En Septiembre Canta el Gallo: el documental que humaniza la Nueva Canción Chilena
Desde el impacto de la figura de Violeta Parra a la creación de piezas como la Cantata Santa María de Iquique. En una hora y media, el músico Nano Stern y el realizador Luis Emilio Briceño retratan a la generación de jóvenes que de 1958 a 1973 revolucionaron la canción chilena. Sin glorificaciones ni condescendencia, sino desde la honestidad y, sobre todo, con un genuino interés por contar su historia.
Para Nano Stern es difícil singularizar un solo origen del proyecto. En realidad, en paralelo y todavía sin conocerse, él y Luis Emilio Briceño habían estado trabajando en una idea en común: juntar todas las piezas que componen la historia de la Nueva Canción Chilena y ordenarlas para tener, por fin, un panorama mucho más completo sobre aquella generación que en 1958 llegó a cambiar la historia de la música nacional.
Briceño, realizador audiovisual, trabajó durante varios años en el programa Perspectivas a través de la Nueva Canción Chilena, emitido entre septiembre del 2013 y febrero del 2015 en la Radio Universidad de Chile. Una serie de conversaciones que, a través de archivos musicales de la época, buscaba proyectar las décadas del 60 y el 70 en Chile y América Latina. Mientras que, tras su irrupción en la escena nacional, Stern estrechaba cada vez más su relación con los artistas de esa generación, admirados por él desde su adolescencia.
Con la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, el 2023 vislumbraba como un buen momento para concretar los planes. “A medida que se acercaba el hito de los 50 años pensé que esta sería la oportunidad, ahora, cuando todavía están vivos, porque para el próximo hito probablemente muchos de ellos ya no estén, de sentarse a conversar. Primero quería hacer un libro de conversaciones en torno a la Nueva Canción Chilena y el fenómeno. Y entonces justo nos conocimos con Lucho a través de un amigo en común, y empezamos a conversar”, cuenta Stern a Culto a través de una reunión de Zoom.
“Yo vi esos discos que él tiene detrás suyo -dice, señalando la imagen de Briceño, que escuchaba su respuesta sentado frente a una pared repleta de vinilos- y le dije ‘oye, a ti parece que en serio te gusta el tema, te interesa’. Rápidamente nos quisimos mucho, tuvimos mucha afinidad”. Luego de trabajar juntos en la realización de los videoclips de su último disco, Stern le comentó su intención de escribir un libro sobre el tema. Al poco tiempo se asociaron para llevar adelante este registro, pero con una propuesta distinta: en vez de un texto, sería un documental.
Así nació En septiembre canta el gallo: música chilena en tiempos de revolución, una película levantada sobre el testimonio de 20 músicos y artistas de la época que en una hora y media aborda el fenómeno de la Nueva Canción desde múltiples aristas, y que hereda su nombre de la canción de Isabel Parra que fue parte de la campaña presidencial de Salvador Allende. Parra, su hermano Ángel, el cantor y payador Pedro Yáñez, la folclorista Mariela Ferreira, Jorge Coulon, Roberto Márquez, Ángel Parra, y el fotógrafo y diseñador Antonio Larrea son algunos de sus protagonistas.
“Escuchaba al Nano hablar con este amigo en común que teníamos cuando quería escribir el libro y decía ‘hay que desmitificar un poco la época’. Siempre se ve como algo tremendo, un estatus, una cosa insuperable, digamos. Y ese era más o menos el trabajo que yo había hecho hace diez años, tratar de entenderla como una generación humana, pero que también inventó muchas cosas que surgieron desde la rebeldía y la juventud. Esa siempre fue la base: desmitificar”, afirma Briceño sobre lo que ambos definen como el motor del proyecto.
Humanizando a los estandartes
La intención de los realizadores era clara. Y así se lo manifestaron a los músicos entrevistados: “Oye, con esto no venimos aquí a endiosar tu historia, vinimos a que nos cuenten la dura”, decían a los músicos durante las entrevistas. Así fue como el documental logró transmitir el aura de compañerismo y compromiso que rodeaba a esta generación, pero también los momentos de tensión.
Quizás uno de los episodios más emblemáticos sea el impasse ocurrido en torno al estreno de la Cantata Santa María de Iquique, la mítica composición de Luis Advis que recogió la historia de la matanza obrera ocurrida en 1907. Vamos, mujer, una de sus piezas más icónicas, era la canción con la que Quilapayún participaría en el segundo Festival de la Nueva Canción Chilena. Pero las aprensiones de Víctor Jara y Ángel Parra pusieron en duda su presentación.
Según cuentan Horacio Salinas y Patricio Castillo, Jara y Parra consideraron que no era justo que la canción compitiera con el resto, argumentando que tenía una estructura distinta e instrumentos que “no tienen nada que ver con la tradición popular”, como el chelo y el contrabajo. La resolución final fue que sí formaría parte del festival, pero fuera de competencia. Salinas lo recuerda como una discusión “muy dolorosa que produjo un desgarro en las relaciones interpersonales”.
“Hay hartos momentos en la película donde se ven diferencias. Yo diría que muy emblemáticamente, muy fuerte, está el que rodea al estreno de la cantata, donde se explicita que aquí quedó la cagada porque se picaron, porque los egos. Y esto fracturó para siempre algunas de esas relaciones. Y así varios otros momentos que son súper interesantes”, reflexiona Stern sobre el episodio.
Otra de las consecuencias de ese trabajo desmitificador fue, justamente, la humanización de los estandartes. Algo que el músico señala como uno de los mayores aprendizajes que dejó el ejercicio de observar a una generación tan trascendental.
“Me queda el aprendizaje de la desconfianza de las estatuas. O sea, que todo aquello que hoy día es pétreo, inmóvil y monumentalizado por la historia, alguna vez estuvo vivo, se movió, surgió por circunstancias a veces muy random, y nunca con la consciencia de estar haciendo una estatua. Y creo que eso es muy importante también para todos los ejercicios creativos. Tomárselos con liviandad, con un espíritu lúdico y con disfrute siempre. No procurando la quietud de la estatua”, reflexiona el músico.
Briceño concuerda. “Estas estatuas eran personas como nosotros, jóvenes como nosotros lo fuimos en algún momento. Con un ímpetu, con errores, con una forma de trabajar eso que nacía. A mí me encanta la juventud. En general, me gustan más los primeros discos de las bandas que los últimos. Me gustan los errores que cometen, pero sobre todo la potencia que demuestran, y la juventud tiene eso. Es importante para las generaciones más jóvenes tratar de entender que esto es algo que en su momento no existía. Que ellos lo inventaron a través de un montón de ingredientes que se fueron dando un poco por casualidad, un poco por voluntad, un poco por perseverancia, pero no existían”.
El realizador se refiere a toda la innovación que significó la irrupción de esta corriente: la revitalización del folclor, la introducción de nuevos instrumentos al cancionero popular y, por supuesto, la profunda conciencia social que permeó sus letras y que los llevó a ser protagonistas en el proyecto encabezado por la Unidad Popular.
“El charango, la quena, el bombo legüero, el cuatro venezolano son instrumentos que llegaron con esta generación, y que en algunos casos trajeron de París, que es re loco. Estando presentes en Bolivia o en el Norte de Chile, se pegan la vuelta larga y llegan por esos lugares. Ese tipo de casualidades también te da una guía que confirma que no hay que dejar de inventar. Y tampoco hay que dejar de atreverse a cambiar las cosas. La historia está hecha por mujeres y hombres que eran como nosotros. Iban al baño, comían, hacían las mismas cosas que nosotros. Es muy importante entender que esta cosa que hoy día ya forma parte de una tradición es una canción nueva, y por eso se llama así”, recalca el realizador.
La búsqueda en el archivo también dejó algunas joyas audiovisuales. Entre ellas, un registro poco conocido de Víctor Jara, de pie sobre el escenario del Teatro Caupolicán, interpretando una potente versión de Preguntas por Puerto Montt en plena campaña de 1970. Detrás suyo, un cartel con la frase “No hay revolución sin canciones”. “Una actitud rebelde, casi punk, y una década antes”, condensa Briceño.
¿Nostalgia de qué?
En las primeras proyecciones de la película hubo una palabra que se repitió en las sensaciones del público: la nostalgia. Para Briceño, es una añoranza que va más allá de la época o la música. “Creo que es la nostalgia, sobre todo, de poder tener un compromiso colectivo. Eso es algo que surge muy bien en la película y que a mí me gusta mucho. Y que hoy día es tal vez más difícil. Tenemos las redes sociales, pero estamos menos conectados. En cambio, esa generación estaba mucho más conectada entre ellos. Tenían una cosa en común, referentes en común, objetivos en común. Tenían un horizonte común”.
“Eso es súper rico de ver porque creo que no solo se entiende como el fenómeno musical, sino que también como la historia de una generación donde la música fue súper importante. Al final, para las generaciones más jóvenes, e incluso yo, ¿qué nos queda de la Unidad Popular? Las músicas, sobre todo. Es el primer acercamiento que tenemos de esos momentos. Esas canciones, esa cosa que es tan fuerte y que también tiene una identidad potente que nos hace ser chilenos”, complementa el realizador.
Para Stern, esa es otra de las grandes enseñanzas que se pueden sacar en limpio de la película. “La importancia crucial del colectivo como motor de los procesos relevantes. Hoy día estamos metidos en un contexto tan individualista que nos impide de repente vencer ciertas barreras hueonas, de egos, de lucas, de intereses chiquititos que hacen mucho daño, y que impiden que crezcan cosas desde un colectivo. Eso es una cuestión increíble de esa época”.
Pero más allá de las lecciones recogidas, ambos valoran la continuidad de su amistad con varios de los músicos que participaron en el rodaje. “Se estrecharon mucho los lazos de amistad con todas estas personas que aparecen en la película. Hemos seguido en contacto, Lucho y yo, con casi todos ellos en un nivel mucho más cotidiano. Es bonito sentir que podemos compartir parte de nuestras vidas con estos jóvenes que ya no lo son, en sus 70 y tantos, 80 años. ‘Oye, ven al concierto’, ‘qué vas a hacer’, ‘tomémonos un cafecito’, conversar y sentir que de verdad esta historia es nuestra. Que son las personas que habitan las mismas ciudades, que tocaban en los mismos teatros con los mismos instrumentos, con las mismas canciones, y poder, como fruto de esta investigación, sentir de verdad que se va produciendo una trenza. Es la sensación de recibir algo de estos sabios viejos de la tribu que están ahí, probablemente en las últimas décadas de sus vidas algunos de ellos. Y qué privilegio poder sentarse a compartir ya en la amistad, a respirar el mismo aire un ratito”, confiesa Stern.
En general, los músicos entrevistados recibieron con mucho afecto y entusiasmo la invitación a participar del documental. Parte de eso se logró gracias a la decisión de Briceño de llevar un tocadiscos y escuchar junto a ellos los vinilos de la época. Sin embargo, ambos concuerdan en que lo más importante fue que la motivación del proyecto estuvo siempre dada por el interés real por conocer su historia.
“Creo que se sentían muy agradecidos y lo manifestaban a través de una cierta alegría, una predisposición de que estuviera por un lado yo, un músico más joven que ellos, con un interés genuino en querer aprender. En casi todos los casos yo conocía a esta gente de antes y les decía ‘oye, voy a ir con Luis Emilio, que es el otro realizador’, y creo que se imaginaban que iba a ser un hueón con una cámara. Pero llegaba el Lucho, con su maleta de discos, su tocadiscos y su conocimiento impresionante del tema. Lucho sabe mucho más de esto que ellos, desde la perspectiva de la historia –dice Stern entre risas-. En términos enciclopédicos les puede hablar de su vida y contarles cosas que no se acuerdan, seguro”.
Briceño asiente y complementa. “Quiero agregar lo personal que significa esto para nosotros. No somos periodistas y nos acercamos desde algo que nos interesa profundamente, como dice el Nano. Nos gusta, pero también nos provoca un montón de inquietud, porque no es solo la música la que nos interesa. La música es la ventana que nos permite ver lo que estaba sucediendo en el país en ese momento. Que es un momento muy especial de la historia de Chile donde están pasando muchas cosas. Donde la juventud por primera vez es un actor relevante de lo político y de lo social”.
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En septiembre canta el gallo: música chilena en tiempos de revolución se proyectará este 13 de septiembre a las 20.00 horas en el teatro Nescafé de las Artes. Entradas disponibles a través de Ticketek.
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