Viaje al corazón de Macondo, el paraíso de Cien años de soledad
Culto estuvo en los sets de producción de la serie que prepara Netflix sobre Cien años de Soledad, el afamado libro de Gabriel García Márquez. En Ibagué, Colombia, se recrearon tanto la casona de la familia Buendía como el pueblo de Macondo, ambos en más de una versión y con una sorprendente calidad de detalle. Este es un vivencial por el húmedo y caluroso paisaje que parece revivir a Gabo a 10 años de su muerte.
I
- Cebú, se llama ganado cebú – nos responde un amable colega ante nuestra pregunta.
Lo que vemos por la ventanilla del furgón que nos trae a la rural zona de Alvarado, en el corazón de Tolima, son unos animales que llamarían la atención de cualquier habitante del cono sur. Unas vacas completamente blancas y con una joroba. Pastando como si nada, como si no les turbara la presencia de un grupo de periodistas del extranjero que vienen a importunar su bovina calma. Aunque hay que reconocer que unas vacas jorobadas es algo que podría haber incluido Gabriel García Márquez en alguna de sus novelas.
De hecho, Gabo es la causa de que estemos hoy acá. En esta región ubicada en el centro de Colombia, en la zona de montaña, se está filmando una serie original de Netflix que adapta la novela Cien años de soledad, acaso la obra cumbre del oriundo de Aracataca. Dirigida por el argentino Alex García López (The witcher, Utopía, Dardevil) y la colombiana Laura Mora, en su elenco no contará con ninguna estrella. De hecho, la mayoría de los intérpretes no son actores profesionales y fueron seleccionados por un casting abierto para todo el país, que abarcó 40 ciudades y municipios.
“Contamos con una mezcla fascinante de actores naturales y profesionales, una apuesta que nos ha sorprendido gratamente -nos dice Diego Ramírez Schrempp, Productor Ejecutivo de la serie en una round table con la prensa-. La emoción al encontrar a los actores adecuados fue palpable en cada momento, especialmente al ver el ensamble final de la familia Buendía: caras nuevas, frescas y llenas de potencia. Es, sin duda, uno de los momentos más sorprendentes que he vivido en este proceso”.
Alvarado está ubicada a solo 20 minutos de la ciudad de Ibagué -donde alojamos-, la orgullosa capital del Tolima, región que tiene bandera, escudo y hasta un himno, algo así como una Marsellesa andina. Es una región montañosa, pero con altitud variable. Ibagué está a 1.285 metros sobre el nivel del mar, y Alvarado está en bajada, a unos 439 metros. Como chileno, no sentimos la altura, pero los colegas argentinos sí. “Se siente la altura, ¿eh?” dice una periodista, y reconoce que le costó dormir la noche anterior y que amaneció con algo de dolor de cabeza.
Lo que sí sentimos es la humedad. Muchísima. Es perceptible incluso del primer momento en que descendemos del destartalado chárter que el día anterior nos trajo a Ibagué desde Bogotá. Pocas veces hemos sentido -y escuchado- un motor de avión tan de cerca. Llegamos cerca del mediodía, la temperatura alcanzaba los 30 grados, y la humedad no daba tregua. Estaba ahí, se hacía sentir. El sudor comenzó a recorrernos la piel como síntoma inequívoco de que estamos en una región tropical. Los morenos policías del pequeño aeropuerto, en mangas de camisa, nos sonrieron con algo de compasión. Como pensando a dónde se vinieron a meter estos australes.
Bueno, a un set de rodaje, pensamos. Hay que caminar lento, la humedad aletarga los movimientos y hace que cada paso tenga que ser dado de modo cuidadoso, para no agotar el estanque de bencina tan rápido. Ponerse muy activo con este calor no es tan buena idea. Es que -nos advierten- gran parte de las instalaciones habrá que recorrerlas a pie. De hecho, ya a las 6 de la mañana, en Ibagué el termómetro marca 22 grados y el sol se empina majestuoso. Pocas veces hemos visto un sol tan crecido a esa hora, es como si fuesen las 10 de la mañana en Chile, pero no, son las 6.
En el hotel de Ibagué, antes de salir nos recomiendan echarnos mucho bloqueador solar, llenar nuestras botellas con agua, y sobre todo repelente, repelente, repelente. Sí, por los mosquitos. Como en toda buena zona tropical los mosquitos te recuerdan a cada minuto que ellos son los dueños de casa, y nosotros no somos más que unos intrusos. Por eso, en Bogotá pasamos a una droguería -nuestras farmacias- a comprar la crema que nos hará la vida más fácil. “¿Un repelente?, claro, en esa gaveta a la derecha lo encuentra”, nos dice un amable dependiente, algo rollizo. Los colombianos tienen tan internalizado el asunto de los mosquitos que hay muchas variedades y tamaños de repelentes. Elegimos uno que parece más o menos standard y lo llevamos.
II
“La casa Buendía es como una Casa Museo”, apunta una colega mexicana. Y tiene razón. A pocos metros de las vacas jorobadas, el set de rodaje de la serie tiene dos grandes locaciones. Una, es la que llegamos primero y recrea la casona de la familia Buendía. Es un gran hangar, cubierto al exterior con una pudorosa carpa, que en su interior tiene construida una enorme casa tipo hacienda rural del Colombia del siglo XIX, estilo 1885.
Acá es donde veremos personificados a José Arcadio Buendía -el fundador de Macondo-, su esposa y prima Úrsula Iguarán; su vástago, el coronel Aureliano -donde vivirá con su joven esposa, Remedios la Bella-, José Arcadio hijo, Rebeca y Amaranta. Ahí también irán pasando las sucesivas generaciones del clan.
La casa se levantó en solo 22 días. Mide 45 metros de largo por 25 ancho. La que vemos es la denominada “Etapa 4″, más o menos ubicada a la mitad de la novela, cuando los Buendía ya tienen una posición bien ganada en Macondo. Es el momento en que Úrsula obtiene cuantiosos ingresos por el éxito de sus animalitos de caramelo, lo que impulsa el crecimiento de la casa.
Como sabemos, la casona va transformándose a lo largo del libro. Pero ¿qué pasaría si viene un sismo grado 5, 6 o más fuerte?, ¿esta construcción resistiría? Lo consultamos y Óscar Tello, director de Arte nos responde: “La casa está hecha utilizando la normativa de los edificios de oficinas que es más o menos como tres veces más que la arquitectura civil, así es que estamos sobrados en términos de cálculos de pesos. La estructura está diseñada de manera que tenga una cierta flexibilidad, para que siga el movimiento telúrico en caso de que ocurra”.
Sorprende el nivel de detalles de la casa. Cuenta con una cocina y un horno funcionales, es decir, cualquiera podría cocinar un delicioso tamal tolimense o una lechona. También las plantas son reales, vivas, incluyendo el corredor de las begonias, plantaciones de maíz, café y plátano. Pero hay dos excepciones: el jardín frontal, que presenta plantas decorativas; y el gran castaño del patio de la casa, que es donde en la novela un anciano José Arcadio es atado por Aureliano cuando pierde la razón. “El árbol de la casa es una escultura elaborada en cemento con refuerzo de alambrón para resistir”, señala Bárbara Enriquez, diseñadora de Producción.
A todo se suman cerca de 3.500 baldosas de gres artesanal y 3.500 baldosas hidráulicas para el piso de la casona. Estantes, camas con mosquitero, comedores, sillas. Todo original de época. El techo de palma tejida de la zona de la Guajira y tejas de fibra de vidrio. En la casona vemos los dormitorios de la familia, cocina, un segundo piso -que no aparece en la novela- y por supuesto, la pianola de Pietro Crespi, el laboratorio de alquimia del gitano Melquíades -donde José Arcadio se volvió loco- e incluye tanto el atanor como el daguerrotipo. También podremos ver el taller de orfebrería del coronel Aureliano. De hecho, podremos observar los pescaditos de oro que realiza el viejo.
La casona Buendía está hecha a la usanza de las casas tradicionales costeñas colombianas, pues Macondo es un poblado cerca del mar. “Sí, es muy al estilo de las casas tradicionales”, nos comenta un colega local. Y eso que el mar está lejos, desde Ibagué -en auto- son 12 horas al Caribe y 9 al Pacífico.
¿Qué va a pasar con la casa una vez que finalice la producción? Nos responde Bárbara Enriquez: “No sabemos qué va a pasar con la casa todavía. Lo que sí sabemos, en la historia de Cien años de soledad, es que la casa implota. La casa envejece, se vuelve a renovar, se vuelve a envejecer, se pudre con la lluvia, se seca y al final colapsa. Entonces digamos que si sobrevive a Cien años de soledad ya luego veremos que queda, pero por lo pronto esa casa está diseñada para todo lo que le falta por vivir. Le van a pasar muchas cosas todavía a esta casa. Este es su momento de gloria”.
Con ese incierto destino de la casa, vamos caminando para trasladarnos al segundo set. La humedad hace que cada paso se vuelva pesado, de cemento. Cada gota de agua es vital y buscamos un baño para rellenar la botella. Nos vuelven a recordar que nos pongamos repelente, repelente, repelente.
III
El sol pega bastante fuerte, pero seguimos. Ya no vemos a las vacas jorobadas, aunque sí el segundo set que recrea Macondo, el poblado fundado por los Buendía y donde transcurre la novela. No es que se haya armado un set de solo fachadas para la cámara. No. Se trata de un pueblo completo, con casas, edificios, almacenes, escuelas. Todo con el amueblado al estilo de 1886. A primera vista, es impresionante.
Son más de 40 mil metros cuadrados de construcción, para los que se usaron -entre otros- 400 toneladas en hierro, 200 toneladas de cemento y 200 toneladas de madera. Al igual que en la casa de los Buendía, Macondo está montado como si fuesen edificios verdaderos. “La obra de ingeniería civil comenzó en noviembre de 2022 y la de escenografía en enero de 2023 y continuamos. Este pueblo está construido con un montón de obras de ingeniería civil porque tenía que resistir al tiempo, a la intemperie y permanecer por lo menos dos años de pie. Esto hace que tenga un montón de características que son más parecidas a una construcción real que a una construcción escenográfica. Es lo mejor de ambos mundos”, nos asegura Barbara Enriquez.
Estamos en el Macondo 4, porque al igual que la casa, el pueblo también va evolucionando con los años. Lo explica Arley Garzón, diseñador de escenografía. “La mayoría de estas casas tienen espacios que nos permiten tener movimiento de personas entrando y saliendo, que se asoman por las ventanas y hacen del pueblo un lugar más realista. De hecho en la casa de Rebeca en Macondo hacemos la filmación del exterior y la escenografía del interior la tenemos en Ibagué. En el futuro, como este pueblo sigue creciendo, hay calles que van a abrirse para seguir ampliando el pueblo”.
En esta época de la historia de Macondo -y de Colombia- el telón de fondo es el conflicto entre liberales y conservadores, quienes -como barrabravas- marcaban las paredes de las calles con sus respectivos colores. Eso explica que hayan casas rojas o azules. “Macondo está en constante evolución: la Iglesia está surgiendo, los conservadores están cambiando la pintura, y la guerra se avecina. Habrá destrucción y luego se restaurará. Constantemente cambiamos de colores, pasando del azul al rojo y del rojo al azul, hasta el punto en que, como menciona el libro, todo se verá morado y ya no habrá más rojos ni azules”, señala Eugenio García, director de arte.
Hay lugares como la oficina del corregidor Moscote -el padre de Remedios, la bella-, el Hotel Jacob, el bar de Catarino -con barra y todo-, la consulta del doctor Noguera -con implementos médicos de la época-, la botica, la iglesia de Macondo, la Plaza Central con sus respectivos almendros.
En las esquinas, los nombres de las calles tienen una particularidad. Están inscritos con unas placas artesanales, hechas con cerámicas cocidas en hornos y pintadas a mano. En ellas, la producción inmortalizó tanto al abuelo de García Márquez -el “Papalelo”- como a las mujeres relevantes de su vida.
Con tamaña producción, ¿irá a funcionar esta serie? Los colegas colombianos hacen hincapié que la mayoría de las producciones audiovisuales con la obra de García Márquez han fracasado. Pero Alex García tiene claro por qué ha ocurrido esto, y nos lo dice: “Hemos discutido mucho sobre la falta de humor en las adaptaciones de Gabo. Él era un hombre brillante y tenía un sentido del humor muy elegante y divertido. Es algo que hemos destacado con los guionistas en nuestras conversaciones y espero que eso ayude a capturar la esencia de la historia, que es uno de nuestros principales objetivos”. Por ahora, la serie no tiene fecha de estreno.
Ya vamos dejando atrás a Macondo, los mosquitos se mantuvieron a raya, pero el calor y la humedad no atenuaron. En esta zona tropical, vale la pena preguntarse qué habría pensado el mismo García Márquez de esta serie. A 10 años de su partida, parece tener una nueva vida de manos de sus personajes.
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