eso no lo viviste”, “tú de eso no te acuerdas”. Pero lo cierto es que quienes nacimos en los años del golpe y fuimos niñas y niños en los años 70, fuimos adolescentes en los ochenta y adultos en los noventa, cuando ya las lógicas y las leyes de la dictadura estaban tan instaladas en la vida cotidiana y el dictador seguía tan presente. Es decir, y eso lo hago notar en mi libro, si bien nuestra experiencia es distinta (y toda experiencia lo es) no es una experiencia de segunda mano, no es una memoria prestada. Y aunque muchas de estas narraciones se centran en la mirada infantil, quienes narran lo hacen desde el presente de su adultez en la que han dejado el lugar de hijos. No son ya solo “hijos” o “niños” quienes hacen memoria. Y ciertamente no son narradores inocentes sino plenamente informados, lo cual pone en cuestión la decisión de narrar la infancia de manera exculpatoria. La pregunta para mí es, supiéramos o no lo que estaba sucediendo, ¿qué hicimos y sobre todo qué hemos hecho con eso?
¿Qué relatos sobre la dictadura crees que faltan por hacer?
Es importante recordar que, pese a los muchos testimonios de las víctimas y de los familiares de las víctimas, y de los sobrevivientes de los fusilamientos, así como de los políticos y militantes del período del golpe y de quienes nacimos alrededor del golpe; pese a las muchas novelas, de la poesía y el teatro, de las películas que hay, queda mucho que contar todavía. Fueron muchos los años de dictadura, y mucha historia en el antes y el después. Un asunto que a mí me interesa, y que va surgiendo pero demasiado sucintamente –en Space invaders de Nona Fernández, por ejemplo, pero también en una crónica mía anterior, Sesiones de tortura (publicada en Ensayo General) y en este libro– es el de los asesinos, torturadores y colaboradores del régimen que fueron sacados del país para su protección.
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