En la portada de The harmony codex, el séptimo álbum de estudio del británico Steven Wilson (55) -ya disponible en plataformas desde este viernes 29- una serie de bloques de colores apilados cual escalera reemplaza cualquier semblanza humana. Sónicamente, este, su álbum más inescrutable en una carrera de bifurcaciones estilísticas, puede describirse como la suma de los ladrillos que conforman la mente musical de su autor.
“Me vi creando esta música para entretenerme”, explica desde su hogar en Londres y vía Zoom con Culto.
“La mayoría de mis discos tienen metas particulares, como en The future bites (2021), donde yo quería que fuera mi disco de pop electrónico, o con The raven that refused to sing (2013), donde quería que fuese mi disco progresivo vieja escuela. En este álbum permití que la música fluyera natural y orgánica. Escuchándolo con algo de perspectiva, noto que representa muchos aspectos de mi personalidad musical, los cuales nunca antes se escucharon juntos en una misma placa. Está el ambient, lo progresivo, el jazz, los elementos más industriales y trip hop, las baladas sensibles, lo instrumentalmente complejo, y las canciones más nostálgicas y acústicas”.
A sus espaldas custodia una estantería rebosante de discos de vinilo, cual heraldo de décadas de música ordenada obsesivamente de forma alfabética (y cronológicamente en cada letra). No sorprende que Wilson se sienta halagado de contar con fans que se alinean con su hábito en extinción de escuchar álbumes de principio a fin: “Mis fans esperan también que yo cambie en cada álbum. Que cada disco tenga su propio mundo musical y vaya en su propia dirección. No subestimo lo afortunado que soy de poder seguir haciendo esto. Pienso en lo que significa en el año 2023 hacer música que escape a la noción de género musical; no puedes decir realmente qué tipo de disco es este”.
En los diez cortes en que se divide la hora de duración de The harmony codex, Wilson se manifiesta en muchas formas: los beats tribales de Inclination, el jazz futurista de Economies of scale, lo íntimo de What life brings, la expansión y dramatismo de Impossible tightrope, lo amenazante de Actual brutal facts o los pulsos depechemodianos de Staircase.
“Muchos de los artistas que más he admirado -Kate Bush, Frank Zappa, David Bowie, Neil Young- crearon su propio género musical, su propio mundo y si alguien te pregunta qué tipo de música toca Kate Bush, eso es algo tan difícil de describir que en el fondo sería simplemente ‘la música de Kate Bush’. Lo mismo con David Bowie. ¿Qué música hacía David Bowie? ¡Él tocaba todo tipo de música! No me estoy comparando con estos grandes artistas, sino que digo que me gusta esta idea y que toma su tiempo ganarse el derecho a definirse como un artista que crea su propio género musical”.
Nuevas aventuras en sci-fi
Militancias en proyectos como Storm Corrosion, Blackfield, No-Man, Bass Communion, I.E.M. y -por supuesto- Porcupine Tree, son reflejo de las ambiciones exploratorias del artista. “La música que he escuchado estos últimos cuarenta años es parte de mi ADN. Una de las cosas que la gente ha hecho siempre es compararme con Pink Floyd. Mi padre solía escucharlos y no puedo esconderlo (risas), quiéralo o no, porque es algo que está muy profundo en mí”, sentencia.
“Pero hay una tendencia desafortunada de reducir cada artista a su lista de diez discos favoritos de todos los tiempos. Esto no se trata de inspirarse en la música sino que de tomar cosas de la vida, de la experiencia, del pasado, del presente, de noticias, películas, libros, pinturas, y luego todo eso se mezcla dentro tuyo. Si eres una persona curiosa -yo lo soy mucho y siempre estoy buscando algo nuevo que no haya experimentado- pues estás en un proceso sin fin de constantemente añadir conocimiento y nuevas experiencias”.
Aquella aventura sin fin recuerda la escalera interminable que aparece en su autobiografía Limited edition of one (2022), en el cuento The harmony codex. Este texto dio nombre y a la vez encendió la chispa de su nueva placa.
“Es una historia de ciencia ficción distópica y trata sobre un hermano y una hermana que entran a un edificio que sufre un ataque terrorista y al intentar escapar, mientras el edificio colapsa, encuentran una escalera sin fin. Todo se vuelve surrealista, onírico y los personajes de la historia no están seguros de qué es real y qué es un sueño. Me basé en esas ideas y personajes para algunas piezas que están más directamente vinculadas a la historia. Otras vagamente siguen la idea de una escalera sin fin, que es una suerte de temática común. No intento contar la historia, sino que las canciones se sostienen de forma independiente. Se trata de hacer algo que homologue ver una película de principio a fin”.
Lo que potencia el aura fantástico detrás del álbum es también su formato. La apuesta por Dolby Atmos (disponible en Apple Music) es parte de la trayectoria de Wilson en torno al audio envolvente desde hace quince años, cuando partió mezclando en 5.1.
“Me entusiasma la idea de que el oyente esté dentro de la música. Este es el primer disco donde he estado pensando desde el comienzo cómo se va a escuchar en Audio Espacial y en cómo puedo subir la vara al respecto. Por eso he hecho varios eventos los meses pasados mostrando el disco en Audio Espacial con fans. Eso es fundamental en el proyecto”.
La gran pregunta es cómo traducir a la experiencia en vivo aquella ambición. “Y la respuesta más simple es que ahora mismo no sé cómo (risas), pero estoy empezando a pensarlo. Por eso no me estoy apurando con los shows. Una de mis ideas es tocar en recintos chicos en formato residencias de una semana para poder contar con un sistema de Audio Espacial con visuales, pantallas e instalaciones para crear un ambiente donde la gente pueda ingresar a un espectáculo que ocurra a su alrededor, con músicos en vivo. Si pongo en marcha un show, Chile va a ser definitivamente uno de los principales destinos. Tenlo por seguro”.