Víctor Jara revive por partida doble: los discos que abrazan su leyenda
Por estos días se reeditan en vinilo dos de los títulos que mejor retratan la búsqueda creativa del asesinado cantautor: Víctor Jara (1967) y Canto Libre (1970). Ambos ya están disponibles en tiendas con sus diseños originales.
“La presentación de este larga duración viene a dar, en forma de síntesis, una imagen gráfica de la personalidad artística de Víctor Jara, y del significado de su posición. El impacto de la problemática del mundo de hoy: el hombre encerrado en el círculo férreo de un determinismo compuesto de hechos alucinantes, de pesadillas y ensueños que adquiere consistencia real, de exacerbada lucidez, de publicidad que inventa frases, de hombres nuevos que la publicidad ignora, de ‘la mujer moderna’, del hombre sin heroicidad. La guerra mezquina, la búsqueda, la lucha sin final, el idealismo abortado por la computadora electrónica”.
Con esa narrativa, el director artístico del sello Odeon en 1967, el argentino Rubén Nouzeilles –una de las figuras esenciales para comprender el despegue de la música chilena en el corazón del siglo XX- presenta en su contraportada el segundo disco de Víctor Jara, bautizado simplemente con el nombre del cantautor.
Aunque la simpleza sin aditivos de su título se contrapone precisamente a sus detalles gráficos, con una tapa donde el nombre del artista parece moverse a todo color, en letras voluminosas, bajo un collage de fotos que sugiere caos, diversidad, actualidad: una estética muy similar a la diseñada por la psicodelia californiana o inglesa, siempre representada en ilustraciones caleidoscópicas, dibujos provocativos, piezas atrapantes que invocan un universo multisensorial. Al menos observando esta tapa, no es mucho lo que separa a Víctor Jara de Pink Floyd.
De hecho, el chileno también estaba lanzado en su propia búsqueda y exploración, tal como los grupos anglo que hegemonizaban el rock planetario en esa canónica temporada del 67.
A solas
Luego de integrar casi por una década el Conjunto Cuncumén y concentrarse en su labor como director teatral, Jara decidió en 1965 inaugurar su ruta en solitario con un par de singles al alero del omnipresente productor Camilo Fernández. Se trataba de La cocinerita (tradicional boliviana), El cigarrito, Paloma, quiero contarte y La beata, todos testimonios extraídos del campo y del mundo obrero, la huella de hombres humildes que parecían transmitir sus anhelos y padecimientos.
Algunas de esas composiciones formaron parte de su título debut, bautizado con su mismo nombre y lanzado en 1966, bajo etiqueta Demon, propiedad del propio Fernández.
Pero su álbum de 1967 ofrece una perspectiva mayor de la variedad estilística que siempre estableció su semblanza creativa, sin prejuicios ni dogmatismos, abrazando otros lenguajes y expresiones. Por ejemplo, se inicia con El aparecido, secundado por el acompañamiento orquestal a cargo de destacado autor Sergio Ortega.
También está el acento norteño de Que alegre son las obreras, recogida del folclore boliviano y esta vez interpretada junto a unos cercanos, el poder coral del conjunto Quilapayún. Su líder, Eduardo Carrasco, aporta además la composición de Solo, un relato crepuscular y melancólico que perfila las ansias por un amor que al parecer se ha extraviado. Es el costado sentimental de la producción.
En El lazo, En algún lugar del puerto y Canción de cuna para un niño vago, Jara se repliega en la austeridad de su guitarra, hilando con voz apesadumbrada narraciones de vida cotidiana, mientras que en Así como hoy matan negros regresan las ornamentaciones de Ortega para musicalizar la figura de Joaquín Murieta.
Una verdadera travesía que por estos días revive con una nueva entrega del disco de 1967, con su animada carátula de ese mismo año y las líneas originales de Nouzeilles. Ya está disponible en tiendas. Se trata de una reedición en vinilo a cargo de la distribuidora Punto musical, firma que abastece de LP’s a casi 300 disquerías en todo el país, en sociedad con Selknam, encargados de fabricar los vinilos y que también se ha establecido como coordenada ineludible en el tema.
Son los mismos que, por ejemplo, han estado tras otros importantes lanzamientos chilenos en vinilo, como trabajos de Manuel García, Joe Vasconcellos, Nano Stern, Francisca Valenzuela, Álex Anwandter, Cecilia o la reciente reedición de La cultura de la basura, de Los Prisioneros, en formato doble. En rigor, desde hace más de una década que están embarcados en tal misión.
En un futuro inmediato se alistan para publicar varios discos pertenecientes a Alerce -cuatro de Congreso, los dos primeros de Chancho en Piedra, un compilado en torno al canto nuevo- algunos de Zalo Reyes, varios de Los Jaivas aún no disponibles, y recopilatorio que sintetizan el rock local de los 80 y la cumbia de rúbrica nacional.
Pero, por lo pronto, Víctor Jara es el presente. De hecho, su álbum de 1967 posteriormente se conoció con otros nombres en diversas latitudes, como Mensaje o Desde Lonquén hasta siempre.
La versión española de 1980, editada por el sello Movieplay, es quizás le que mejor resume en su contraportada el espíritu de sus canciones, a través de un escrito de Joan Jara: “Este álbum contiene las semillas de muchos caminos que serían más tarde desarrollados totalmente: el trabajo de un compositor culto unido al de un cantor popular; el trabajo con un conjunto como el Quilapayún; canciones dedicadas específicamente a trabajadores chilenos y a los frutos de su trabajo; el humor picaresco del verdadero folklore y la cabal canción política de denuncia que jugó un papel tan efectivo en los acontecimientos políticos de Chile. En la época en que este álbum fue grabado, él significó una atrevida innovación en la vanguardia del desarrollo del movimiento de la canción chilena y como tal yo estoy segura, tiene un lugar en la historia. Hasta siempre Víctor”.
Eso sí, no es el único trabajo del asesinado cantautor que verá la luz nuevamente bajo la labor de Punto Musical y Selknam. Además ya llegó a tiendas Canto libre, disco de 1970 también editado por Odeon (hoy Universal), concebido al alero de la elección presidencial que llevó a La Moneda a Salvador Allende y que cuenta con la colaboración de Inti-Illimani y del reputado músico Patricio Castillo.
Ahí desfilan piezas como La pala, Ventolera, Angelita Huenumán, Caminando, caminando y Canto libre. En la portada, quizás como contrapunto a las imágenes de Víctor Jara (1967), se ve una puerta cerrada con candado, con una placa de metal que simplemente lleva el nombre del artista.
Con eso, por esos años y hasta hoy, bastaba para imponer su leyenda indiscutida.
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