Bebé Reno: a fondo en la mente del creador y protagonista de la serie del momento
Richard Gadd es el responsable de la serie más comentada de las últimas semanas. Un doloroso relato basado en el trauma y la culpa que vivió tras ser víctima de acoso y abuso sexual. Antes, eso sí, fue un comediante que practicó un humor que él definió como “anárquico”, una especie de preámbulo a procesar su dolor a través del teatro y luego a través de su exitosa producción para Netflix.
“Por favor, no especulen sobre quiénes podrían ser las personas de la vida real. Ese no es el objetivo de nuestra serie”. 12 días después del debut en Netflix de Bebé Reno, su primera producción como creador y actor principal, el comediante escocés Richard Gadd ocupó su cuenta de Instagram para hacer un llamado a la calma, en respuesta a que los espectadores habían empezado a buscar la verdadera identidad de las personas que inspiraron la historia, impulsando acusaciones que no siempre fueron acertadas.
28 días después de la aparición de Bebé Reno, mientras el éxito de la ficción no decaía, se produjo otro hito ineludible: la mujer en que se habría basado Martha, el personaje que acosa ferozmente al protagonista, decidió conceder una entrevista al canal de YouTube del periodista y presentador de televisión Piers Morgan a cambio de un pago que, convertido a pesos chilenos, serían menos de $300 mil.
La mujer de 58 años –quien antes había dado entrevistas a tabloides pidiendo que protegieran su identidad– refutó muchos de los hechos que se describen en la miniserie y aseguró que el artista le había arruinado su vida. Y volvió a amenazar con que emprendería acciones legales en contra de él y la plataforma de streaming que lo respaldó.
Dos noches antes de esa explosiva conversación, en Los Angeles (Estados Unidos), Gadd se reunió con parte del equipo de la producción para participar en un evento organizado para atraer a los votantes de los Emmy. Una ruta que podría llevarlo a conquistar varias candidaturas cuando se revelen las nominaciones de la premiación, el próximo 17 de julio.
¿Cómo una serie que se lanzó casi sin promoción llegó hasta aquí? ¿Por qué las repercusiones que ha generado en la vida real a ratos parecen tan turbulentas y extrañas como los hechos que se muestran en la pantalla? Y sobre todo, ¿quién es Richard Gadd y cómo fue el camino que lo llevó a concebir uno de los estrenos más alabados y comentados del último tiempo?
El actor y guionista hoy tiene 35 años y su nombre está en la boca de todos. Probablemente, si lo quiere, a futuro pueda hacer otros proyectos con Netflix, una compañía que en general no deja escapar a los nuevos talentos que explotan en el streaming. Pero hace unos años era sólo un joven comediante que intentaba abrirse paso en el circuito de Edimburgo. Se concentró en desarrollar lo que, según sus propias palabras, era una propuesta “anárquica”: shows donde se acompañaba de proyecciones y sonidos, y hablaba sobre drogas, violencia sexual, enfermedades mentales y toda clase de situaciones brutales.
En Cheese and crack whores (2013), el primer montaje multimedia con el que llamó la atención, relató su desquiciamiento tras una ruptura amorosa. No consiguió reseñas de los principales medios locales, como se volvería habitual en los años posteriores, pero le alcanzó para conseguir elogios por “traspasar los límites de la comedia física”, como destacó el portal Broadway Baby.
Un año después estrenó Breaking Gadd (2014), que muchos percibieron como una continuación del anterior. Esta vez narraba qué le ocurrió después de golpearse en la cabeza y perder la memoria, una excusa para iniciar un viaje a través de perturbadores flashbacks mientras intentaba encontrar a su familia.
The Guardian se mostró tibio ante su nuevo esfuerzo y formuló un análisis que, según reconocería más tarde, le dolió. “Tres veces en la primera media hora, Gadd es acosado o amenazado de ser abusado sexualmente por hombres homosexuales depredadores, lo cual se presenta como hilarante”, advirtió el periódico.
Con Waiting For Gaddot (2015) aceptó hacer algo ligeramente más comercial, pero de todas formas se mantuvo firme en su convicción de dar forma a espectáculos instalados al margen de las convenciones de la industria. Lo que vio el público fue un registro en video de él superando obstáculos para llegar al lugar, mientras otros actores ocupaban el escenario en su ausencia. Parte de la broma es que recién en los últimos cinco minutos se asomaba en el escenario.
Hasta ese momento, el escocés se había transformado en una especie de imperdible para quienes gozan con la comedia más transgresora y distante de las grandes masas, una figura inquieta y perturbada que se negaba al encasillamiento. Lo que causaría un cambio en su estilo –aparentemente sin vuelta atrás– serían las consecuencias de una devastadora crisis personal.
“Solía ir a Edimburgo y ponerme pelucas tontas y hacer shows con accesorios. Pero se volvió muy difícil. Ya no podía mantener mi vida separada de lo que había pasado. Se estaba volviendo cada vez más difícil interpretar al comediante frívolo cuando había pasado por este tipo de cosas. Así que, en realidad, no tuve más remedio que combinar los dos. Porque no creo que hubiera podido sobrevivir si lo hubiera reprimido y hubiera seguido lanzando estas frases ingeniosas y rutinas superficiales. Fue casi una elección de supervivencia”, explicó a The Independent en abril pasado.
Unos años antes Gadd había sido abusado sexualmente por un escritor mayor, una situación que, tras conversarla con su entorno, se transformó en la inspiración de Monkey see monkey do (2016), un espectáculo que lo mostraba corriendo en una trotadora por cerca de una hora mientras lo perseguía un primate. Estaba huyendo de sus demonios, hasta dejar al público helado con el relato de la agresión de la que fue víctima.
El artista obtuvo el Premio de Comedia de Edimburgo (en el Edinburgh Festival Fringe), un galardón que recibió entre lágrimas. “Lo peor que me hizo esa experiencia (de abuso) fue quitarme la confianza. Quizás este premio me ayude a recuperarlo”, expresó en la ceremonia.
En aquella época ya estaba padeciendo otro calvario: había empezado a ser acosado por una mujer mayor que conoció en un bar de Camden en el que trabajaba. La misma que amenazó a su familia y le envió 41.071 correos electrónicos, 350 horas de mensajes de voz, 46 mensajes de Facebook, 744 tweets, 106 páginas de cartas, además de diversos objetos, incluido un peluche de reno.
Con esa situación a cuesta –y tras haber hecho Monkey see monkey do–, se movió intuitivamente. Durante dos años y medio se sumergió en la creación de Baby Reindeer, el unipersonal en el que abordaría la historia con su acosadora y repasaría por primera vez cada episodio desconcertante y doloroso que vivió en ese tiempo. Consideró recurrir al humor negro, pero pronto se dio cuenta de que esa alternativa no era viable.
“Simplemente no creo que fuera necesario burlarme de la historia. Si estoy intentando que esto sea divertido en todo momento, entonces estoy agregando una capa de controversia a un show que ya es bastante controvertido. Podría haber sido duro, cruel y poco sincero”, detalló.
Las idas y vueltas de su proceso creativo dieron como resultado la que sería su primera obra de teatro. De hecho, Baby Reindeer se presentó en la sección teatral del Edinburgh Festival Fringe en 2019. Los asistentes se encontraron con un monólogo intenso en emociones y con escasas risas, una experiencia no tan distinta a la que vivieron los espectadores de la producción de Netflix a partir de abril pasado.
“Creo que, más que la comedia no dé el ancho para hablar de experiencias traumáticas, tiene que ver con el punto de vista y con lo que el autor quiere contar. De a poco la intensidad de comedia de la serie va decayendo, porque él está hablando de ser víctima y de los diferentes momentos en los que no supo poner límites”, señala a este medio la comediante y escritora Paola Molina, quien cree que “la risa se pude ocupar para que un trauma sea más digerible”.
“Por ejemplo, uno puede hablar de abusos riéndose de los abusadores, de lo patético que tienes que ser para que la única forma de relacionarte sexualmente con otra persona sea a través del acoso o del abuso. Pero acá estamos situados en el punto de vista de él como víctima. Tiene que ver con el ángulo que él eligió, mostrarse desde un lugar vulnerable”, sostiene.
En la versión teatral de la historia los mensajes de su acosadora se proyectaban en las paredes y sus mensajes de voz se escuchaban por los parlantes, mientras el creador era particularmente crítico con él mismo por la manera en que afrontó la situación. Ya en ese instante desarrollaba el que sería el ADN de su miniserie: el retrato matizado de su acosadora, llamada Martha en la ficción, y la dureza con la que analiza su propio comportamiento desde el día en que ella cruzó la puerta del bar. “Habría sido un error pintarla como un monstruo, porque ella no se encuentra bien y el sistema le ha fallado”, aseguró.
Tras recibir los elogios de la prensa local, llevó el show a Inglaterra y ganó un premio Olivier, lo que le dio una exposición que provocó que a la larga apareciera la oferta de Netflix, la plataforma que estuvo dispuesta a entregarle el control creativo para que adaptara su debut en el teatro. La firma anunció el proyecto durante los últimos días de 2020, como uno de varios anuncios de producciones británicas que intentarían emular la huella de títulos como The Crown y Sex education (serie en la que Gadd participó).
“Sigue la retorcida relación del guionista y actor Richard Gadd con su acosadora y el impacto que tiene en él cuando finalmente se ve obligado a enfrentar un profundo y oscuro trauma enterrado”, rezó la primera sinopsis, junto con destacar un elemento clave: “Basada en una cautivante historia real”.
El trauma desde otra óptica
Entre 2019 y 2020, en el lapso de menos de un año, se encadenaron los estrenos de Inconcebible (Netflix) y I may destroy you (BBC/HBO). La primera seguía la investigación de dos policías en torno un caso de violación de una joven y la segunda se aproximaba a las vivencias de una escritora que sufre un abuso sexual durante una noche de fiesta en Londres. Ambas series lanzaron preguntas sobre el trauma, la culpa y un conjunto de temas asociados a las agresiones sexuales.
Algunos de los pasajes más fuertes de Bebé Reno conectan con los alcances de esas dos producciones. Su cuarto episodio propone un viaje al pasado de Donny Dunn (Richard Gadd) y muestra cómo conoció a Darrien (Tom Goodman-Hill), un respetado escritor que ejerce como su mentor. La relación involucraba drogas duras y manipulación, hasta que un día fue víctima de una violación mientras estaba en su departamento.
Según el testimonio del realizador –y la miniserie, que en este caso en particular es lo mismo–, la experiencia destruyó su identidad, le provocó inseguridades en torno a su masculinidad e influyó en la manera en que afrontó el acoso que más tarde sufrió a manos de Martha (o Fiona Harvey, como se reveló al mundo esta semana). Como ambas vivencias están estrechamente relacionadas, se volvió inevitable que le dedicara un capítulo completo. De ese modo, se instala en un espacio donde no hay demasiados proyectos semejantes: una ficción televisiva que se acerca al abuso desde la perspectiva masculina.
“La manera que tenemos de abordar estos temas desde la masculinidad es escasa y precaria porque se entiende como algo que no le puede pasar a un hombre que se precie de tal. Ahí es donde se puede entender lo frágil que es a veces el mundo interno de un hombre. La dificultad de asumir el haber sido víctima de abuso y acoso es algo que podría hablar muy mal de ti, sin embargo, la serie lo lleva casi al extremo llegando a momentos en los que incluso cuesta verla”, plantea el director teatral y guionista Víctor Carrasco.
“Lo importante es que este tipo de historias se multipliquen y cumplan con el rol que tienen en un mundo donde la ficción no se atreve a llegar a lugares tan oscuros como lo hace esta serie. Bebe Reno demuestra que una historia contada en primera persona sobre una situación traumática puede llegar a tocar a muchos seres humanos en el mundo. Se necesita más ficción de este tipo”, opina.
¿Será el propio Gadd el que pueda liderar ese avance? ¿Le interesa? Esa es una de las preguntas que deja Bebé Reno: si el guionista tiene interés en persistir en la industria audiovisual, si volverá a la comedia mediante una nueva encarnación o si decidirá mantenerse alejado del ojo público una vez que el éxito se apacigüe. Si la miniserie fue el último medio que halló para exorcizar los demonios que marcaron sus 20, o una puerta de entrada a algo más, es algo que el tiempo se ocupará de resolver.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.