Crítica de música: Alejandro Sanz, no canto por cantar
Alejandro Sanz fue una excelente partida para el Festival de Viña. Mientras la ciudad necesita recomponerse, su cancionero de contornos épicos para el romance, inicia la fiesta con categoría y sensibilidad ante la situación.
Mientras en las redes sociales los usuarios descubrían sorprendidos -vaya-, que Alejandro Sanz (55) no canta mucho ni entona demasiado, el astro madrileño se reecontraba por quinta vez con el público de la Quinta Vergara, en la noche inaugural del Festival de Viña del Mar. Sanz, que hace exactos 30 años casi naufragó en su debut en el mismo escenario -lloró rumbo a camarines y Luis Miguel lo apañó en un carrete bien regado-, comprendió a la perfección las necesidades de la cita.
Porque esta no es una edición cualquiera de la mayor reunión musical popular del país, sino una marcada por la tragedia y un ánimo taciturno, en una ciudad balneario donde abundan los campamentos. Por lo mismo, desde el primer minuto, el músico español que ha conquistado la mayor cantidad de premios Grammy, impuso un show con energía y fuerza para gatillar la fiesta, impulsado por una base rítmica arrolladora, el motor de una banda donde el líder deja espacio para que todos sus músicos se luzcan.
El video introductorio relativo a su último álbum Sanz (2021) fue un repaso autobiográfico, confesional. “Siempre me vi rarito”, sintetizó, para explicar por qué desde pequeño se sintió un poco fuera de lugar, tanteando personalidades -incluyendo el chico duro- en busca de aceptación.
Para ser un representante de la Gen X, Sanz se revela conectado con las sensibilidades de hoy, y es así como convocó un público femenino que se ha ido renovando, sin perder a su primera fanaticada. En ese sentido, la capacidad de arrastre de Alejandro Sanz se asemeja a la de Miguel Bosé, otro romántico que se acostumbró a elevar la categoría del género, rehuyendo los lugares comunes.
A estas alturas, Sanz acumula tantos éxitos que recurre al formato medley, a la manera de otros gigantes del pop latino como Luis Miguel y Emmanuel, que acuden a la fórmula en un intento por dejar satisfecha a la audiencia. No es lo mismo, la primera de la noche fue empalmada con Lo que fui es lo que soy, ambas selladas con la fuerza interpretativa de la banda.
En algunos pasajes, efectivamente el conjunto parecía superar la voz de Sanz. También es cierto que resulta difícil sorprenderse ahora con sus maneras interpretativas. El madrileño proviene de una escuela donde acertar con la nota es un asunto secundario, privilegiando la pasión en el canto.
Precisamente la gracia histórica de Alejandro Sanz consiste en una trama donde las reglas de la balada cambian: los versos suelen contener la extensión de una letra de hip hop o de un corte progresivo; los estribillos son escurridizos, la instrumentación está plagada de virtuosismos y fluida musicalidad, con derivadas de jazz y world music. El paquete completo de su trayectoria apunta a cantarle al amor a tajo abierto, con sinceridad y sentimiento.
Alejandro Sanz fue una excelente partida para el Festival de Viña. Mientras la ciudad necesita recomponerse, su cancionero de contornos épicos para el romance, inicia la fiesta con categoría y sensibilidad ante la situación. Tuvo palabras para la población El Olivar, una de las más afectadas por los recientes incendios, revelando cercanía con el drama.
En este momento que Viña del Mar requiere abrazo, consuelo y fuerza para seguir, Sanz fue el artista indicado. Hace 30 años necesitó ánimos para recomponerse ante un mal debut en ese mismo lugar. Esta noche devolvió la mano con un cancionero que lo ha convertido en un clásico del pop hispanoamericano, de resonancia mundial.
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