Bailando en Martes 13, un té con Mercedes Sosa y una canción para Selena: David Byrne y Latinoamérica
La participación de los argentinos de El mató a un policía motorizado en el disco tributo a Talking Heads tuvo un recibimiento positivo en redes sociales. Sin embargo, la inclusión de una banda hispanohablante en el proyecto no es de extrañar, pues hace bastante tiempo que el líder del grupo tras éxitos como Psycho Killer viene cultivando un nexo especial con esta parte del continente. Un paseo nocturno con Charly García por Buenos Aires, colaboraciones con Celia Cruz y Selena Quintanilla y hasta una aparición en Martes 13 son parte de ese anecdotario.
Arrancaban los noventa en Chile y el estudio de Martes 13, uno de los estelares insignes de la televisión criolla de esos años, se preparaba para recibir a un nuevo músico de talla internacional. Las estrellas hispanohablantes eran la norma en el plató de la ex señal católica. Pero con la llegada de la democracia, la apertura cultural se hizo extensiva a los artistas del mundo anglo. Y en 1990 fue el turno de David Byrne, el icónico e inquieto líder de Talking Heads que entonces arribaba por primera vez a nuestro país.
Eran los días tras el lanzamiento de Rei Momo (1989), el debut solista con el que el compositor escocés incursionó largo y tendido sobre diversos ritmos de origen afro-latinos. Por eso, no era de extrañar que la gira contemplara varias paradas en distintas ciudades de Sudamérica, incluida la capital chilena.
El curioso registro da vueltas por internet. En las graderías se vislumbra a un público más bien recatado y vestido de gala, al menos en las primeras filas; tal y como era habitual para el programa. Y en el escenario, una decena de entusiastas músicos, todos vestidos de blanco y con una presencia escénica deslumbrante, interpretan junto a Byrne el single Make believe mambo.
En la mitad de la canción, el compositor baja por las escaleras al ritmo de los aplausos para animar la velada. Avanza y se menea, sube de espaldas por las graderías y vuelve a bajar corriendo hacia el escenario, en un despliegue de adrenalina que es suficiente para encender la fiesta.
Entre los archivos de YouTube se esconde otro video vital: una transmisión especial de Más música, otro programa de Canal 13 conducido por Andrea Tessa, que dejó para la posteridad la grabación prácticamente integral del recital que dio el músico el 24 de mayo de ese año en el Estadio Víctor Jara.
La puesta en escena era prácticamente la misma. “Esta vez la banda vestía toda de blanco, por lo que sus atuendos, habiendo tanta gente, destacaban sobre el fondo”, explica el mismo Byrne en Cómo funciona la música (2012), el libro donde reflexiona sobre el soporte artístico al que ha dedicado su vida entera. “La indumentaria aludía también a las religiones de origen africano del candombe y la santería, cuyos seguidores visten de blanco durante las ceremonias. Había más de un santero en el grupo, así que la referencia no era gratuita”.
Con ese LP, el músico oficializaría una relación permanente de interés y compromiso con la divulgación de la música latinoamericana que lo mantuvo siempre pendiente de lo que sucedía fuera de la industria anglo, y que dejó varias anécdotas curiosas para recordar.
Enamorado de los ritmos latinos
1988 fue un año crucial. Hacía un tiempo que Byrne había abandonado las discotecas por noches de baile y disfrute en los clubes de salsa neoyorquinos. “Creo que la primera vez que disfruté (los ritmos latinos) fue a través del baile. No conocía las canciones ni las melodías, y simplemente fui llegando a ellas porque ya no me apetecía ir a las discotecas, que me aburrían, y comencé a visitar locales de salsa, donde me sentía mejor bailando”, confidenció en una entrevista concedida a El País.
Esa preferencia por los espacios latinos se transformó, muy pronto, en una actividad habitual. Justamente por esos días, los productores de Fin de semana salvaje -película de 1984 dirigida por Jonathan Demme, el cineasta que estuvo a cargo de la grabación del celebrado concierto de Talking Heads bautizado como Stop making sence- lo contactaron para solicitarle la composición original del filme. Para Byrne, la invitación fue la excusa perfecta para cumplir uno de sus sueños.
Su respuesta fue positiva, pero bajo la condición de grabarla a dueto con su ídolo, la cantante cubana Celia Cruz. Así nació Loco de amor, la que Byrne definió como “una especie de canción salsa-reggae”. Pero ese hito no hizo más que alimentar su necesidad de vincularse con aquellos ritmos. “Mi amor por la música latina no se había saciado. Yo seguía disfrutando con esos discos, con los más viejos en particular. En casa y en la carretera los ponía en el radiocasete portátil y bailaba con ellos en habitaciones de hotel o en apartamentos alquilados. No me sabía los pasos, pero nadie miraba”, recuerda en Cómo funciona la música.
En Naked, el último álbum de estudio de su ex banda, esa necesidad por experimentar con aquellos sonidos también se había hecho manifiesta. “Me traje a Ángel Fernández para que metiera una trompeta latina en Mr. Jones”, cuenta en su libro, aunque ese espíritu igualmente permeó en la pista de (Nothing but) Flowes.
Todo aquello representaba la antesala del próximo proyecto que definiría el curso de la carrera del escocés. “En 1988 me propuse hacer un disco panlatino, zambullirme en ese mundo con un lote de canciones que había escrito como base. Había adquirido el hábito de visitar clubs latinos y continuaba metido de lleno en los viejos discos. Era todo parte de la historia de mi ciudad, Nueva York, así que ¿por qué no participar de ello?”, escribió.
“Yo quería incluir cadencias sacadas de un amplio espectro musical de Sudamérica: un ritmo de cumbia de Colombia y una samba de Brasil, así como el clásico son montuno y los compases de chachachá que conformaba la base afrocubana de la salsa de Nueva York. Mi ambición no era poca”. Así, comenzaba a tomar forma un debut solitario que sorprendió a los fanáticos y a la crítica, lejos de la línea sonora de las cabezas parlantes.
En Rei Momo -bautizado así por un personaje mitológico que protagoniza varios carnavales en Latinoamérica-, Byrne incluyó la colaboración con Cruz, pero también logró convocar a otros importantes músicos de la talla de Willie Colón y Johnny Pachecho.
“Sacar el disco e irme de gira, acompañado de una gran banda de música latina, y tocar salsa, samba, merengue, cumbias y otros ritmos era un placer al que no me pude resistir”, registró en su primer libro. Aun así, el músico estaba al tanto de que fue una decisión que le pesó a su carrera.
“En esa gira fui contra marea. Tocamos sobre todo material nuevo, sin intercalar muchas canciones conocidas nuestras, y creo que lo pagué caro. Los conciertos fueron de lo más excitante, y hasta el público norteamericano bailó con nuestra música, pero muchos de mis seguidores pronto me abandonaron, creyendo que me había «hecho nativo». Fue otra lección aprendida de tocar en directo. En otra ocasión nos contrataron para un festival al aire libre en Europa, y mi banda de música latina tocó entre Pearl Jam y Soundgarden. Estupendas bandas, pero me sentí completamente fuera de lugar”, detalló en su libro.
De todas formas, el trabajo del escocés no estaba para nada desconectado de lo que pasaba a su alrededor. “Iba en línea con la world music en boga entonces. Era lo que sucedía entre las grandes estrellas pop más inteligentes, como Peter Gabriel, Paul Simon y Sting, hombres blancos anglosajones que descubrían otras músicas, generalmente del Tercer Mundo”, explica el crítico musical de Culto, Marcelo Contreras. “Ese fue un giro muy propio se la segunda mitad de los 80: artistas de mucho éxito y con aspiraciones intelectuales se volcaron hacia África y América Latina; además de demostrar sensibilidad”.
Pedaleando por Buenos Aires (y Chile)
Finalizaba su concierto en el estadio Obras y, en el público, Charly García aguardaba listo y dispuesto para guiarlo en un breve tour por la bohemia de Buenos Aires. Era una noche tibia de 1994 y la dupla se dirigiría hacia un club donde se presentaba Man Ray, la banda de Hilda Lizarazu, una de las fieles colaboradoras del ídolo argentino.
Para entonces, Byrne ya tenía una imagen bastante bien formada de la figura de su colega trasandino. Así lo describió en Diarios de bicicleta, la compilación de escritos donde registró sus peripecias como ciclista en diversas ciudades del mundo, entre ellas, la bonaerense: “Charly, uno de los instigadores del movimiento nacional del rock que emergió en los años ‘60, se hizo muy conocido a principios de los ‘70. Era contemporáneo de los artistas folk y de la nueva trova, pero para la gente como Charly, aunque respetuosa con aquella música, el folk era un estilo contra el que había que rebelarse. El y muchos otros representaban sexo, drogas y rock and roll: la decadencia en oposición a la causa política”.
Entre las cosas que más llamaron la atención del músico estaban las similitudes -y diferencias- entre la metrópolis argentina y Nueva York, dos de los grandes circuitos culturales de occidente. “Los restaurantes, en su gran mayoría, no cierran hasta las cuatro, mucho más tarde que en Nueva York. A las tres y media de la madrugada, ¡las calles están abarrotadas! Los cines ofrecen regularmente pases que empiezan a la una y media, y no se trata de The Rocky Horror Picture Show u otras películas típicas de la medianoche: ¡hasta El Rey León acaba a las tres de la madrugada! Entonces, al salir del cine, el público va inevitablemente a comer algo o a tomarse una copa. ¡Se puede ver a familias enteras paseando a altas horas de la noche! ¿Cuándo duermen? Igual que en las grandes ciudades de España, la gente cena tarde –nunca antes de las nueve y media–, y luego puede salir a ver un espectáculo que empieza bien entrada la noche”.
Por eso la define como “una ciudad de vampiros”. “¿Acaso esa gente no trabaja de día? ¿Hacen estos horarios toda la semana? Quizás existan dos sociedades separadas: la diurna y la nocturna; dos turnos, dos poblaciones urbanas que nunca se encuentran y cuyos caminos nunca se cruzan. ¿Tal vez consumen cocaína o enormes cantidades de hierba mate para mantenerse despiertos? ¿O es que después del trabajo se echan una pequeña siesta mientras el resto de nosotros cenamos según el horario de Nueva York?”.
Hay otra anécdota que el músico recuerda de su paso por Argentina, y que tiene que ver con una tarde en que acompañó a Leon Gieco a la casa de Mercedes Sosa para tomar el té. La cantautora no era desconocida para Byrne. En el documental Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica (2013), recordó la vez en que asistió a uno de sus conciertos en Nueva York durante los 80, y cómo Gracias a la vida había sido la primera grabación que escuchó de la tucumana.
“Mercedes es una cantante increíble y toda una personalidad”, escribió Byrne en sus diarios. “A Mercedes se la podría asociar con la nueva trova, el movimiento de la nueva canción que emergió aquí y por toda Latinoamérica en los ‘60 y que no tuvo equivalente en el norte, aunque había cierto paralelismo con los cantantes folk de los ‘60, que también incluían en su repertorio canciones sobre política y derechos humanos. Sin embargo, cantar aquí sobre derechos humanos y libertad era, por lo menos en aquellos tiempos, un asunto de vida o muerte. Hacía falta un coraje y una pasión con la que los músicos de Norteamérica nunca hemos tenido que lidiar”.
Y agregaba: “Los tropicalistas de Brasil fueron encarcelados o enviados al exilio. En la Argentina y Chile fue mucho peor. Mercedes fue arrestada sobre el escenario y exiliada. En Chile, a Víctor Jara le cortaron las manos y lo asesinaron”.
Sobre Gieco, el músico recordó un momento de culto que protagonizaron juntos en Estados Unidos. “En mi primera gira argentina hice una versión de una canción de León, Solo le pido a Dios (y de otra popularizada también por Mercedes, Todo cambia), y más tarde, en Nueva York, León me invitó a tocar con él en un concierto que hizo con Pete Seeger”. Y en otro pasaje, lo describe con simpatía: “León se parece un poco a Sting, si Sting condujera un camión en la Patagonia”.
La cita se extendió más allá de las dos de la madrugada y terminó con los tres músicos comiendo en un restorán japonés ubicado en un hotel de la ciudad. “Después de cenar, al salir del lugar, un grupo de chicas, que aguardaban sentadas en el bordillo la aparición de un ídolo adolescente local, envuelven a Mercedes con besos y abrazos. Las separa más de una generación, pero incluso las fans adolescentes saben quién es Mercedes”.
Aunque el registro no quedó dentro del texto final, Byrne igualmente pedaleó por nuestro país. Y de hecho, nadie lo reconoció. A simple vista, parecía un gringo más turisteando por las calles de Vitacura, a pesar de que su paseo fue al día siguiente de su concierto en la Estación Mapocho, en octubre del 2004. “Estaba enojado y avergonzado después del concierto. El lugar era hermoso, ¡pero el sonido era horrible! En parte estaba avergonzado de haber venido de tan lejos -no voy a Chile muy a menudo- y tocar en un lugar donde la audiencia tuvo que soportar un sonido terrible. Me sentí mal. Pero la reacción del público estuvo muy bien”, dijo en una entrevista a la revista Qué Pasa.
Una canción para Selena Quintanilla
Entre las colaboraciones del líder de Talking Heads con el mundo latino hay una tan célebre como la que protagonizó con Celia Cruz, y que igualmente tuvo como punto de partida la invitación a participar en el soundtrack de una película. Esta vez, el filme era Don Juan DeMarco (1995), un largometraje producido por Francis Ford Coppola y protagonizado por Marlon Brando y Johnny Depp que contaría con la aparición especial de una artista latina fundamental: Selena Quintanilla.
El equipo se contactó con Byrne para pedirle una canción que musicalizara la aparición de la cantante. “Me dijeron que había una escena en un salón de baile, o un club, y Selena estaría cantando ahí. Me preguntaron: ‘¿No tienes una canción, o podrías crear una, en la que ambos puedan participar?’ En ese momento estaba trabajando en God’s Child y me pareció que era algo cercano para ella”, recordó el músico en una entrevista con la Rolling Stone.
Así se gestó el encuentro en el estudio del escocés y la estrella mexicana, que el músico recordó a la revista estadounidense 25 años después: “Ella grabó sus partes en español y pensé que era increíble”. Sin embargo, la canción terminó por no salir en la película y Selena tampoco alcanzó a ver el filme, pues el estreno fue varias semanas después de su asesinato.
Finalmente, el tema formó parte de Dreaming of you, el último disco de la artista publicado cuatro meses después de su muerte. “La gente del cine nunca lo usó. Me siento un poco triste por eso. Pensé: ‘¿Qué va a pasar con esta canción ahora?’ Pero finalmente encontró un lugar. Bueno, Selena es relevante hoy en día porque logró aferrarse a sus raíces y cultura tejanas lo suficiente como para que sus fans lo reconocieran”.
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