Columna de Matías Rivas: Diccionario personal del verano
Animales: En las noches salgo a caminar y veo decenas de personas paseando a sus perros. Aprovechan que la temperatura baja y acompañan a sus mascotas a dar una vuelta. Se juntan con otros que están en la misma. Conversan y coquetean. Lanzan piropos a los canes como una forma de sublimar.
En Instagram diviso fotos de gente montada a caballo, riendo junto a lobos marinos, contemplando ovejas y recogiendo huevos de gallinas. La escasez de vacas me ha llamado la atención. Han desaparecido del paisaje.
Aburrimiento: Es un trance por el que hay que pasar: conduce al desasosiego y luego a la curiosidad, según un artículo de Natalia Ginzburg titulado Odio el verano. En una conferencia, Joseph Brodsky indica que el aburrimiento es una manera de medir el tiempo. A los niños y a los jóvenes los inquieta; con los años se vuelve un privilegio. Saber contemplar las sombras en el techo, dilucidarlas, es un arte solitario, una forma de meditación ancestral que prescinde de los gurúes.
Gabriel Boric: Cuando sintoniza con la mayoría de los chilenos, molesta a algunos de los suyos. Superar esa paradoja es primordial.
Calor: No da tregua, cada año es peor, sin embargo, escasean los sitios con aire acondicionado. Es un lujo que se empieza a convertir en necesidad. Abundan las conversaciones de expertos de ocasión respecto del tema: aluden al calentamiento global, a la astronomía y las corrientes marinas.
Cine: De las películas del momento, vi Anatomía de una caída –dirigida por Justine Triet– que considero de lo mejor que he visto últimamente. May December –a cargo de Todd Haynes– es perturbadora, oscura, con escenas inolvidables de Natalie Portman y Julianne Moore.
El algoritmo de YouTube me permitió llegar a una entrevista con Ingmar Bergman y el actor E. Josephson, quien protagoniza, entre otros filmes, Gritos y susurros, Secretos de un matrimonio y Fanny y Alexander. El video se llama Reflexiones sobre la vida, la muerte y el amor y fue realizado para la televisión sueca el año 2000. La periodista les pregunta por temas personales, casi íntimos. Los testimonios son apabullantes. Se refieren al rigor, al deseo, a los hijos, la amistad y la vejez. Sin solución de continuidad, pasé a Un verano con Mónica, una de mis obras preferidas del cineasta sueco.
Codicia: Una pregunta que me da vueltas en estos días es si la codicia dejó de ser un pecado, un acto de egoísmo frenético, y se convirtió en una virtud, en una posibilidad deseada, en un carácter que merece respeto.
Delincuencia: Las explicaciones, cifras y querellas sirven de poco. El miedo está instalado y alteró los hábitos de la mayoría. La violencia es tan descomunal que los descuartizados se han convertido en noticias semanales. Y los secuestros están a la orden del día. Crece la nostalgia por un Chile sin la presencia del crimen organizado. No es una utopía, pues muchos vivieron periodos en que robar y matar no iban aparejados. A esto se suma el vínculo entre emigración y delito, una bomba de tiempo.
Dormir: El gran anhelo de muchos es recuperar el sueño, curarse del insomnio, abandonarse a largas sientas y despertarse a la hora deseada. No obstante, es difícil lograr esos espacios para relajarse y descansar con el ruido ambiental, la temperatura alta, los panoramas agotadores y la necesidad de diversión incesante.
Los niños, además, quieren tener experiencias, acción. Y ellos son los que imponen el ritmo de las vacaciones. Son los que primero se despiertan y los que gritan mientras juegan.
Economía: Incertidumbre sostenida en el tiempo.
Fotos: Registrar cada minuto de las vacaciones, dejar constancia, es una compulsión aceptada. Sacar fotos para lucirse es una entretención de los veraneantes.
Incendios: Se producen todos los años en los mismos lugares y son cada vez más feroces. Se dice cada vez que los culpables son pirómanos, pero nunca los atrapan. Las teorías de que están organizados se reiteran. Nada se prueba. Las excusas de las autoridades son las idénticas: falta de prevención y de recursos.
Morir quemado o perder todo por culpa de las llamas son tragedias horrorosas, sin consuelo. Evitarlas debería ser una prioridad. Pero pasa el verano y se borran los incendios y sus consecuencias de los medios. Nadie fiscaliza qué se hace para impedir que vuelvan a originarse.
Lecturas: Leer con el ventilador prendido es uno de los placeres que me he dado. He disfrutado de Cordelia es la muerte, los textos en torno a artistas y literatura de Sigmund Freud; Hombres en tiempos de oscuridad, de Hannah Arendt, una serie estudios y retratos de personajes como Walter Benjamin, Isak Dinesen, Rosa Luxemburgo y Bertolt Brecht; Dientes de león, la novela póstuma de Yasunari Kawabata, que trata sobre la locura de una joven enamorada; Seducción y traición, los provocadores ensayos de Elizabeth Hardwick acerca de autoras de la magnitud de las hermanas Brontë, Virginia Woolf y Sylvia Plath. También me interesó la narración Faramalla, de Teodora Inostroza.
Pero a lo que me he entregado con dedicación es a la lectura de Salustio y Tácito, dos historiadores romanos cuyos libros enfrían y templan. Dan tranquilidad, pese a que cuentan episodios llenos de violencia y describen caracteres perturbados. La prosa sentenciosa y exacta de ambos ecualiza las emociones.
Sebastián Piñera: Su muerte y su funeral fueron de alto impacto. Se escribió y dijo mucho sobre sus virtudes. Fue reconocido por los ciudadanos y por muchos de sus detractores.
En vez de hablar de duelo, los políticos de Chile Vamos no esperaron ni un día para lanzarse a especular quién lo sucederá, cómo se repartirá su legado en las próximas elecciones y otras conjeturas. Dónde quedaron el cariño, el dolor, el respeto.
Santiago: En febrero se convierte en una ciudad vacía y silenciosa. Aunque este año han salido menos autos. Es comentario habitual la falta de plata.
Turistas: Escasos, me cuentan mis amigos que trabajan en Uber. La mayoría viene de Brasil y visitan el Costanera Center.
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