Fue una llamada de su abogado Mathew Rosengart la que avisó a Britney Spears el fin de la tutela a la que había estado sometida desde 2008. Un período en que la cantante perdió el control legal de su vida en manos de su padre, James Parnell Spears. “Estaba en un resort en Tahití en noviembre (de 2021) cuando Mathew me llamó para darme la noticia de que ya no estaba sujeta a la tutela (...) no podía creerlo cuando me llamó nada más salir de la vista en el tribunal para decirme que todo había terminado. Era libre”.
Ese momento decisivo es parte de las revelaciones incluidas en La mujer que soy, el libro de memorias de la afamada cantante que acaba de llegar a las tiendas editado por Plaza & Janés. Un volumen en que se explaya sobre sus orígenes, la escalada al éxito, los días bajo la tutela de su abusivo padre y cómo debió batallar duro para recuperar el control de su vida.
La tutela fue un período de 13 años, del que no se supo en demasía sino hasta cuando la misma Spears declaró por teléfono al Tribunal de Sucesiones de Los Ángeles en 2021 y denunció sus nefastas consecuencias. En el texto se explaya al respecto. Por ejemplo, puntualiza el control de su alimentación y las exigencias de su padre para someterse a estrictas dietas.
“Por mucho que hiciera dieta o ejercicio, mi padre siempre me decía que estaba gorda. Me obligó a seguir una dieta estricta (...) así que durante dos años casi no comí otra cosa que pollo y verduras enlatadas. Dos años sin poder comer nada de lo que quieres es mucho tiempo, sobre todo cuando son tu cuerpo, tu trabajo y tu alma los que están ganado el dinero del que vive todo mundo”.
Además del control sobre su cuerpo, Britney no podía disponer de su dinero. Cuenta que en esos días le daban 2 mil dólares a la semana, pese a que desde finales de 2013 mantuvo una residencia artística en Las Vegas que reportaba millonarias ganancias, las que iban al bolsillo de su padre. Una de las pocas noches en que consiguió salir, invitó a sus amigos y bailarines a cenar. Pero al momento de pagar, se dio de lleno con la realidad. “La cuenta ascendía a mil dólares, ya que éramos un grupo muy grande (...) el pago fue rechazado. No me quedaba suficiente dinero en la cuenta de la paga para abonar la cena”.
El ascenso de la Princesa del pop
El control y la ambición son puntos que tienden a cruzar el texto. Britney creció en su pueblo natal de Kentwood, Louisiana. Una localidad en el corazón del sur de EE.UU. que apenas suma algo más de 2.000 almas. Su padre había prosperado con una empresa de construcción y un gimnasio. Pero en un momento las cosas empeoraron y de pronto la familia comenzó a vivir estrecheces, que el patriarca ahogaba en el alcohol. “Mi padre también maltrataba a mi madre, aunque más bien era el tipo de alcohólico que desaparecía durante varios días”.
Por ello la incipiente carrera de Britney en el espectáculo fue vista como una oportunidad por su familia. A los 11 años logró quedar en el Club de Mickey Mouse, un popular programa infantil. Allí compartió con futuras estrellas del pop como Christina Aguilera, Justin Timberlake, así como los promisorios Ryan Gosling y Keri Russell.
A los 13 comenzó a beber daiquiris junto a su madre. “La forma en que bebíamos no tenía nada que ver con la forma en que lo hacía mi padre. Cuando él bebía se volvía más depresivo y se encerraba en sí mismo. Nosotras estábamos más contentas, más vivas, y con más ganas de aventura”.
Pero con los años llegaría su oportunidad en la industria musical. Y allí todo comenzó a correr rápido. Su primer sencillo, Baby one more time, escrito por el sueco Max Martin, le dio una creciente exposición. Ella misma, dice, fue la que propuso la idea del clásico videoclip en que vestida de escolar baila una coreografía en una secundaria. “Grabar ese videoclip fue la parte más divertida de preparar aquel álbum”.
Por entonces, ya comenzaba un romance con Justin, su antiguo compañero en el Club de Mickey Mouse. Se habían mantenido en contacto y compartían experiencias en común. El estrellato los reunió cuando él ya integraba las filas de la boyband NSYNC. “Cada vez que coincidíamos parecíamos unos imanes, lo decía incluso su madre. Enseguida nos juntábamos y nos pegábamos el uno al otro”.
Pronto, Britney se volvió una estrella. Y con ello debió soportar todo tipo de escrutinios. Más al ser presentada como un símbolo sexual. “Empecé a darme cuenta que cada vez había más hombres mayores entre mi público, y a veces se me ponían los pelos de punta al ver que me contemplaban con lascivia, como si para ellos fuera la encarnación de una especie de fantasía de Lolita”, detalla.
Entre la vorágine de la fama, comenzó a vivir con Justin. Fueron años de desenfado y escapadas nocturnas. Él la engañó, ella lo engañó de vuelta. Pero un momento crítico fue cuando descubrió que estaba embarazada de él. “Fue toda una sorpresa, pero para mí no fue ninguna tragedia”, cuenta. Pero Timberlake no quiso saber nada. “Dijo que no estábamos listos para tener un bebé en nuestras vidas, que éramos demasiado jóvenes”. Y así, sin recurrir a un hospital, ni consultar un médico, Britney se practicó un aborto. “El dolor era inimaginable (...) fui incapaz de moverme durante mucho rato”.
El título La mujer que soy, es finalmente un resumen de la lucha de Britney. Da cuenta de cómo una estrella de la música gana fama y fortuna, pero puede perder el control de su vida, su cuerpo y sus decisiones. Algo que ha celebrado desde que logró sacudirse de la tutela paterna. “La libertad para hacer lo que quiero me ha devuelto mi condición de mujer”.