We are the world: la noche de los egos vencidos
El recién estrenado documental de Netflix La Gran noche del pop, muestra cómo fue posible reunir en un estudio a algunas de las más grandes estrellas musicales de mediados de los 80 en torno a una canción montada con apuro, convertida en un clásico.
Entre la noche del 28 de enero de 1985 y la madrugada siguiente, sucedió un evento único en la historia del pop mundial. En los estudios A&M de Los Ángeles se reunieron durante diez horas 42 artistas, varios de ellos entre los más aclamados de la industria por décadas, para grabar una canción benéfica sin recibir pago alguno ni regalías. Se trataba de una operación ejecutada casi en secreto, donde un sencillo cartel escrito a mano pegado al ingreso de la sala principal daba una sugerencia ad-hoc, dado el calibre de los convocados:
“Deja el ego en la puerta”.
Fue la jornada en que se grabó We are the world, el octavo single de mayores ventas en la historia, en ayuda del continente africano asolado por hambrunas en distintos países. El legendario Harry Belafonte, actor y músico consagrado, de respetada trayectoria en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, había tomado nota de Do they know is christmas?, el single británico de 1984 promovido por Bob Geldof para llevar ayuda a Uganda, una de las naciones símbolo de la devastación infantil por la falta de comida.
Asociado con Ken Kragen, un peso pesado en la representación de artistas de primera línea, comenzó a acariciar la idea de replicar la experiencia británica. A Belafonte le inquietaba el hecho de que los artistas afroamericanos, no habían dado señal alguna de solidaridad con el tema, en tanto los músicos pop ingleses -mayoritariamente blancos-, se mostraban sensibles ante la catástrofe.
Mientras Do they know is christmas? apuntaba a Uganda como paradigma del desastre -a Geldof se le ocurrió la idea tras ver un reporte de la BBC-, los estadounidenses metieron a todo el continente en el mismo saco, resumido en la frase promocional USA for Africa.
La operación previa y la maratónica jornada de grabación son detalladas en el documental de Netflix La Gran noche del pop del director vietnamita-estadounidense Bao Nguyen, el mismo tras Be water (2020), sobre la vida de Bruce Lee. Lionel Richie, productor ejecutivo del film, es una de las principales fuentes entrevistadas, pivotal en la narración.
El ex vocalista de The Commodores, una de las bandas más trascendentes del funk, el soul y el pop de los 70, se había convertido en un solista de extraordinario éxito. Según su relato, fue el tercer convocado para el proyecto en un momento en que estaba particularmente ocupado ad portas de una gira, y preparándose para animar los American music awards, donde además competía en varias categorías.
Richie sugirió a Quincy Jones como productor, símbolo de prestigio y éxito trabajando con los más grandes entre los grandes, partiendo por Frank Sinatra. “Tenía el respeto de todos los músicos del planeta”, sintetiza.
El siguiente fue Stevie Wonder, pero el creador de Superstition no atendió el teléfono. La lista corrió hasta la estrella pop más grande del momento.
Tarareando
Michael Jackson componía con un método que dejó asombrado a Lionel Richie: todos los arreglos eran tarareados. Richie asevera -y se equivoca-, que se debía a que Jackson no dominaba instrumentos. Hay un video del rey del pop visitando a Tomita en medio de una gira en Japón en 1987 donde toca sintetizador, en tanto figura en categoría de multiinstrumentista en HIStory (1995). Como fuera, ambos comenzaron a componer con el tiempo en contra, conscientes de que la canción debía romperla.
En paralelo, Ken Kragen sugirió abrir las invitaciones a cantantes blancos totémicos como Bob Dylan, Kenny Rogers y Paul Simon, y figuras regalonas de MTV como Huey Lewis y Kenny Loggins.
La convocatoria general se centró en veteranos ampliamente respetados como Ray Charles, Diana Ross y Dionne Warwick; consagrados como Bruce Springsteen, que a esas alturas sumaba una década de éxito, y estrellas pop en plena efervescencia como Cyndi Lauper, cuya presencia fue impuesta por Kragen, a costa de Madonna.
Uno de los objetivos era lograr la participación de Prince, entre los principales nominados a los American music awards, en competencia directa con Michael Jackson.
La premiación, fechada para el 28 de enero en Los Ángeles, era clave en el proyecto de grabar la canción. Así, los costos de producción se reducían notablemente, porque la mayoría de los convocados asistía o participaba en la ceremonia, con la estadía pagada. Cerrado el show, el compromiso era asistir a la sesión dirigida por Quincy Jones, y con el sonido a cargo de Humberto Gatica.
El reputado ingeniero chileno cuenta detalles sabrosos en el documental; entre ellos, revela aún cabreado el nombre (no spoiler) de una de las voces solistas que se emborrachó, entorpeciendo la grabación.
Tranquilo Bob Dylan
El material a disposición de Bao Nguyen es extraordinario, en la medida que las cámaras estuvieron encendidas gran parte de la sesión. El montaje de We are the world se desarrolla con urgencia y nervios. El ambiente pasa por las fases de una sala de clases: risas, barullo, el progresivo llamado de atención de Quincy Jones como el maestro a cargo, y las dudas entre los artistas por quiénes serían elegidos para las voces solistas.
La artesanía entre el productor, Gatica, arreglistas y los propios participantes sugiriendo cambios -Steve Perry de Journey demuestra particular talento proponiendo armonías-, es una clase musical exprés.
También se revelan las excentricidades de algunos y la suerte de escalafón entre ellos. El legendario Smokey Robinson por ejemplo, fue el único que se atrevió a discutir una decisión de Michael Jackson, a quien conocía desde niño.
La Gran noche del pop captura instancias íntimas del proceso creativo, revelatorias de la humanidad tras estos talentos descomunales. Las secuencias que escudriñan a un nervioso Bob Dylan, tratando de encajar en ese ambiente plagado de estrellas, en uno de los periodos artísticos más bajos de su trayectoria, son oro puro. Qué decir -no spoiler- de la manera en que Stevie Wonder desanuda su tensión.
Déjame tocar la guitarra
El documental revolotea, entre otras tensiones ligeras, en el redoble de tambores que instaló Prince con su eventual presencia aquella noche. A diferencia del resto, el creador de Purple rain puso condiciones como grabar aparte un solo de guitarra. Lionel Richie y Quincy Jones, conscientes de que cualquier demostración de privilegio no sentaría bien en el ambiente solidario, declinaron la oferta. Sin embargo, Michael Jackson grabó sus partes horas antes mientras los artistas estaban en la premiación de los American music awards que, por cierto, concedieron seis premios al anfitrión Lionel Richie.
En cuanto a Prince, el documental no da mayores pistas sobre su ausencia final, excepto la explicación de Sheila E. sobre su incomodidad en ambientes atiborrados. Entre las especulaciones ausentes en esta investigación figuran la rivalidad cierta con Michael Jackson, una supuesta mala onda con Bob Geldof -presente en la grabación de We are the world-, y su pobre opinión sobre la canción.
La guitarrista Wendy Melvoin de Prince and The Revolution contó la impresión del fallecido astro, sobre la pieza compuesta por Michael Jackson y Lionel Richie. “Él piensa que es un tipo rudo y quería verse genial -explicó-, y sentía que la canción de We are the world era horrible”.
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