Desaparecida, el caso Lucie Blackman: la insólita historia de la joven británica asesinada por un millonario japonés
Era azafata y tenía 21 años cuando desapareció en Tokio. Luego de una ardua investigación y 223 días sin saber de su paradero, el cuerpo de Blackman fue encontrado desmembrado y enterrado en una playa japonesa. ¿El responsable? Un extraño millonario japonés, que secuestró y abusó de cerca de 400 mujeres occidentales. Una historia que impactó a la comunidad inglesa en los 2000, y que hoy revive de la mano de un documental de Netflix.
Para el 2000, Tokio figuraba en el imaginario público como una de las ciudades más seguras del mundo. Cada vez eran más los aforinos que llegaban a la metrópolis japonesa para comenzar una nueva vida, cautivados por la enorme riqueza de su cultura.
Esa fue la historia de Lucie Blackman, una joven azafata británica de 21 años que decidió abandonar su trabajo de aeromoza para radicarse en el país nipón y ahorrar algo de dinero. Así, consiguió un empleo como anfitriona en el bar Casablanca, ubicado en la zona de Roppong. Un puesto que, en Japón, consiste en servir tragos y conversar con los asistentes, sin ninguna implicancia relacionada al comercio sexual.
Sin embargo, las cosas no tardarían en complicarse. El 1 de julio de ese año, Blackman fue vista por última vez saliendo del bar con un cliente. Al día siguiente no regresó a su casa. Pasaron algunas horas hasta que Louise, la amiga británica con la que compartía hogar, recibió una llamada de un hombre que le comunicó un mensaje extraño: aparentemente, Lucie se había unido a una secta satánica y no regresaría más.
Pero esa excusa estaba lejos de ser verosímil. Pronto, su compañera avisó a sus padres en Inglaterra, que rápidamente se movilizaron para comenzar la búsqueda de una joven que, con su caso, develaría la trama de un psicópata en serie que drogó y violó a mujeres extranjeras por años sin ser descubierto por las autoridades.
Ese insólito caso es el que recoge Desaparecida: El caso Lucie Blackman, el documental de Netflix que ahonda a profundidad en el secuestro y posterior asesinato de la joven, y la lucha de su familia por conseguir justicia en un país ajeno. Dirigido por Hyoe Yamamoto, el largometraje ahonda en todas las aristas de una historia que conmocionó al mundo del nuevo milenio.
Desde entrevistas con Tim Blackman, el padre de Lucie que ejerció como la cara visible de la búsqueda de justicia por su hija, a conversaciones profundas con los miembros de la policía involucrados en la investigación y el rol de los periodistas británicos asentados en Japón.
Las trabas de un caso complejo de resolver
El caso de Blackman fue complejo desde el comienzo. Al tratarse de una mujer extranjera, era bastante probable que la policía local no desgastara sus esfuerzos en encontrar una respuesta para el misterio detrás de esta desaparición. Justamente por eso, el padre de Lucie decidió contactar a los medios ingleses y japoneses para, públicamente, ejercer presión mediática y lograr que la investigación avanzara.
Así fue como empapeló la ciudad con la cara de su hija, e incluso logró una cita con el embajador británico para pedir que solicitara la colaboración de las autoridades en la búsqueda de la joven. De todas formas, el panorama no era para nada sencillo. Aunque la investigación siguió su curso, las cosas se complicaban para la policía.
Dadas las circunstancias de su desaparición, la mayoría de las pistas que se podían conseguir estaban en los recintos cercanos al bar donde trabajaba Lucie. Lamentablemente, los ánimos de colaboración de las otras anfitrionas eran casi nulos, pues en la mayoría de los casos se trataba de jóvenes que trabajaban sin la visa correspondiente. El temor a ser arrestadas era latente y el paradero de Blackman se volvía cada vez más borroso.
A todo esto, se sumaban una serie de pistas falsas y conjeturas de la prensa que entorpecían el proceso. Una de las más llamativas fue una supuesta nota firmada por la joven, que decía “déjenme en paz, estoy haciendo lo que quiero”.
Cuando las cosas parecían definitivamente estancadas, el sargento Junichiro Kuku decidió revisar nuevamente todos los informes asociados al caso. Así fue como descubrió el testimonio de una anfitriona de un club nocturno de Roppongi, donde señalaba que, luego de aceptar la invitación a salir de un cliente, despertó con dolores corporales y con sospechas de haber sido drogada.
Esta pista los llevó a descubrir una serie de relatos similares, todas con el mismo patrón: jóvenes extranjeras que ejercían dicho oficio, y que habían salido de sus clubes con un hombre japonés de mediana edad. Pronto, la tesis se hacía evidente. Estaban frente a un violador en serie, de buena situación económica, obsesionado con las mujeres occidentales y que llevaba años operando de la misma forma, confiado en que sus víctimas no denunciarían.
El misterio de Joji Obara
Luego de conversar con varias de las muchachas, dieron con una joven australiana que recordaba haber anotado en su libreta el nombre y teléfono de su atacante. Y aunque el escrito se encontraba tachado, la policía logró descifrar los datos.
Por fin, el sospechoso adoptaba una identidad: Yuji Honda, cuyo número de contacto terminaba en 3301. Finalmente pudieron dar con un celular en cuyos registros estaba la australiana, y a través del rastreo de las llamadas del teléfono, lograron definir que el contacto venía desde Akasaka, una de las zonas más caras de Tokio.
Siguieron el rastro y llegaron a un edificio de lujo, y siguiendo las pistas proporcionadas por las jóvenes -cada una recordaba un modelo de auto distinto-, lograron dar con un departamento con varios automóviles importados a su nombre. Además, el sujeto tenía registradas varias propiedades con vista al mar, una de ellas reconocida por una de sus víctimas.
Pero una de las pistas más relevantes fue entregada por la camarera de un restorán cercano al edificio, que reconoció a Lucie como una de las mujeres que llegaron a cenar acompañadas de un hombre.
Así lograron dar con un nombre verdadero: Joji Obara, un empresario inmobiliario solitario y extraño que evitaba mostrar su rostro. Sin embargo, todavía faltaba encontrar alguna conexión certera para relacionarlo con la desaparición de Blackman. La siguiente movida de la policía fue mostrar su rostro a las víctimas, que lo reconocieron de inmediato, y así poder arrestarlo por los delitos cometidos contra ellas.
Cuando los detectives ingresaron a registrar sus departamentos -con la esperanza de que la joven estuviera secuestrada y aún con vida- no pudieron creer lo que encontraron. Además de tener varios sedantes, encontraron una serie de VHS que contenían las grabaciones de sus ataques a las muchachas que capturaba. En total, se contabilizaron cerca de 400 víctimas distintas.
También hallaron su diario de vida. Un cuaderno donde escribía que buscaba “venganza contra el mundo” y que sus planes eran “haber tenido sexo con 500 personas para cuando tenga 50 años”. Además, detallaba sus intenciones de transformarse en una persona malvada y se explayaba sobre sus crímenes.
Cabe destacar que Obara era un sujeto extraño. Provenía de una familia rica y había sido merecedor de una gran herencia por parte de su padre. Entre sus antecedentes, figuraba una detención por haberse vestido de mujer para entrar al baño de damas y grabar a las usuarias.
Por desgracis, para este punto todavía no había rastros de Lucie. Hasta que la policía descubrió que la obsesión de Obara por coleccionar objetos lo llevó a guardar todas las boletas de sus compras. De esta forma, comenzaron a buscar los documentos del día de la desaparición de la joven para rastrear sus movimientos. Las esperanzas de hallarla con vida se desvanecieron cuando se percataron de que, entre los recibos, habían pruebas de la compra de diversos artículos para entrerrar un cuerpo.
Tras buscar en la zona cercana al departamento de la playa, los oficiales encontraron su cuerpo descuartizado y enterrado en una cueva. El hallazgo fue el 9 de febrero del 2001, cuando se cumplían 223 días de su desaparición.
En primera instancia, la justicia determinó que era culpable por algunas de las violaciones (de las jóvenes que se atrevieron a denunciar a pesar del temor a ser deportadas), pero no por el asesinato de Lucie. De todas formas, el caso de la británicoa logró dar justicia a otra familia: la de Carita Ridgway, una joven que falleció tras presentar una reacción adversa a los fármacos con los que Obara la drogó.
Luego de un largo proceso, la familia de Blackman pudo conseguir justicia por su hija, logrando a través de la apelación que la condena perpetua de su asesino se transformara en irrevocable.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.