Cuando Francia guillotinó a la Reina: el duro juicio y la terrible muerte de María Antonieta
A mediados de octubre de 1793, la reina consorte de Francia fue sometida a juicio por el Tribunal Revolucionario que la condenó a muerte acusándola de conspiración y hasta de "desviaciones sexuales". Terminó sus días en la guillotina, aunque sin el trato cuidadoso que se le dio a su marido. Esta es la historia.
Se dio un cabezazo contra el dintel de la puerta, mientras era trasladada a la prisión de la Conciergerie. Un guardia, atento, le preguntó si estaba herida. Aún algo confusa, la reina María Antonieta de Francia, la austriaca, respondió férrea: “¡No! Ahora nada puede hacerme daño”.
La anécdota la cita Frantz Funck-Brentanon en su Les derniers jours de Marie-Antoinette. Y narra los momentos duros que debió pasar quien fuera la soberana consorte de Francia en sus meses finales. A mediados de 1793, los días estaban muy tensos en la Revolución Francesa. El gobierno del Comité de Salvación Pública apenas lograba mantener los hilos del proceso, sofocando una y otra revuelta de quienes pedían el regreso de la monarquía. “A pesar de las tensiones sobre la campaña de descristianización, los revolucionarios se mantuvieron unidos en la convicción de que había que aplastar las revueltas internas que amenazaban la Revolución”, señala explica Jeremy Popkin en El nacimiento de un mundo nuevo - Historia de la Revolución francesa.
Para los más exaltados, había llegado el momento de dar otra manifestación clara de fuerza. Ya el 21 de enero de 1793, se guillotinó al rey Luis XVI, tras un juicio en que se trató con cierto decoro -aunque su desenlace ya estaba decidido de antemano-. Sin embargo, aún quedaba la reina, María Antonieta.
“El castigo de los enemigos de la Revolución era una de las exigencias más duras de los radicales de París. Querían que las unidades del ejército revolucionario incorporaran tribunales revolucionarios y estuvieran equipadas con guillotinas móviles, para poder ejecutar inmediatamente a los sospechosos que fueran condenados. Los comités de la Convención temían que el proceso de represión se descontrolara y se resistieron a estas demandas; sin embargo, aprobaron una serie de juicios políticos de alto nivel en París que captaron la atención pública durante todo el otoño de 1793″, añade Popkin.
La reina estaba en prisión desde mediados de 1792, en la torre del Temple. Así que se decidió rápidamente proceder con un juicio sumario, en el que a diferencia del cuidadoso trato que se le dio a Luis XVI, a María Antonieta se le sometió a proceso con particular saña, por su condición de austriaca. “En este mundo febril de ataques satíricos y pornográficos, el rey y la reina constituían los blancos más vulnerables de los revolucionarios”, indica Peter McPhee en su estudio La Revolución Francesa 1789-1799.
A la reina simplemente se le llamaba como “La viuda Capeto”, como una forma de recordarle una y otra vez su incómoda posición. Como un aviso, la mujer fue trasladada desde desde el Temple hacia una celda aislada en la prisión de la Conciergerie, en medio de la noche del 1 de agosto de 1793. Ahí fue cuando ocurrió el episodio del cabezazo.
Desde ahí comenzó a ser trasladada a la sede del Tribunal Revolucionario, un organismo creado por Dantón (y que posteriormente terminaría por condenarlo a muerte a él) y en el que un fiscal, Fouquier-Tinville, realizó las acusaciones. “Se la acusó de haber sido, ‘durante toda su estancia en Francia, la maldición y el parásito de los franceses’, de haber celebrado ‘reuniones conspirativas [...] al amparo de la noche’ en las que se habían tramado todas las calamidades de la Revolución y de haber enseñado a Luis el ‘peligroso arte del disimulo’”, señala Popkin.
Decididos a humillar a la reina, las acusaciones no solo fueron políticas. “María Antonieta, en especial, fue despiadadamente atacada por sus supuestas depravaciones sexuales y su maléfico poder político que había castrado a la monarquía”, indica McPhee. Y fue uno de los dirigentes quien lanzó la piedra: “Hébert aseguró que María Antonieta había enseñado a su hijo a masturbarse y a menudo había compartido la cama con él. Esto justificaba el temor que tenía (Madame) De Staël de que los ataques a la reina reforzarían los prejuicios contra su sexo”, indica Popkin.
Azorada, la reina se levantó, y apeló a la solidaridad femenina para revertir las acusaciones. “La naturaleza se niega a responder a semejante acusación contra una madre”.
Pero la sororidad no le sirvió de nada. María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena fue condenada a muerte en la guillotina, la cual fue programada para el mediodía siguiente, 16 de octubre de 1793. En la mañana, desayunó el traidicional bouillon, el caldo francés, y se cambió de ropa frente a sus guardias con la ayuda de su criada Rosalie Lamorlière. Como no se le permitió ir de negro, optó por dar una señal con un vestido blanco.
Se le recortó la cola de su largo cabello gris, y a diferencia de lo ocurrido con su marido, no se le permitió escoger un sacerdote para confesarse, puesto que se le puso uno constitucional, con quien María Antonieta se negó a tratar. Y a diferencia del birlocho cerrado en que fue trasladado Luis XVI al cadalso, a ella se le llevó en un carruaje de madera abierto, donde recibió la rechifla y los proyectiles del pueblo.
Al llegar al cadalso, en la Plaza de la Concordia, perdió uno de sus zapatos, y con el otro, pisó accidentalmente el pie del verdugo, a quien le dijo: “Señor, le pido perdón, no lo hice a propósito”. Esas fueron sus últimas palabras antes de que el pesado cuchillo nacional cayera sobre su cuello. Fue la última reina de Francia, al menos durante el siglo XVIII. Posteriormente, María Amelia de Borbón-Dos Sicilias sería reina consorte de Luis Felipe I. Ni tampoco fue la última austriaca, ya que el mismísimo Napoléon Bonaparte contrajo matrimonio con la princesa María Luisa de Austria, en 1810, pero esa es otra historia.
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