Muerte y patrimonio: las intrigantes historias de animitas, cementerios y leyendas
Las historia de 'la novia' del Cementerio General de Santiago o la tragedia de Petronila Neira serían desconocidas si no fuera por la tradición popular. A propósito del Día de los Patrimonios, Culto desentraña la relación entre lo mortuorio y lo patrimonial, una conjunción estrecha que los cementerios mantienen vigente y que se nutre con el creciente interés del público.
Petronila Neira falleció en 1910, pero su memoria sigue más viva que nunca. Conocida como una Santa Popular en la región del Biobío, la joven costurera de calzado fue víctima de femicidio en los albores del siglo XIX. El relato se traspasa de boca a boca y ha sido inspiración de libros y obras de teatro. Se dice que el primer milagro de Petronila Neira fue consigo misma, al hacer que su cuerpo emergiera de las profundidades de la Laguna Redonda, a pesar de las piedras que sus homicidas pusieron en sus bolsillos. Su nombre nuevamente hace historia, ya que este reposa grabado en la primera Animita declarada Monumento Histórico Nacional.
La Animita en cuestión, y la sepultura de Petronila Neira, se hallan en el Cementerio General de Concepción y es la respuesta a décadas de peregrinación de miles de fieles que le piden favores y llevan ofrendas. “La Animita no es un espacio intacto, es un espacio que está vivo”, reflexiona en diálogo con Culto Víctor Aravena, Director de Extensión de la Corporación Social y Cultural de Concepción (Semco).
Este es solo uno de los ejemplos de cómo la muerte cobra vida gracias al patrimonio. Diversas iniciativas ciudadanas, así como la labor de los cementerios, rescatan la historia patrimonial de personas y sitios que son claves para las comunidades, ya sea por la curiosidad, el gusto por la historia o por respeto a los propios difuntos.
“Hay distintas formas de ver la muerte en nuestra civilización, de sentirla o incluso de vivirla, porque encontramos distintas expresiones culturales que se van dando según el significado que le damos, el lugar y dependiendo de la cultura”, explica Gonzalo Ortega, historiador y especialista en Patrimonio. “Cuando hablamos de patrimonio funerario, comenzamos a mirar objetos asociados a la muerte: una bóveda, una mesa, un mausoleo... Todos esos elementos arquitectónicos y los simbolismos. No obstante, se nos olvida también que esta inmaterialidad en torno a las prácticas, como ir a dejar flores o las romerías que realizan, por ejemplo, los profesores o bomberos”, explica. Una romería, en palabras simples, es una antigua tradición que consiste en una peregrinación en devoción a un difunto o un santo.
Ahora bien, ¿qué hace que algo sea considerado patrimonio? “Cuando queremos evaluar si algún sitio puede ser patrimonial, por lo general nos fijamos en tres aspectos: lo material, muchas veces lo arquitectónico; en segundo lugar, lo histórico; y en tercer lugar, en ese valor sociocultural que le da la comunidad”, detalla Gonzalo Ortega. “Estas prácticas, de visitas a santos populares, o las procesiones para ir a dejar la plaquita de ‘gracias por el favor concedido’, son tal vez lo más importante que hace que este espacio sea patrimonial. Muchas veces la práctica define al patrimonio, no su materialidad”, agrega. A si bien, hay muchas tradiciones y espacios que no son declarados patrimonio, pero que sí poseen ese valor para las comunidades circundantes.
La atracción por la muerte
En esa línea, “el patrimonio funerario incluye diferentes expresiones culturales que ha tenido la humanidad —desde incluso tiempos paleolíticos — en torno al fenómeno natural de la muerte. A raíz de algo tan inexorable y cotidiano como es la muerte, que es también una ruptura emocional para los vivos, se generan diferentes manifestaciones culturales, tanto en espacios de patrimonio material, pero también patrimonio inmaterial, como mentalidades, imaginarios, creencias y ritualidades”, explica Carlos León, investigador de patrimonio funerario, asistente histórico cultural de la Galería de la Historia de Concepción y guía de circuitos patrimoniales en el Cementerio General de Concepción.
El interés por la muerte y sus vetas patrimoniales atrae a muchas personas. Nidia Escobedo es una de ellas. Trabajadora administrativa en lo formal, pero apasionada por lo mortuorio en sus tiempos libres, es la mujer tras las redes sociales de Cementerios Chilenos y Patrimonio Funerario (@cementerioschilenosypatrimoniofunerario). Su interés por los temas ligados a la muerte comenzó en 2015, en un taller literario, y hoy crea contenido en internet sobre sus visitas a cementerios chilenos y la relación con el patrimonio.
Es más, este año dirigirá la actividad Ruta de las Tiendas y el Simbolismo del Luto en el marco del Día de los Patrimonios; una instancia donde se recorrerán espacios santiaguinos que albergaron tiendas de ropa fúnebre, o tintorerías que teñían las telas de negro para los difuntos y los deudos. La convocatoria fue exitosa y los cupos para los recorridos se agotaron.
Según Vivían Orellana, historiadora especializada en patrimonio y encargada de la Unidad de Patrimonio del Cementerio General de Santiago, hay dos razones por este creciente interés sobre la muerte. “Una tiene que ver con el tabú que hemos experimentado como sociedad sobre la muerte, eso resulta muy llamativo. La gente viene buscando estas historias paranormales o el morbo, por eso muchos se interesan por los cementerios. En segundo lugar, están quienes ven los cementerios como un espacio artístico cultural, donde se fusionan todas las influencias arquitectónicas, del paisaje y del urbanismo”.
Amor, muerte y cementerios
Actualmente, son más de veinte los cementerios declarados Monumentos Históricos Nacionales en nuestro país. Es el Consejo de Monumentos Nacionales la entidad encargada de la protección y tuición del patrimonio monumental. Ahora bien, cada cementerio, sea declarado o no monumento, posee diferentes mecanismos de gestión y financiamiento.
“Los cementerios se han ido transformando en un reflejo de la ciudad de los vivos, de sus cambios y sus transformaciones”, reflexiona Carlos León.
En el caso del Cementerio General de Santiago, 28 de un total de 86 hectáreas fueron declaradas Monumento Histórico Nacional en 2010, en lo que se conoce como Casco Histórico y el Patio 29. Hay varias historias —entre la realidad y la leyenda— que llaman la atención de los visitantes, según Vivían Orellana. Una de ellas es la de la Llorona de la Capilla Verde, que trata de una mujer que, tras un accidente, perdió a sus dos hijos que fueron enterrados en dicho panteón. Sin embargo, ella habría quedado en coma dos años, durante los cuales lloró sin cesar la muerte de sus retoños.
“Vienen muchas las personas buscando estos lugares. Por ejemplo, a la sepultura de la novia (Orlita Romero Gómez) concurre mucha gente, principalmente mujeres, para pedirle encontrar el amor, encontrar pareja, solucionar problemas familiares. También hay un importante valor religioso, ya que vienen las personas a los diferentes Santos a hacer ritos y peticiones”.
Asimismo, hay quienes se acercan a la sepultura y memorial de Romualdito, cuya identidad exacta y los acontecimientos relativos a su muerte se desconocen. A pesar de ello, los devotos se congregan en su memorial para pedir favores a este presunto niño asesinado en Estación Central. Por años se ha intentado declarar el lugar como Monumento Histórico Nacional, aunque sin resultados.
Kilómetros al sur, el Cementerio General de Concepción guarda otras historias en su camposanto. Además de la de Petronila Neira, la tumba del militar y político Herminio González también se erige como un reciente Monumento Histórico Nacional. Más que la historia de su ocupante, lo que hace famoso a este espacio es la inclinación del mausoleo. Conocido como “la torre de pizza de Concepción”, la tumba se convirtió en evidencia de los estragos del terremoto del 27 de febrero de 2010. El Mausoleo de Pedro del Río Zañartu, el Mausoleo de la Familia Castellón y el Mausoleo del General Don José María de la Cruz son los otros tres Monumentos Nacionales que alberga el principal cementerio penquista, que el año pasado, durante su bicentenario, fue sede del Encuentro de la Red Iberoamericana de Cementerios Patrimoniales.
El historiador Gonzalo Ortega recuerda otro relato, pero lejos de los límites de ese camposanto. Su relato nos traslada a Tomé, comuna de la provincia de Concepción. Corrían los años 20 cuando Edith, la hija mayor del empresario textil Carlos Werner, se quitó la vida por amor - según la leyenda- en Viña del Mar. Sus restos fueron trasladados a Tomé, donde fueron sepultados en el mausoleo familiar. “Este, según la leyenda, era lugar de peregrinación, aunque no tenemos documentación que lo respalde”, explica Ortega. Tal era el nivel de fieles que se acercaban a su lugar de descanso, que su cuerpo fue nuevamente llevado a la ciudad jardín. En su nombre, “se dice que se construyó la iglesia Cristo Rey, que está la entrada del barrio Bellavista en Tomé”, agrega el especialista.
En este caso vemos como “la muerte materializó espacios hace cien años, que hoy siguen vigentes y siendo parte de las prácticas cotidianas de la comunidad”.
El peligro de olvidar
A inicios de 2024, el Cementerio General de Santiago recibió una serie de críticas por su mal estado de conservación. No obstante, Vivían Orellana asegura que esta tarea es compleja.
“El cementerio depende de la Municipalidad de Recoleta, pero al ser monumento está bajo tuición del Consejo de Monumentos Nacionales. Trabajamos de forma tripartita”. Una de las limitantes que identifica para la restauración y mantención del cementerio es la línea entre lo público y lo privado. “La mayoría de los grandes mausoleos son propiedad privada, de las familias. Por lo tanto, son ellos quienes tienen que hacerse responsables. No se puede hacer una intervención mayor porque no podemos invertir recursos públicos en propiedad privada”, agrega la encargada de la Unidad de Patrimonio del cementerio.
En el caso de Concepción, la autonomía es un punto a favor al momento de hacer gestión patrimonial. Los ingresos surgen del mismo cementerio, del crematorio y de un aporte de la municipalidad, indica Victor Aravena, Director de Extensión de Semco.
Al igual que otros sectores de la cultura, la dependencia a los fondos concursables es una tónica. “El Consejo de Monumentos no entrega recursos para restaurar ningún monumento nacional, solo son tus tutores. Todo lo que nosotros hacemos como cementerio tiene que ver con la autogestión y con financiamiento interno y también con la constante postulación a fondos públicos como cualquier otro organismo”, comenta Vivían Orellana del Cementerio General de Santiago.
“El principal problema de los cementerios, de la muerte o del sujeto histórico, es cuando los olvidamos”, puntualiza Gonzalo Ortega. Por ello, los circuitos patrimoniales temáticos, las visitas guiadas a los cementerios o los recorridos educativos cobran tanta relevancia para estas organizaciones. “A través de estas actividades buscamos rescatar todo lo que es el patrimonio inmaterial. El cementerio lo que busca es entregar todo un bagaje cultural desde lo simbólico a lo histórico y arquitectónico. Ninguna de las rutas está enfocada en el morbo, sino que en entregar cultura”, reflexiona Vivían Orellana.
Como ciudadana, Nidia Esobedo ve con ojo crítico la conservación de los cementerios. “Falta más cuidado y difusión de lo que es el cementerio, considerando su valor histórico y patrimonial. Ahí están las historias de los ancestros y los seres queridos”, concluye. Antes de finalizar la conversación, Nidia Escobedo cuenta a Culto una de sus últimas expediciones, donde fue a conocer la tumba de Tito Lastarria, conocido como el vampiro de Rancagua. Si bien el sitio no es patrimonio o monumento declarado, vive en la memoria de Nidia y de muchos tantos apasionados por la conjunción de lo mortuorio y lo patrimonial.
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