I. Los mayores aliados de Maite Alberdi en La Memoria Infinita

Pablo Valdés recuerda que una serie de coincidencias lo llevaron a trabajar con Augusto Góngora en los 90. En El mirador, el espacio cultural de TVN presentado por Patricio Bañados, el periodista tenía una cápsula llamada Crónicas personales, donde él se desempeñaba como camarógrafo.

“Esa fue mi primera experiencia laboral junto a él”, cuenta a Culto. “(Aunque) ya lo conocía, porque Augusto estuvo en Teleanálisis y yo tenía un amigo muy cercano que trabajó en Teleanálisis”. Luego rememora que se vieron en el estadio en más de una ocasión durante esos años: ambos eran hinchas de Colo-Colo y asistían a tribuna Rapa Nui.

Foto: MTV Documentary Films

Valdés volvió a encontrarse con el comunicador en los últimos años en circunstancias diferentes. La cineasta Maite Alberdi, con quien ha colaborado ininterrumpidamente en sus trabajos desde El salvavidas (2011), lo convocó para que oficiara como director de fotografía y cámara de La memoria infinita, el nombre con el que más tarde se conocería su largometraje sobre la relación de Góngora y la actriz Paulina Urrutia, ganador del Goya y actualmente nominado como Mejor documental en los Oscar.

Explica que durante los primeros días de las filmaciones el trabajo se concentró sobre todo en observar. “Uno tiene que aprender cómo es este mundo. En mi caso tengo que prever los movimientos. Yo obviamente no soy adivino, y la gente tiene kinésicas distintas, se mueve de distinto modo. En algún momento uno tiene que aprender si esa persona, cuando va a dejar algo a la cocina, lo va a hacer con un solo movimiento o va a ser dubitativo. Eso repercute, por ejemplo, en qué lente tienes que usar o cuánto tiempo te va a tomar hacer esa escena”.

Alberdi suele filmar rodeada de equipos pequeños, un núcleo que integran los miembros más indispensables y de su confianza. Ese tamaño reducido le permite ingresar a espacios a capturar historias de su interés, sin alterarlos. “Ella logra entrar a ese mundo y capta momentos mágicos de la vida cotidiana. Esa intuición la ha profesionalizado a un nivel que yo por lo menos no había visto”, plantea Valdés.

Carolina Siraqyan también estuvo involucrada en el proyecto desde su origen, cuando la realizadora de La once (2014) pensaba que su foco sería únicamente la historia de amor de una pareja enfrentada al Alzheimer. En su rol de montajista, recibía a diario el material que la directora registraba junto al matrimonio conformado por el exconductor de Hora 25 y la exministra de Cultura. Más adelante también trabajó con los otros insumos que Alberdi decidió integrar al relato: el archivo histórico –incluyendo extractos de Teleanálisis– y todo lo que Urrutia grabó durante la pandemia con una cámara que le envió la producción.

Valdés y Alberdi en el rodaje de La memoria Infinita

“Yo creo que pusimos mucho más archivo del que pensamos, porque la memoria histórica, a medida que la fuimos descubriendo, empezó a agarrar mucho valor. Se fue construyendo a medida que Augusto iba perdiendo su memoria. Eso se fue descubriendo en la sala”, detalla sobre la evolución del largometraje. “En las películas documentales puedes tener una idea concreta, pero hay toda una parte que se va descubriendo sobre la marcha, tal como en la vida”.

Esa particularidad alcanzó ribetes insospechados en La memoria infinita. Cuando faltaban sólo detalles para que el filme estuviera terminado hubo un hallazgo que provocó un cambio sustancial: en el hogar de la pareja apareció una caja que contenía cerca de 100 cintas de su archivo personal. “Revisamos todo y había joyas”, cuenta Siraqyan.

La imagen de Góngora con sus dos hijos pequeños –incluida en la película– es parte de ese archivo descubierto por sorpresa. También estaba la presentación de Chile: La memoria prohibida, el libro del que es coautor, que pasó a ocupar un lugar preponderante en el último tramo del documental. Se transformó en “el final emocional”, según la perspectiva de la editora.

Aunque no compartió con el periodista y la actriz de la misma forma que Alberdi y el resto del equipo, Siraqyan tuvo su propia experiencia con los protagonistas. “Yo conozco a Augusto. Es como que viví con él durante tres años, porque un montajista casi que tiene una vida paralela cuando está haciendo una película, sobre todo aquellas que tienen personajes tan fuertes como esta”, sostiene.

Carolina Siraqyan

El cine de Alberdi compite por segunda ocasión consecutiva en los Premios de la Academia, un hito que ambos evalúan. “Es por el trabajo constante y serio de Maite y de todo el equipo que está detrás de ella, no sólo durante el rodaje, sino que durante todas las etapas”, opina Pablo Valdés. “El cine es un trabajo colectivo finalmente”.

Siraqyan, quien está en Los Angeles (Estados Unidos) junto a la directora, Paulina Urrutia y gran parte de los productores de La memoria infinita, coincide. “Yo todos los días de la vida le doy las gracias a la Maite, porque ella ha llevado a otro nivel el cine documental en Chile”, asevera.

II. La construcción del satírico mundo de El Conde

Muriel Parra ya había trabajado en varias de las películas de Pablo Larraín en el país: en su sórdida visión del Chile de la dictadura militar (Tony Manero, Post mortem), en su singular relectura del vate en Neruda (2016) y en el magnético drama sobre la maternidad que fue Ema (2019).

La diseñadora de vestuario había escuchado hace algún tiempo que el cineasta y su hermano Juan de Dios –ambos fundadores de Fábula– planeaban un proyecto en torno a Augusto Pinochet reinterpretado como un vampiro (o un chupasangre inspirado en Pinochet, si se quiere). En un momento la historia escrita por Larraín y Guillermo Calderón sería el eje de una miniserie, hasta que Netflix les sugirió que el camino más idóneo podía ser un largometraje, el primero del director para la plataforma de streaming.

Foto: Pablo Larraín / Netflix ©2023

Aunque la cinta sobre Pablo Neruda implicó una minuciosa recreación de época, El Conde fue otra clase de reto. Ella lo ilustra con un pasaje en particular: la muerte de María Antonieta en la guillotina, un episodio que –según la ficción– tuvo como testigo al protagonista del filme. “Desde el primer día empezamos a armar esa escena. Era mucha gente. Trajimos cosas desde afuera y también hicimos producción propia inspirada en la estructura histórica de ese momento. Para nosotros, como equipo de vestuario, fue uno de los desafíos más grandes”, especifica Parra.

Una vez resuelta esa escena, correspondiente a la historia de origen del personaje, quedaba hacerse cargo del grueso del relato, que sigue a un vampiro desprestigiado y hastiado que está rodeado por su esposa, su mayordomo y sus cinco hijos, y recibe la visita de una monja con un plan oculto.

“La pulcritud del uniforme militar es intransable”, afirma la diseñadora de vestuario sobre el trabajo en torno al protagonista de 250 años que encarna Jaime Vadell. En cambio, los hijos requerían algo diferente. “Esa prenda que no tiene explicación, que mezclada de manera torpe se transforma en una imagen tosca o molesta. Eso es muy parte del cine de Pablo, y es donde siempre sintonizamos. Para mí eso es lo apasionante de trabajar con él, que siempre puede llegar más allá en términos de ideas y propuestas”.

Por su parte, Rodrigo Bazaes recibió el ofrecimiento de Larraín a través de un mensaje intrigante: “Esta película es para ti. Si tienes tiempo te cuento más”. Desde la época en que trabajaron juntos en Fuga (2006), su ópera prima, el diseñador de producción participó en títulos como Violeta se fue a los cielos (2011), Araña (2019) y Los 80. Esta vez no dudó. “Supe que era una invitación ineludible, porque Pablo conoce mi trabajo, y nos llevamos muy bien; es una persona culta, con mucho interés en el teatro y la ópera, por ahí fue que nos conocimos”.

Muriel Parra. Foto: Diego Araya Corvalán/Netflix

“La invitación a diseñar El Conde contenía algo de otras de mis experiencias previas, me refiero a revisar el pasado desde el presente”, indica, junto con agregar: “Esta era una película incómoda que inevitablemente correría los límites y la óptica con que ficcionamos nuestra historia. Tengo predilección por las recreaciones históricas y por colaborar con aquellos proyectos que intentan definir las contradicciones de nuestra chilenidad”.

Bazaes compartió largas conversaciones con el realizador de Jackie (2016) y juntos fueron resolviendo la encrucijada que proponía el guión. “No era fácil conseguir darle forma a un vampiro exdictador y chileno. Después de mucho ver, buscar y cuestionarnos, descubrimos el camino: tenía que ser un vampiro latinoamericano”, señala para explicar el motivo detrás de haber decidido que la casa del protagonista fuera “un refugio pretensioso y destartalado, para un autoexilio vergonzoso en el fin del mundo”.

Nos alejamos del glamour y sensualidad de la imaginación gótica, donde la sátira habría sido más clara para algunos, pero habría mostrado un humor más burdo. Era necesario evocar la sordidez de un periodo lamentable de nuestra historia”, argumenta.

Él colaboró estrechamente con el estadounidense Edward Lachman, el director de fotografía nominado a los Oscar por su labor en El Conde. Cuenta que primero dialogaron a distancia, para definir los conceptos básicos, y luego tuvieron una gran sintonía en el rodaje. En el intertanto, antes de su aterrizaje, junto con el equipo de arte, vestuario y maquillaje hicieron una serie de pruebas que les permitieron concluir que los únicos colores que no usarían serían el blanco y el negro.

Foto: Rodrigo Bazaes

“Cuando Ed llegó, teníamos maquetas de todos los sets y comenzamos juntos a encontrar soluciones para iluminarlos. Él se encantó con la propuesta de un vampiro más bien subterráneo, escondido más cerca de la tumba que de la sensual imaginación clásica”, explica.

Muriel Parra también compartió con Lachman durante esa trastienda. “Tiene una mirada absolutamente completa del plano. No tiene temor de avanzar y meter su mano en algo que tal vez no es exactamente de él, como una ambientación”, asegura la diseñadora de vestuario, una de las pocas profesionales latinoamericanas de su área que integra la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.

Ambos celebran la doble candidatura del país a los Premios de la Academia de este año. “Les deseo a ambas el Oscar, lo merecemos. Una nos retrata con profunda crueldad, de la que también estamos hechos; la otra nos recuerda una historia de amor: el amor contra el olvido, contra la indiferencia, ese que cada tanto las películas nos ayudan a recordar”, cierra Bazaes.

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