Balas y sangre en la Plaza Bulnes, historia de una masacre olvidada
En enero de 1946, una serie de manifestaciones de calicheros en el norte grande motivadas por modificaciones en sus condiciones de trabajo, llevaron a la Confederación de Trabajadores de Chile a convocar a manifestaciones en su apoyo. Una de estas se convocó en la Plaza Bulnes, el habitual punto usado para las movilizaciones en la época. Pero todo acabó con una sangrienta jornada, marcada por la fuerte acción policial, manifestantes muertos y los desórdenes públicos.
El 17 de enero de 1946, los periódicos informaron una noticia de alto impacto: el Presidente de la República, Juan Antonio Ríos Morales, entonces de 57 años y muy afectado por un cáncer -que lo llevó a la muerte meses más tarde-, delegó el mando supremo de la nación en favor del vicepresidente, Alfredo Duhalde, quien asumió como interino esa mañana. Mientras recibía las primeras felicitaciones y se imponía del estado de la Nación, Duhalde ignoraba que en ese mismo día comenzaba a gestarse la primera crisis de su mandato. Una que explotó días más tarde en la Plaza Bulnes.
Muy lejos de la capital, en el norte grande, los sindicatos de los trabajadores de las salitreras Mapocho y Humberstone convocaron a una huelga. Como en otros momentos de la historia, todo ocurrió por un hecho puntual, que empujó tensiones latentes; en este caso, el fue el drástico aumento de precios de los bienes de consumo básico en las pulperías de las oficinas. Estos eran los lugares donde los obreros se abastecían en la soledad de la pampa. Es decir, la subida golpeaba directamente sus ingresos.
Pero resultó que aquella medida solo echó más leña a una caldera ya muy cargada. “En el mes de octubre de 1945 intempestivamente la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta (COSATAN) modificó unilateralmente las condiciones de trabajo de sus obreros que habían sido acordadas con antelación en sus contratos. La capacidad de las bateas de 75 toneladas fueron aumentadas a 105 toneladas, sin que aumentara el salario. En la sección máquinas sucedió algo parecido: de 8 toneladas por cada turno de 8 horas de trabajo fue aumentada en una tonelada más, sin que tampoco hubiese más remuneración”, explica Viviana Bravo Vargas en su artículo Chile no va hoy a la fábrica: Protesta obrera y represión política en el verano de 1946.
La respuesta del gobierno de Duhalde no se hizo esperar. Casi mientras se instalaba en La Moneda, decidió su primera respuesta ante la crisis en ciernes. “Emitió un Decreto de Zona de Emergencia en la región, envió fuerzas armadas y destructores de la marina al puerto de Iquique. El Jefe de Zona y Comandante en Jefe del cuerpo de Ejército del Norte, General Froilán Arriagada, nombró delegados a diferentes jefes militares para monitorear la pampa salitrera, designó al Jefe de la censura de la prensa, telegráfica y radiotelegráfica”, detalla Bravo.
Al día siguiente, siguió con otra medida: canceló la personalidad jurídica a los sindicatos implicados. Una amenaza que siempre rondaba a las asociaciones cuando iniciaban alguna movilización, pero que Duhalde no trepidó en usar. Por ello, la fuerza pública procedió a la clausura de las sedes sindicales, y sus dirigentes perdieron su fuero, por lo que podían ser acusados ante la justicia.
Las medidas del gobierno solo enardecieron más los ánimos. Poco a poco se comenzaron a sumar organizaciones obreras, mientras los buques estadounidenses y británicos permanecían anclados en Tocopilla esperando los cargamentos de caliche que no llegaban, debido a la paralización. “El 24 de enero, 1.130 obreros del gremio salitrero de la Oficina Victoria de Iquique se declararon en huelga, uniéndose a un movimiento que para entonces comprendía a las oficinas Mapocho, Humberstone, Santa Lucía, Santa Laura, Kerima, Santa Rosa de Huara”, apunta Bravo.
Así, las distintas organizaciones se fueron sumando. En Santiago, la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH, antecedente de la CUT) decidió convocar a un Paro Nacional de 24 horas que debería desarrollarse el 30 de enero. Pero antes, se convocó a una concentración masiva en la Plaza Bulnes (donde hoy está el monumento y cripta de Bernardo O’Higgins) para el día 28. Si hoy, el lugar de las manifestaciones está en Plaza Italia o la Plaza Los Héroes, aquel era el lugar que se ocupaba por entonces.
“Las manifestaciones se realizaban en torno a la Plaza Bulnes”, cuenta a Culto la historiadora y académica de la Universidad de Chile, Elisa Fernández. “Todas las actividades, ya sea por ejemplo campañas políticas, las demandas del 57 por la subida de la locomoción colectiva, todo eso, era en torno a la Plaza Bulnes”.
Disparos en la Plaza Bulnes: la muerte de Ramona Parra
Ese día 28, los manifestantes comenzaron a reunirse en la Plaza Bulnes. Un detalle que llamó la atención fue la alta presencia de fuerza policial. “Los testimonios coinciden en el asombro que provocó en los asistentes un despliegue policial de 250 carabineros, entre ellos 100 montados -detalla Bravo-. Además de lo amenazante que podía ser la caballería y el uso de sables que acostumbraban portar como arma de servicio, se trataba de una cifra completamente desproporcionada para este tipo de eventos”.
“Consideremos que la dotación de tropa para resguardar el orden público en manifestaciones del mismo tenor acostumbraba rondar entre los 70 a 90 hombres como máximo. Así, por ejemplo, en la conmemoración del 1° de Mayo de 1945 realizada en la Plaza Constitución, la Prefectura Central de Santiago dispuso una fuerza compuesta de un mayor, un capitán, tres oficiales y 70 Carabineros; y en la concentración de la Federación Industrial y Ferroviaria de Chile, realizada en la misma Plaza Bulnes el 26 diciembre 1945, se dispuso una fuerza de cuatro oficiales y 80 carabineros”, agrega la misma historiadora.
La sorpresa fue mayor, cuando los presentes notaron que el personal de carabineros procedió con una medida que fue considerada insólita. “Los manifestantes pasaron al estado de alerta cuando un grupo de carabineros rodeó el escenario ubicado frente a la estatua del General Bulnes. No era lo común que los uniformados se ubicaran entre medio de la gente. Aún más extraña resultó la orden dada por el Teniente Coronel Jorge Contreras Angulo para que en el costado norte del lugar, la tropa abriese un gran espacio, tipo elipse, entre el escenario y la Alameda”, dice Bravo.
Allí comenzaron a caldearse los ánimos. “En la medida que aumentaba la asistencia empezaron a generalizarse las fricciones y pifias de un público que se sentía cada vez más aprisionado en los costados de la plaza. Los gritos de ¡libertad! ¡que se vayan! y la entonación de la Canción Nacional se escuchaban con fuerza”, apunta Bravo.
Hasta que un incidente gatilló la respuesta policial. “A esa altura el público estaba furioso, al fragor del lanzamiento de pasto, palos y hasta maceteros, por un lado, y bastonazos de carabineros por otra parte, hubo varios contusos, principalmente civiles que cayeron al suelo. Mientras el roce se producía con mayor rigor en el nororiente de la plaza, alguien realizó un disparo y a continuación resonó por aproximadamente cinco minutos una descarga que muchos de los testigos asociaron posteriormente con ametralladoras y armas automáticas”, señala Bravo.
Ante el sonido de los disparos, la gente rompió y comenzó a correr en las inmediaciones de la Plaza Bulnes. Tiempo después, en un testimonio recogido por Bravo, el subteniente de carabineros, Alfredo Cañas Gutiérrez, entonces de 23 años, señaló: “El tiroteo se hizo general, y vi claramente que algunos carabineros disparaban de pie y otros tendidos, de los que yo vi disparar, pude apreciar que lo hacían al aire, hacia arriba. A mí me dio la impresión de que toda la infantería estaba disparando”. Eso sí, hubo funcionarios policiales heridos, a los que apenas se pudo salvar de la muchedumbre enardecida.
Los ánimos se enardecieron todavía más a la imagen de los primeros manifestantes caídos. Entre las víctimas que perecieron aquella tarde fueron identificados los obreros Filomeno Chávez, César René Tapia, Manuel López, Adolfo Lisboa y Alejandro Gutiérrez, además de la joven Ramona Parra Alarcón. Esta era una trabajadora del Laboratorio Recalcine, de 19 años, donde envasaba medicamentos desde 1945. Además era encargada femenina del Comité Regional Santiago de las Juventudes Comunistas. Ese día, habría tenido un altercado con un efectivo de carabineros, quien le respondió con un disparo directo a la cabeza. En su honor, las JJ.CC. dieron su nombre a sus Brigadas de Propaganda. Eso sí, también hubo funcionarios policiales heridos, a los que apenas se pudo salvar de la muchedumbre enardecida.
Años después, en un especial para la revista Ramona, su hermana Olga recordó su versión de los hechos: “Cuando agredieron a Andrés Escobar la juventud empezó a cantar las canciones revolucionarias que se cantaban en todos los actos. Entonces un carabinero hizo callar a mi hermana y ella le contestó: ‘—¿Quién es usted para venir a hacerme callar?’. Y el carabinero le pegó una cachetada. Ramona tomó un maletín que llevaba un compañero y le devolvió el golpe al paco. Y él sacó el arma y le disparó. Ese disparo fue como la voz, de mando para comenzar la matanza. Mi marido y yo estábamos en la terraza de uno de esos edificios altos que rodean la Plaza Bulnes y vimos cómo disparaban las metralletas directamente al cuerpo de la gente. Se pusieron unos de rodillas y otros detrás, de pie”.
La imagen de Ramona Parra se convirtió en una suerte de símbolo de lo ocurrido. Incluso Pablo Neruda, entonces senador del PC, le dedicó unos sentidos versos. “Ramona Parra, joven estrella iluminada/Ramona Parra, frágil heroína/Ramona Parra, flor ensangrentada/ Amiga nuestra, corazón valiente/ Niña ejemplar, guerrillera dorada: Juramos en tu tumba continuar la lucha/para que así florezca tu sangre derramada”.
Tras los disparos, se desataron desórdenes en la vía pública. “Los testimonios y las crónicas informaron sobre diversos desórdenes en las calles céntricas, en que grupos de manifestantes apedrearon automóviles, dieron vuelta una caseta de carabineros y otros trataron de cortar los cables de los tranvías”, apunta Bravo.
Como sea, lo ocurrido en la Plaza Bulnes tuvo consecuencias. “Se desencadenó una crisis política que condujo a la renuncia del Ministro de Obras Públicas Eduardo Frei Montalva que fue reemplazado por el general Manuel Tovarías Arroyo. Por su parte, Duhalde nombró como Ministro del Interior al Jefe de escuadra, almirante Vicente Merino Bielich”, apunta Bravo. El oficial naval declaró el estado de sitio en todo el país “por el estado de ajitación extremista (sic) que reina en todo el territorio nacional”.
Días después llegó el paro nacional. Los grupos de obreros plegados al paro salieron a las calles. y comenzaron los enfrentamientos con quienes habían decidido igualmente trabajar. Se registraron desórdenes públicos, saqueos y variados incidentes. “Más de una decena de personas fueron detenidas en Mapocho con Matucana y puestas a disposición de los Tribunales, acusadas de arrojar piedras a micros y góndolas, obligando a los pasajeros a bajarse e incitar a la huelga a los trabajadores de la Barraca Iberia ubicada en Matucana N°745″, dice Bravo. Mientras, ese mismo día se realizó un imponente funeral de las víctimas fallecidas. La jornada de Plaza Bulnes había marcado la agenda del momento.
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