“Los recuerdos de un hombre en su edad avanzada son las hazañas de su pináculo”, dice Roger Waters al abrir su recién publicado Dark side of the moon redux. Suena como una reflexión producto de la vejez, pero no son palabras nuevas para los seguidores de Floyd.

Waters prosigue: “La vida es un cálido y corto momento y la muerte es un largo y frío reposo. Tienes tu oportunidad para intentarlo en un abrir y cerrar de ojos. Ochenta años -con suerte- e incluso menos”. Son palabras escritas hace 51 años y son estrofas de Free four, una canción compuesta por Waters para al álbum Obscured by clouds (1972), el soundtrack hecho por Pink Floyd para el filme La Vallée de Barbet Schroeder. Se trata de un disco anclado al formato canción y enormemente pasado por alto por estar precisamente asfixiado entre el atmosférico Meddle (1971) y The dark side of the moon (1973), sin dudas el disco conceptual más famoso de la historia.

Esta introducción intenta disipar las nubes que oscurecen la escucha de una versión para un clásico para muchos destinado al ámbar. Es un prefacio en tono reflexivo y es una invitación a acompañar a Waters en un viaje muy distinto.

Todo recuerdo es ficcionado y el bajista y cerebro conceptual de la banda británica lo sabe. El carácter litúrgico a lo Leonard Cohen que Waters intentó convocar en Radio K.A.O.S. (1984), con resultados dispares, es ahora gracias al decante el ropaje perfecto para enfrentar el peso del fantasma de una gran hazaña de su juventud. Waters no intenta reemplazar la explosión de sonidos que abría la placa de 1973, sino que introduce su propia mirada desde el retrovisor a The dark side of the moon a modo de balanza sin intentar eclipsar a la banda -esta no es una competencia de solos de guitarra- sino más bien como un ejercicio íntimo.

La instrumentación va a cargo de un colaborador obligatorio como Jon Carin; el escudero reciente Jonathan Wilson; Gus Seyffert (ex The Black Keys) en producción e instrumentos varios; además del baterista Joey Waronker y la vocalista Azniv Korkejian. El todo es minimalista y austero, una continuación lógica del sonido de Is this the life we really want? (2017), pero sin el funk pastoso. Es una propuesta que calza perfecto con la amplitud que siempre ha emanado de Breathe, un corte que en manos de Pink Floyd bebía demasiado de Down by the river de Neil Young (inspiración obvia), y que en los colores elegidos por Waters esta ocasión respira vida propia.

A pesar de ser un disco sobre la vorágine de la vida moderna, The dark side of the moon siempre ha sido vinculado imaginariamente al espacio exterior. En esta relectura, sin solos de guitarra ni efectos de sonido envolventes u overdubs, la obra suena silenciosa, como si en verdad estuviese dialogando con la indiferencia del universo. Y lo hace sin alardear, con sencillez, con humildad.

Si hay un instrumento que destaca es la voz de Waters. Una voz que, cuando llega el turno de decir que “cada año se hace más corto, no pareces encontrar el tiempo” en Time, agarra un impacto extra acarreando 80 años recién cumplidos. Son estrofas que, aunque escritas cuando el joven Roger tenía 30 años, siguen vigentes y conservan su humanidad intacta; nada de inmediatismos como los que dominan el pop actual: letras sobre TikTok, Instagram, o lo que sea, que en medio siglo el alud de la historia sepultará o los extraterrestres no entenderán. En ese plan, Waters suma un monólogo sobre la voz de la razón en On the run y utiliza el mismo recurso recordando a un amigo, el fallecido poeta estadounidense Donald Hall, en la instrumental The great gig in the sky.

Money, la única canción hecha por Pink Floyd en una métrica irregular (⅞) -regla implícita del rock progresivo que los británicos nunca siguieron- es aquí un oxidado blues intergaláctico, como una transmisión proveniente de un planeta distante.

“Bienvenido al infierno…”, comienza a ironizar Roger. “El Diablo da una palmada al maletín que lleva consigo el pacto faustiano”, añade de su cosecha actual a las estrofas originales. Su voz suena rugosa, pero la carga de las palabras es la misma que hace cinco décadas. Us and them rebosa melancolía y Brain damage suena calma y anestesiada. “Hay alguien en mi cabeza pero no soy yo”, canta Waters, haciendo eco de la internalizada locura de la sociedad. Si en el explosivo final de Eclipse todo era catarsis, hoy hay resignación y contemplación.

Ante todo, The dark side of the moon de Pink Floyd nunca fue algo inamovible. Durante 1972, en la gira inmediatamente anterior a su lanzamiento, la banda fue componiendo el material de forma orgánica e interpretando íntegramente la obra en sus shows. Bootlegs hay con el material completo en vivo que anteceden la salida de la obra multiventas empaquetada bajo la inmarcesible portada de Storm Thorgerson.

La pregunta del millón es, ¿vale la pena escuchar la propuesta de Waters en plan solista? Y la respuesta es sí. Incluso solamente para, tras llegar al final del viaje, poder escuchar los segundos finales de la placa. Quienes tienen tatuado el álbum en la memoria bien conocerán la famosa frase de Jerry Driscoll al cierre: “no hay lado oscuro de la Luna realmente. De hecho, es toda oscura”.

Roger, cual Lenny Cohen del espacio, llega a una conclusión distinta esta vez. “Te diré algo, mi viejo amigo Jerry”, sentencia, hablándole directamente a Driscoll y corrigiéndole, con la potestad que le da ver ahora su propia vida como un punto azul pálido. “No todo es oscuro”, subraya categóricamente sobre un latido que se apaga.

Por sí sola, esta frase de Waters al final de la grabación bien vale la aventura. ¡La vida misma vale la aventura! Es esto lo que Waters quiere que escuchemos. Por eso nos convocó a esta liturgia.

¿Y la portada, qué significa pues un perro mirando la manoseadamente icónica cubierta de Dark side of the moon? ¡Pues eso mismo! Los perros (¡un animal que en Animals es manipulado por los cerdos para tener a raya a las ovejas!) no pueden ver el mismo espectro de luz visible que los humanos. Suele decirse que, incluso, solo ven en blanco y negro. El punto es el siguiente: aunque no puedan percibir los colores, ello no implica que no estén ahí. “Una bandera del color que quieras. Azul y amarillo...rosado, rojo, negro...”, recita Roger en Any colour you like.Arcoíris. ¡Sí, Arcoíris!”, concluye. No todo tiene que ser en blanco y negro. No todo es oscuridad. Ningún eclipse dura para siempre. Pero Dark side of the moon, sí.

*Roger Waters se presentará en el Estadio Monumental de Santiago los días 25 y 26 de noviembre. Aún hay entradas a través de Ticketmaster.

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