Del color a las teleseries: libro revisita la TV chilena en la era de Pinochet
Mucha tele se llama el volumen publicado por el Fondo de Cultura Económica en que en base a testimonios se cuenta cómo se desarrolló la industria televisiva entre 1973 y 1990. Hitos claves como la llegada del color, las teleseries, programas icónicos y el Festival de Viña pasan por las páginas que revisamos junto a sus autores.
En 1978 no solo Argentina ganó su mundial de fútbol de la mano de Kempes, Passarella y Fillol, en Chile ocurrió un salto tecnológico de dimensiones colosales: el paso de la TV en blanco y negro al color. Parecía solo cosa de cambiar el televisor en cada hogar, pero en rigor el proceso implicaba sumergirse en una piscina profunda.
Agustín Inostroza lo recordó así: “Los maquilladores tuvieron que aprender de nuevo, el vestuario igual. Cuando era blanco y negro, nos echaban una pasta media naranja en la cara, y después de eso las pestañas y cejas tenían otros retoques. En ropa había colores que no podían usarse”.
Las declaraciones del locutor y animador de TV son recogidas en el libro Mucha Tele: una historia coral de la TV en dictadura, que los periodistas Rafael Valle y Marcelo Contreras publican a través de la editorial Fondo de Cultura Económica (FCE). En el volumen recorren cómo fue la evolución de la industria televisiva local desde el 11 de septiembre de 1973 a la vuelta a la democracia.
En esos 17 años, no solo la TV pasó al color, también los chilenos pudieron ver programas inolvidables como el Jappening con Ja, Los Valverde, Dingolondango, El Festival de la 1, Pipiripao, El Mundo del Profesor Rossa, Informe Especial, Extra Jóvenes o ¿Cuánto vale el show?, además de teleseries icónicas como La madrastra, La torre 10 o Ángel Malo y por supuesto, la consolidación del Festival de Viña pensado como un show televisivo antes que una competencia de canciones.
“La presencia del régimen se hizo sentir especialmente en TVN, con gran manejo comunicacional en el área de prensa, algo que empieza a decaer con cierto nivel de apertura que se produce después del Plebiscito de 1988 -señala a Culto Rafael Valle-. Lucía Hiriart de Pinochet es un personaje con protagonismo en esa área, teniendo incluso un camarógrafo a su disposición en el informativo 60 Minutos para salir frecuentemente mostrando sus actividades. Algunos entrevistados también nos dan cuenta de la presencia de la CNI dentro del canal público, desde funcionarios de bajo perfil hasta gente como Álvaro Corbalán, asiduo asistente a los estelares del canal y el Festival de Viña, y pareja de la vedette María José Nieto. El régimen se hace sentir en los otros canales también, pero mucho más en el sentido de generar autocensura; es decir, se hacen programas que no tengan contenidos ‘complejos’ o puedan incomodar al régimen”.
Por su lado, Marcelo Contreras agrega: “El régimen impone el neoliberalismo en la TV. Se acabó el financiamiento estatal y la publicidad entró de lleno en 1977. En cuanto a la relación, es caso a caso. La intervención más gruesa ocurre en TVN con militares de alto rango absolutamente ignorantes del medio a cargo con escenas desopilantes como evidencia del desconocimiento del área, obligados a confiar en gente muy joven. Canal 13 supo lidiar gracias a la muñeca de Eliodoro Rodríguez, muy celoso del canal y sus dominios; Canal 11 funcionaba con una presencia del régimen en una situación intermedia entre TVN y el 13; finalmente UCV TV de Valparaíso, se limitó a la autocensura y una progresiva especialización en programación infantil. Sin embargo, en los 80, fueron pioneros -y muy hábiles gracias a figuras como Cote Evans- en introducir la política en formato de conversación haciendo una finta al control de Dinacos”.
El volumen recoge los testimonios de múltiples protagonistas de la época, organizados de manera coral, sin una narrativa que guíe. En el camino, Valle y Contreras fueron notando algunos elementos que les llamaron la atención. “Cosas como el choque o convivencia forzada y repentina de dos ‘culturas’ distintas en TVN, que es algo que nos cuenta Mercedes Ducci -señala Valle-. En 1973 TVN es aún un canal con pocos años de existencia, donde trabaja mucha gente joven y que de la noche a la mañana tiene directores ejecutivos que vienen desde el Ejército, desde los cuarteles, que trabajan con el concepto de verticalidad del mando y que, por lo general, saben poco o nada del medio televisivo. También nos llama la atención lo que hace, por ejemplo, Alfredo Lamadrid con Canal 11, como gerente de programación, al convertirlo en una estación que llega a competir con los canales grandes al lograr más audiencia e insertar formatos hasta entonces inéditos en la TV local: matinales, teleseries nocturnas, un programa infantil fenómeno como Los Bochincheros, etc”.
“(Sorprendieron) las ganas de hablar, de hacer memoria, revelar los entresijos, cómo había que moverse en el medio cuando no estabas seguro si la persona con la que trabajabas podía ser un soplón -agrega Contreras-. Lo otro es el desarrollo que alcanzó la industria televisiva en Chile, el nivel de producción, la dinámica que generaba en puestos de trabajo en distintas áreas, desde artistas de toda índole, a técnicos y profesionales montando grandes programas, teleseries, la adaptación a nuevas tecnologías; cierto arrojo, si se quiere, en un medio que era relativamente joven enfrentado a un contexto dictatorial. Esa industria que movía millones y daba una gran cantidad de trabajo, se atomizó hasta la uniformidad actual”.
Un elemento ineludible al hablar de esta época es la censura. Por la misma naturaleza autoritaria del régimen militar, que tenía elementos como la Dinacos para marcar pauta cuando lo ameritaba. Lo explica Contreras: “La principal preocupación era el tema informativo y, en menor medida, lo valórico donde las esposas de los altos oficiales, tenían una alta influencia. Había una serie de códigos sobre lo que no se podía mostrar en las teleseries. Si una pareja estaba en la cama, la argolla a la vista. Otra forma de control eran las listas negras, con una serie de artistas vetados. Pero a medida que transcurrieron los años, y sobre todo en los 80, los canales no podían evitar tener gente en pantalla y tras las cámaras abiertamente opositora. Caso emblemático el de Pato Torres, que hasta en el vestir proclamaba su militancia de izquierda y, sin embargo, tenía un trato franco y directo con la máxima autoridad de TVN”.
Un elemento muy comentado es la TV como un “circo” para aquietar a las masas en una época especialmente dura para el país. Sin embargo, los autores ponen la pelota al piso en ese aspecto. Valle indica: “No tenemos testimonio alguno donde se nos diga que hubo instrucciones específicas desde el régimen por hacer programas de entretención o evasivos. El Jappening con Ja, por ejemplo, espacio al que frecuentemente se le pone ese rótulo, no nació por instrucción del poder militar, sino por el deseo de cinco personas que habían trabajado juntas en otro programa –Dingolondango- y que presentan una propuesta de humor a TVN. Si hubo un viraje a la entretención es porque directores o productores creaban ese tipo de contenidos que sabían que no les haría entrar en conflicto con la autoridad, aunque hubo una que otra excepción”.
Contreras agrega: “Se tiende a creer que en esos años todo estaba fríamente calculado. Y sobre esa aseveración, el ejemplo recurrente es el Jappening, planificado para divertir a las masas. El origen del programa es mucho más prosaico: nace de un despido de Gloria Benavides. Fernando Alarcón nos dio una respuesta basada en su profesión como periodista: hay que tener datos, investigar antes de lanzar aseveraciones tajantes. El Jappening tenía gente de todos los espectros en sus distintas alineaciones, desde la extrema izquierda hasta simpatizantes abiertos del régimen y la ultraderecha. Y la televisión tenía que seguir funcionando en función de entretener, informar y educar y -lo más importante- financiarse. Como resultado, se producían una diversidad de programas para distintas edades. ¿Circo acaso? No lo creo, sino gente que necesitaba seguir trabajando como todos. Nadie tenía un plan b. Era gente joven mayoritariamente, que debía trabajar para sostener sus vidas y la de sus familias”.
Las teleseries, por supuesto, fueron un elemento que marcó mucho a los televidentes de esos años. Acá se observa el nacimiento de una industria de los culebrones. Rafael Valle lo explica: “La Madrastra –en 1981- se convierte en un fenómeno de audiencia que consagra no solo a la recién creada Área Dramática de Canal 13, sino que hace que TVN también empiece a explotar ese filón. El hecho de crezca la producción de obras del género, con dos teleseries a año en TVN y Canal 13, indudablemente hace que la profesionalización sea mayor, lo que no quiere decir que antes, cuando las telenovelas chilenas las hacía la productora Protab, no existiera. Un hito también en este tema es la llegada del brasileño Herval Rossano al Área Dramática de TVN, que trae métodos de trabajo de la gigantesca industria de entretención de su país: grabar más en exteriores, grabar de un tirón todas las escenas que transcurren con determinada escenografía, etc”.
Contreras añade: “Se implementaron sistemas importados de Brasil que se utilizan hasta hoy para producir y grabar maximizando los tiempos y el dinero. Hubo un desarrollo en todos los aspectos, desde los guiones hasta las maneras de los actores provenientes en su mayoría del teatro -con notables excepciones como Carolina Arregui-, para comprender y adaptarse a este formato con una prehistoria en los 70, por el trabajo de la productora Protab”.
Es en este tiempo en que el Festival de Viña adquiere su sello como un evento netamente televisivo. “Diría que hoy, actualmente, es más un programa de TV, con una competencia convertida en una suerte de concurso de talentos, con publicidad omnipresente en la Quinta Vergara -señala Valle-. Antes el Festival era más ostentoso, mucho más formal, más cuidado y controlado; basta con recordar que uno de los países que llegaba a la competencia internacional en la época de Pinochet era ‘Cuba en el exilio’. Con todo, el Festival se transmitía por televisión como el gran evento de cierre del verano. Eso empieza a darse desde mediados de los 70, y ahí la figura clave es la de Antonio Vodanovic, que le da una continuidad al instalarse como su animador emblemático, como maestro de ceremonias, lo que también le permite saltar a él a los estelares”.
Contreras añade: “Se comienzan a desarrollar dos festivales, uno que ocurría en la quinta Vergara, y otro que sucedía por la transmisión con momentos especialmente creados desde la mesa de dirección, manejando las luces y las cámaras, como el episodio del Puma Rodríguez exigiendo la gaviota en 1988, con su memorable sentencia ‘hay que escuchar la voz del pueblo’. Se interpretó como una crítica al régimen en el año del Sí y el No cuando, en rigor, el Puma era pinochetista, según nos contaron en nuestra investigación. Definitivamente los 80 es el asentamiento del festival como un gran show de televisión, en un gigantesco escenario en medio de un bosque viñamarino”.
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