Una mini orquesta llamada Matorral
Matorral en vivo aspira y triunfa en el control del sonido, de la sala. Lograron replicar con asombrosa fidelidad los complejos detalles instrumentales y compositivos de su nuevo álbum, Acto reflejo, que les exigen diversos instrumentos además de la base tradicional de guitarras, bajo y batería.
A punto de iniciar el bis, el baterista Ítalo Arauz se salió de libreto y habló a la audiencia del GAM sin micrófono la noche del viernes, suplantando brevemente la función del bajista Gonzalo Planet, encargado oficial de las introducciones, los saludos y los agradecimientos. Sin querer queriendo, Arauz resumió en una línea simple de qué se trata Matorral.
“La música que hacemos nosotros no es fácil”, sentenció.
La hora y media previa fue una demostración absoluta de sus palabras con el estreno oficial de Acto reflejo, el sexto álbum de la banda que completan el guitarrista, multi instrumentista y fundador Felipe Cadenasso, y el guitarrista y tecladista Antonio del Favero.
Con Acto reflejo, Matorral ha profundizado la elaboración de una música absolutamente alejada de sus inicios discográficos con Voces del rincón (2003), cuando el material era volátil, cargado de voltios, con un sonido vintage en plena marea retro rock, que exploraba el rock lisérgico según la adaptación chilensis hecha por algunas agrupaciones entre fines de los 60 y comienzos de los 70.
Aquel rock de Matorral era como un estudiante universitario de primer año que se lanza al carrete, la noche interminable y también asume su mortalidad. La voz de Cadenasso era melódica, decidida y frágil a la vez. La guitarra crepitaba, los redobles abundaban. En cambio, los últimos trabajos del conjunto representan al mismo alumno focalizado en los cursos finales, que comprende al fin de qué va la carrera y adora lo que estudia.
Matorral en vivo aspira y triunfa en el control del sonido, de la sala. Lograron replicar con asombrosa fidelidad los complejos detalles instrumentales y compositivos de Acto reflejo, que les exigen diversos instrumentos además de la base tradicional de guitarras, bajo y batería, a los que se agregan trompeta, teclado y un set de percusión análogo y electrónico a cargo de Rodrigo Muñoz, responsable además de voces y teclados. Se suman las armonías construidas a veces en conjunto, otras por separado de Planet y del Favero, a la voz principal de Cadenasso.
Este entramado convirtió a Matorral, a ratos, en una especie de mini orquesta desplegando diversas capas de sonido ensamblados en ritmos de cuadraturas poco ortodoxas y a la vez fluidas, como una máquina repitiendo un ciclo con breves alteraciones.
El control del volumen y la resolución permitió que cada uno de los instrumentos fueran identificables, algo que no siempre sucede con la música en vivo producto del ataque de decibeles. Los acordes mínimos, los golpes de baqueta al filo de los platillos para cerrar un corte, las cuentas entre ellos para guiar los complejos arranques y quiebres. Todo fue audible.
Matorral aún guarda parte del voltaje de su pasado y lo expuso sucinto en algunos pasajes del concierto donde el volumen aumentó sin desbordes. Sucedió particularmente en el bis con Mediodía de Resonancia en la zona central (2007), antes del desvío de la banda en dirección a una música que rehuye formalidades de estribillos pegajosos y demostraciones solistas.
El público, que hasta entonces había escuchado atentamente el concierto con los aplausos correspondientes, premiando el desempeño impecable de Matorral para rendir al pie de la letra el nuevo trabajo, reaccionó como si hubieran electrificado las butacas.
El breve regreso del viejo formato en medio de este control y deconstrucción patente de la última década, fue un maridaje preciso en la medida que cambia el plano dominante de Matorral para enfocar su obra. La alternancia funcionó dejando un eventual mensaje: el dominio sienta bien; lo mismo chasconearse un rato.
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