“Nunca me gustó trabajar. Quisiera no escribir más”: los polémicos textos de escritores chilenos sobre el trabajo
Este Día del Trabajo, Culto hace un recorrido por las palabras que cuatro autores dedicaron al trabajo. El viaje comienza con las reivindicaciones del campesinado y la igualdad salarial de Gabriela Mistral, sigue con una parada en los poemas de Nicanor Parra y Pablo Neruda, y finaliza con la aguda mirada de Pedro Lemebel sobre los jefes, las huelgas y la educación.
Gabriela Mistral: el “pecado contra el campo” y la igualdad salarial
La ganadora del premio Nobel de Literatura escribió más de 25 textos relacionados con el trabajo, entre poemas, artículos y conferencias. Nacida y criada en el Valle del Elqui, vivió en carne propia las condiciones del trabajo rural y las desigualdades en la retribución social y económica al trabajo femenino. Además, fue testigo del trabajo infantil, que condenó a través de sus palabras.
“Toda la América Latina ha pecado contra el campo. La cursilería criolla lo ha abandonado por incómodo y por burdo vivir en él”, dijo en el texto Campo chileno, para un mensaje radial donde comenta el pobre estado del campo en Monte Grande.
Gabriela Mistral siempre abogó por la reforma agraria, de la que fue testigo en México. Escribió varios textos al respecto, como Cómo se ha hecho una escuela granja en México en 1923 y México. La cuestión agraria en 1924; e intercambió opiniones al respecto con su amigo y futuro presidente de Chile, Pedro Aguirre Cerda, a quien recriminó por no agregar la reforma en su programa.
En Pasión Agraria, la poeta se refiere nuevamente al campesinado y agrega a los obreros: “El obrero industrial acapara toda la atención de los llamados partidos democráticos en esos países (…) Del campesino en Chile y en otros países, nadie se acuerda. Y esto muestra bastante la calidad de la conciencia y la sinceridad democráticas de los candidatos”.
También dedicó palabras a la condición laboral de la mujer, en especial a la igualdad salarial. En 1919, cuando era maestra en Punta Arenas, escribió Nuevos Horizontes en favor de la mujer. “Lo único que habría que pedir, es que cuando estas ocupaciones sean desempeñadas por mujeres, los patrones paguen los mismos sueldos de cuando eran disfrutadas por los hombres. Porque pasa al respecto algo curioso, que constituye, en el fondo, una injusticia y una inequidad: cuando una mujer ocupa un puesto que antes era desempeñado por un hombre, en el acto disminuye el sueldo”.
Profundizó en sus ideas en Recado sobre el trabajo de la mujer. “Me parece más un mal que bien tratar del trabajo de la mujer como de un tema feminista. Es preferible enfrentarlo lisa y llanamente como un problema del trabajo a secas”, comienza diciendo en el texto no fechado.
“Las obreras industriales han visto sufrir sus salarios en las ciudades pero la nivelación está muy lejos todavía. Las trabajadoras del campo viven todavía el absurdo que bueno es llamar delito: su jornal, en algunos países es la mitad del masculino sin que haya diferencia alguna en la faena”, agrega. Posteriormente, en el escrito de cinco páginas, señala el trabajo doméstico como “la lonja más fea de esta historia negra”, y señala que, a pesar de la existencia del Código del trabajo, continúa “la costumbre perversa” de pagar menos a las mujeres.
Asimismo, en el discurso que pronuncia desde los balcones de La Moneda en su visita a Chile en 1954, dedica palabras a los obreros, a los maestros de escuela y a las mujeres. “Vosotros ganais vuestra vida con mucha más dureza que yo. El Trabajo tiene, como detallas, dos caras: la una declara a voces la honra que él conlleva y dá, y es cara es hermosa; la otra confiesa el dolor, la fatiga, la monotonía”.
Las obligaciones de Pablo Neruda
A mis obligaciones de Pablo Neruda habla del trabajo desde la poesía. “Yo trabajo y trabajo, /debo substituir/ tantos olvidos, / llenar de pan las tinieblas, /fundar otra vez la esperanza (…) No es para mí sino el polvo, /la lluvia cruel de la estación, / no me reservo nada/ sino todo el espacio/ y allí trabajar, trabajar, / manifestar la primavera”.
En Confieso que he vivido, el poeta, también ganador del Premio Nobel de Literatura, reflexionó sobre las características de su propio oficio. “El trabajo de los escritores, digo yo, tiene mucho de común con el de aquellos pescadores árticos. El escritor tiene que buscar el río y, si lo encuentra helado, necesita perforar el hielo. Debe derrochar paciencia, soportar la temperatura y la crítica adversa, desafiar el ridículo, buscar la corriente profunda, lanzar el anzuelo justo, y después de tantos y tantos trabajos, sacar un pescadito pequeñito. Pero debe volver a pesar, contra el frío, contra el hielo, contra el agua, contra el crítico, hasta recoger cada vez una pesca mayor”.
Las horas de Nicanor Parra
Nicanor Parra no empezó como poeta, sino como profesor de matemáticas y de física. Durante aproximadamente cincuenta años, el ‘antipoeta’ dio clases en aulas de liceos y universidades, a veces clases de números y a veces de letras. Ese trabajo lo inmortalizó en Autorretrato, poema escrito en 1954 y que publicó en Poemas y antipoemas.
“He perdido la voz haciendo clases. / (Después de todo o nada/Hago cuarenta horas semanales)”, escribió el oriundo de San Fabián. El poema, que permite ver y oír al poeta, devela su postura crítica ante la labor. “Por el exceso de trabajo, a veces/ Veo formas extrañas en el aire”.
“Detrás de este mesón inconfortable/ Embrutecido por el sonsonete/ De las quinientas horas semanales”, termina de escribir Parra.
Lemebel: “No estoy ni ahí con el trabajo”
El escritor chileno, conocido como un verdadero cronista urbano, exploraba las realidades sociales en primera persona y las plasmaba en sus textos, como en La esquina es mi corazón y Tengo miedo torero. Asimismo, el autor rupturista expresó su pensamiento a través del dúo artístico las Yeguas del Apocalipsis, en conjunto con Francisco Casas.
Pedro Lemebel creció en un barrio pobre y trabajó desde muy pequeño, tal como lo consignó en Primero de Mayo, escrito que publicó en El Ciudadano en 2011. “Nunca me gustaron los jefes, los patrones, los gerentes, los directores, los capataces y los editores”, comienza diciendo.
“Vengo de una familia de trabajo, y siempre laburé en miles de oficios; desde pequeño haciendo aseo, encerando, limpiando vidrios en casas de ricos, haciendo de un cuanto hay para agarrar unas monedas, traficando yerba, pirateando libros prohibidos en dictadura, pintando tarjetas y poleras que ofrecía para la pascua, hipiando y vendiendo cachureos en las ferias artesanales. Porque no me dio para puta, me faltó cuerpo, y por eso estudié pedagogía y después vinieron tres años de profe haciendo clases; pero la verdad, el catecismo del trabajo nunca me gustó y opté por reivindicar el ocio pensante. Nos deberían pagar por pensar, es un lindo y tranquilo oficio”, escribió.
“Me cuesta reconocer el placer casi religioso del trabajo. Debe ser porque siempre me dijeron que el trabajo engrandece al hombre, y yo no soy tan hombre. No estoy ni ahí con el trabajo. Y lo repito, y lo digo con todas sus letras: Nunca me gustó trabajar (…) Quisiera no escribir más, ganarme la polla gol, quedarme para siempre volado y enfermo de hedonista tomándome un ron de guata al sol en una playa del norte. Después de tanto darle duro a la sobrevivencia, creo que me lo merezco y se lo merecen los trabajadores del mundo: Uníos en merecida huelga de brazos”, continúa su texto.
“Siempre amé las huelgas, los paros, los recreos, las tomas de colegios, era feliz cuando llegaba al liceo y no había clases. Entonces me iba a vagabundear por el centro, donde aprendí mucho más que en esa sala de clases con olor a peo. Odio el trabajo, odio las hormigas y las abejas por tontas apatronadas y esclavas (...) Me gusta y adhiero al día del trabajo, por reivindicaciones políticas, pero más que nada, porque no se trabaja”, finaliza el escritor.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.