¿Disciplina o maltrato?: Campamento Infernal, el tétrico documental de Netflix sobre reformatorios juveniles
Aunque eran vendidos a los padres como una solución a la rebeldía de sus hijos, lo cierto es que terminaban por configurarse como verdaderos espacios de tortura para los jóvenes. Maltrato físico y psicológico, abuso sexual y asilamiento eran solo algunas de las técnicas aplicadas en los campamentos, en los que se han registrado al menos 86 muertes. En una hora y media, la producción del gigante del streaming ahonda en los inicios de este millonario negocio, que marcó la vida de celebridades como Paris Hilton y Chet Hanks.
Paris Hilton tenía 16 años cuando una pareja de hombres irrumpió en su habitación durante una madrugada. Los sujetos la despertaron y se la llevaron a la fuerza desde Nueva York a Utah, al otro extremo del país. Recuerda haber gritado y pedido auxilio, pero su resistencia no tuvo ningún efecto. Lo que a todas luces era un secuestro estaba, insólitamente, consentido por sus padres.
La captura de la socialité era el principio de una experiencia que la marcaría de por vida: un millonario campamento reformatorio para jóvenes problemáticos que, a través de métodos cuestionables y violentos, prometía a los padres un cambio permanente en la conducta de sus hijos.
Lejos de provocar un efecto positivo en ella, su paso por el lugar se transformó en un trauma que hoy la tiene como una de las principales voceras de los sobrevivientes a estos programas, que proliferaron durante los ochenta y que todavía se mantienen vigentes en algunas ciudades del país norteamericano. “Durante los últimos veinte años, he tenido una pesadilla recurrente en la que dos extraños me secuestran en medio de la noche, me registraron sin ropa y me encerraron en una instalación. Ojalá pudiera decirles que esta pesadilla inquietante fue simplemente un sueño, pero no lo es”, confesó la heredera de los hoteles Hilton ante el comité del Senado estatal en el Capitolio de Utah, que discutía sobre la nula regulación que existe para estas empresas.
El calibre de su testimonio causó conmoción y despertó alarmas en la sociedad estadounidense. “Cuando llegué sabía que iba a ser peor que cualquiera de los otros colegios en los que había estado previamente”, contó en una entrevista a la revista People. “Se supone que era una escuela, pero las clases no eran el foco para nada”.
“Desde el momento en que me despertaba hasta que me iba a dormir, tenía gente gritándome en la cara. Era una tortura continua. La gente que trabajaba allí nos decía cosas terribles. Constantemente te hacían sentir mal sobre ti misma, te hacían bullying. Creo que su meta era quebrarnos. También eran físicamente abusivos, nos pegaban y nos estrangulaban. Querían que reinara el miedo entre los chicos para que estuviéramos demasiado asustados como para desobedecerlos”, recordó sobre su experiencia, la misma que vivieron -y siguen viviendo- miles de jóvenes en el país estadounidense.
Allí, la joven tenía estrictamente prohibido comunicarse con su familia. De todas formas, la excusa de los encargados del campamento era que nadie le creería. Sin embargo, lo que ocurría allí era bastante grave, e iba desde golpes y medicación obligada a extensos aislamientos individuales e incluso situaciones que cruzan la línea del abuso sexual.
“Cada vez que usaba el baño o me duchaba, se monitoreaba. A los 16 años, cuando era niña, sentí sus ojos penetrantes mirando mi cuerpo. Era solo una niña y me sentía violada todos los días”, confidenció en el senado. Provo Canyon School era la institución por la que pasó Hilton, aunque el testimonio de jóvenes de otros campamentos (que se reconocen a sí mismos como “sobrevivientes”) deja en evidencia que aquellas prácticas eran transversales y extensivas a otros centros.
El origen de toda esta industria es claro, y tiene nombre y apellido: Steve Cartisano, un ex miembro de la fuerza aérea que fundó el Challenger Wilderness Program, la primera piedra en el mundo de los reformatorios a la interperie. Por estos días, el estreno de Campamento Infernal: pesadilla adolescente -un reciente documental de Netflix que expone las diversas denuncias que recaen sobre Cartisano y su negocio- volvió a poner en la palestra el asunto.
En una hora y media, el largometraje dirigido por Liza Williams expone todas las aristas del Challenger, con testimonios de las víctimas y ahondando en el origen de una empresa que todavía factura millones de dólares.
El método Cartisano
Corrían los años 80 y Estados Unidos atravesaba un momento bastante conservador. El gobierno a cargo de Ronald Reagan trajo de vuelta el conservadurismo y realzó los valores cristianos en una buena parte de la población. La rebeldía de los jóvenes no era vista con buenos ojos.
En ese contexto, Steve Cartisano vio el temor de los padres como una oportunidad gigante. Así fue como inició el Challenger, que, en un principio, funcionaba como un campamento por el desierto de Utah con características militares. Allí, Cartisano prometía la cura a todos los problemas de la juventud, desde las adicciones hasta enfermedades de salud mental como la depresión. Todos, bajo el mismo tratamiento y a cambio de varios miles de dólares.
El método era el mismo que aplicaron con Paris Hilton. Durante las madrugadas, dos hombres corpulentos se colaban en las habitaciones de los adolescentes para simular un secuestro. A las horas después, se enteraban de que en realidad todo fue acordado con sus propios padres, que cedían la tutela de sus hijos a Cartisano para darle una suerte de carta blanca en el trato hacia los muchachos.
Según evidencia la producción de Netflix, el programa liderado por el ex militar tenía bastante publicidad en la televisión de la época. “Hay demasiada gente que excusa el comportamiento de los muchachos. Deben entender que son responsables de sus vidas y de sus acciones”, se le escucha decir en un programa de TV. Sin embargo, el mismo testimonio de las víctimas dejaron en claro que lo que le prometían estaba lejos de reflejarse en la realidad.
Lo que se le vendía a los padres como una instancia esencialmente terapéutica terminaba poniendo a prueba los límites de supervivencia de los menores, que eran sometidos a golpes, caminatas kilométricas, hambre y a una cruda exposición al entorno desértico de Utah. Todo esto, a cargo de monitores que no contaban con ninguna credencial para trabajar con niños y fuera del alcance de las autoridades.
Por ende, las consecuencias fueron traumáticas. Lejos de mejorar, la mayoría de los jóvenes aseguraron que al poco tiempo volvieron a experimentar los mismos problemas que los llevaron a ingresar al programa, e incluso llegaron a desarrollar estrés post traumático.
Pero las cosas se salieron definitivamente de control cuando sucedió la primera muerte en el contexto del reformatorio. Kristen Chase tenía apenas 16 años cuando fue inscrita en el programa de Cartisano, en 1990. Durante su infancia había sido una niña tranquila, pero entrada la adolescencia comenzó con problemas de conducta. Su madre decidió enviarla al programa cuando, además de repetir de curso, sufrió una sobredosis de fármacos. “La pobre estaba pasándola mal. No sabíamos como ayudarla. Uno lo hace con la mejor de las intenciones”, recordó ante las cámaras de Netflix. Nunca pensó que no regresaría jamás.
En medio del desierto, y en una de las tantas caminatas con las que abría el Challenger, la joven comenzó a mostrar claros signos de deshidratación. Señales que fueron interpretadas por los monitores como un simple bochorno de una joven consentida. Luego de caminar varios kilómetros bajo el sol, Kristen cayó desplomada al suelo. Cuando llegó la ambulancia ya estaba muerta.
En su momento, la reacción de las autoridades fue lapidaria. “Me crié en una familia de ganaderos en pleno desierto. La gente que se crió en el área sabe y entiende las dificultades de este tipo de terreno, con distancias de 15 kilómetros entre un pozo y otro. El personal no tenía mucha información y muchos de ellos eran antiguos participantes del Challenger. Era cuestión de tiempo para que ocurriera una tragedia”, aseguró Max Jackson, sheriff del condado que estuvo a cargo de la primera investigación contra Cartisano. “Si mandas alguien al desierto, cae desplomado y muestra signos de agotamiento por calor, lo tratas”.
Sin embargo, el hombre detrás de la industria estuvo lejos de hacer un mea culpa. “Creo firmemente en estos programas. He visto cambiar tantas vidas y a tantos padres agradecidos que me niego a ceder ante un puñado de burócratas que ni se toman la molestia de venir”, se le escucha decir en una entrevista televisada. A pesar de la gravedad de los hechos, Cartisano nunca fue a la cárcel. Siguió por varios años con su negocio, con distintos nombres y en diversos países donde la legislación sobre este tipo de campamentos es un área gris. Y aunque incluso fue acusado de abuso sexual por parte de una de las jóvenes que asistieron al programa, siguió trabajando prácticamente sin ningún impedimento.
Una red de sobrevivientes
En general, las consecuencias de este tipo de campamentos son devastadoras. Un reportaje del New York Times estimó que entre el 2000 y el 2015 murieron cerca de 86 menores en el contexto de los programas. Aun así, fue hace pocos años que tomó fuerza la idea de legislar para regularizar este tipo de negocios en Estados Unidos.
Esto, gracias al trabajo de activismo que han hecho los sobrevivientes a los reformatorios. Unsilenced es una de las mayores asociaciones, y que además hace trabajo investigativo sobre la condición de estas empresas. Según sus cálculos, actualmente hay más de cinco mil organizaciones de este tipo por todo Estados Unidos, concentrados en estados como Utah, que por su geografía y falta de normativa favorecen el surgimiento de estas.
Para los ex asistentes, lo más importante es evitar que más niños sigan pasando por esta experiencia. “Escondí mi verdad durante mucho tiempo, pero estoy orgullosa de la mujer en la que me convertí. La gente probablemente asume que todo en la vida me resultó muy fácil, pero ahora quiero mostrarle al mundo quién soy realmente. Quiero que estos lugares cierren, que se hagan cargo de lo que hicieron. Quiero ser la voz de los niños que han vivido algo así. Quiero que esto pare para siempre y voy a hacer todo lo posible para que suceda”, aseguró Paris Hilton en su entrevista con People, y no es la única celebridad que ha pasado por estos programas. Tom Hanks también envió a su hijo Chet a uno de los reformatorios, y en el documental se menciona que también participó uno que otro heredero de la familia Rockefeller.
“Nos hacían marchar en círculos con una mochila de 80 libras a la espalda. Hay muchas cosas que pasan por tu mente en esos momentos. Estás bajo observación... Te están psicoanalizando y te están desmenuzando”, recordó hace un tiempo el hijo de Hanks, que fue enviado al campamento luego de que sus padres lo descubrieran consumiendo drogas.
Según la directora de la película, esa intención de evitar nuevos abusos también fue un estímulo importante para los sobrevivientes que decidieron dar su testimonio en el documental. “Fue complicado convencer a mucha gente para que hablara; obviamente, sus experiencias fueron realmente traumáticas”, comentó Liza Williams en una entrevista con Variety. “Pero creo que muchos de ellos sintieron que realmente querían dejar las cosas claras, y había pasado mucho tiempo. Ahora eran adultos de pleno derecho. Y de verdad querían dejarlo constancia, porque estos campos todavía existen. Creo que muchos de ellos sintieron que realmente querían intentar marcar una diferencia para las personas que podrían estar asistiendo a campamentos similares ahora”.
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