De “una idea brillante que se desinfla por el camino” a “una creación sensacional”: El Conde sólo convence a medias
Desde su estreno en el Festival de Venecia y su llegada al streaming la semana pasada, el filme de Pablo Larraín ha recibido críticas dispares. Si bien comenzó acumulando elogios de los medios internacionales ("filme frecuentemente brillante pero tremendamente retorcido") también hay quienes la consideran poco sustanciosa ("se acaba quedando un poco de tierra de nadie"). Acá, un reporte de las principales reseñas.
Estrenada en los cines chilenos a inicios de septiembre, y disponible ya en la plataforma Netflix, El conde, la nueva película del cineasta nacional Pablo Larraín, ha generado opiniones dispares entre quienes han podido ver el largometraje. Recordemos que el filme es protagonizado por Jaime Vadell, quien encarna a una versión satírica de Augusto Pinochet, como un vampiro de 250 años que solo desea morir, tanto así que reparte sus bienes entre sus hijos, quienes, codiciosos, comienzan una puja. Pero no serán los únicos.
Presentada en el reciente Festival de cine de Venecia, donde obtuvo el premio al mejor guión, arrancó con críticas favorables. Según el sitio especializado Deadline, “es una creación sensacional, audaz y tremendamente irreverente”. Por su parte, el periódico español El Mundo señaló: “La película avanza incómoda, libre, profundamente divertida y profundamente triste”.
Otro portal especializado es Vulture, el que publicó una de las críticas más favorables –la llamó “fascinante y repulsiva...Podría ser el proyecto más perverso que Netflix haya firmado jamás-. Y agregó: “Lo que se manifiesta más vívidamente en El Conde es la tristeza y la rabia de Larraín por lo que le sucedió a su país”.
Variety, siempre al tanto de las noticias de Hollywood, planteó: “Nada es fácil en este filme frecuentemente brillante pero tremendamente retorcido, ni trabajar a través de su complicada narrativa, ni tratar de encontrar una línea moral clara en medio de todo el nihilismo sarcástico y escabroso”.
“Aquellos que podrían haber temido que una comedia negra en la que Pinochet fuera un vampiro suicida humanizaría de algún modo al dictador o disminuiría la gravedad de su reinado de terror, pueden considerar esos temores sofocados por la intransigente crueldad tanto del tema como de la forma”.
El sitio Indiehoy también hizo una generosa crítica. “El filme se presenta como el capricho bien logrado de un cineasta que ya se encuentra consagrado: una obra de autor, una apuesta de gran despliegue visual y una mirada personal sobre temáticas universales. La nueva película de Larraín -que se estrenó en algunos cines- ya se encuentra entre el pequeño puñado de cintas de autor a las que el gigante de la N apuesta cada año”.
“Con valentía eligió la comedia y la sátira para hablar de un periodo sensible para el pueblo chileno y, también con osadía, eligió un lenguaje cinematográfico que podría ser anacrónico. La película tiene sus momentos de caída narrativa, pero rápidamente se recupera para desconcertar al espectador con su desfachatez y su incorrección política, o tal vez con alguna escena poética”.
“Se queda a medias”
Sin embargo, no todo ha sido elogios en los medios internacionales. El matutino El País, de España, señaló tajante: “el Pinochet vampiro de Larraín es una idea brillante que se desinfla por el camino”. Si bien, destaca el núcleo, indica que no lo logra consolidar. “Pinochet siempre fue un icono de la muerte. Como si hubiese en él una cualidad más esperpéntica y temible que la de tantos dictadores, incluso, si se quiere, sobrenatural…Es ahí donde la idea de Pablo Larraín de convertirlo en un vampiro de más de 250 años resulta tan brillante. Efectivamente, siempre hubo algo en él que entronca con el folclor más negro y cruel”.
“El siempre inteligente y temerario director chileno, capaz de hacer películas tan incómodas y fascinantes como El club (2015) o la maravillosa Ema (2019), no logra aterrizar el tonelaje pesado que promete El conde. Una vez que hemos visto a Pinochet volar como Batman y beber sangre como un murciélago, lo que queda solo es una estampa cuya radiografía de un legado siniestro resulta mucho menos incisiva que la de una película como No (2013), que cerraba la trilogía de la dictadura que forman Tony Manero (2008) y Post mortem (2010)”.
Por su parte, el sitio Espinof.com, señala: “Lo tenía todo para ser una de las mejores películas de Netflix pero se queda a medias”. Y agrega: “Ese intento de cruzar la comedia con el terror se acaba quedando un poco de tierra de nadie -nunca es especialmente divertida y no da ningún miedo-, destacando más esa idea de que el protagonista está cansado de la vida que ha llevado. También ahí da demasiadas vueltas sobre lo mismo, pero es donde Vadell tiene más oportunidades de brillar de forma individual y añadir más al resultado final”.
El periódico The Guardian hizo una crítica también bastante dura: “Es entretenida (...) aunque dotada de cierta ingenuidad política voluntarista, rodada casi en su totalidad en sepulcral blanco y negro: poderosa al principio y al final, y floja en el medio”.
En Chile, el filme ha despertado bastantes críticas. El escritor Rafael Gumucio publicó una dura reseña en el sitio Barbarie titulada ¡Qué lata! haciendo alusión a una de las frases que lanza el Pinochet vampiro. “El Conde es así una película en que todo está bien, menos todo. Un cuerpo bello y terrible al que le falla un solo órgano, el guión, es decir el corazón. Un corazón que como los que consume el Conde Pinochet, el vampiro de la película, parece haber pasado por una juguera, para convertirse en una masa blanda de lugares comunes, frases hechas y chistes para actores, que no los hacen reír ni a ellos”.
“Como hay siempre un Pinochet (y un Contreras) entre nosotros, un Pinochet desde siempre y para siempre. Esta es sin duda la idea que dio nacimiento a la película: es una gran idea, una idea genial incluso, a la que le faltó sin embargo el trabajo mas humilde y aburrido de intentar averiguar en que consiste este cuerpo y esa alma de Chile, y en que consiste, por tanto, el horror y el placer que Pinochet convoca en nosotros”.
“Si hubiera intentado por un segundo entender la eternidad de Pinochet sería una obra maestra. Es la sensación de no haber hecho el trabajo intelectual, es decir el trabajo moral, que una idea genial requiere, el que lleva a cubrirla de imágenes perfectas, y sonido y música, y delirios profesionales. Formas que recubren el vacío de no haberse hecho las preguntas que hay que hacerse ante cualquier personaje de ficción: ¿Por qué hacen las cosas que hacen? ¿Por qué no pueden hacer otras?”.
Por otra parte, Rodrigo González, crítico de cine de Culto, opina: “Hay que reconocerle a Pablo Larraín su coherencia a la hora de hacer sus películas. Desde Tony Manero a El Conde, ha interpretado de manera original e incómoda la historia de Chile. Eso es una gran muestra de arrojo. El problema es que a veces funciona y a veces no. En No sí, pero en Neruda y El Conde sólo a medias”.
“Me parece que la premisa de Pinochet vampiro es muy buena, pero esta película es además la historia de un tipo avergonzado de que su pueblo lo considere un ladrón, algo dependiente de su esposa, acosado por unos hijos mediocres y al que le ponen una monja exorcista con la que establece una rara relación. Son demasiadas subtramas que terminan por boicotear la idea original. Es tan fuerte la imagen de Pinochet vampiro que con eso bastaba y sobraba en mi opinión”.
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