“¡Michael Jackson ha muerto!”: las dramáticas horas finales del “Rey del Pop”
Hace 15 años, el 25 de junio del 2009 a las 14:26 horas, Michael Jackson fue declarado muerto por parte de los médicos del Ronald Reagan UCLA Medical Center. La autopsia reveló que su deceso se debió a una sobredosis de fármacos. En Culto revivimos un día trágico para el pop.
Se le iba. Se le iba. Si no hacía algo en ese preciso minuto, el médico Conrad Murray lo podría lamentar. El facultativo se había despertado ese día con una orden de su patrón, Michael Jackson, aunque tenía tanto de imperativo como de ruego al mismo tiempo. Que le suministrara propofol, un anestésico potente empleado en las cirugías. De corta duración (entre 30 a 60 minutos de efecto), pero fuerte. Contra su opinión -la cual se la había hecho presente más de alguna vez- Murray le inyectó a Jackson 25 miligramos de porpofol a las 10.40 am del 25 de junio del 2009. Y el escenario era la mansión alquilada de Holmby Hills, en Los Ángeles.
Diez minutos después, Murray pasó a ver a Jackson a su habitación, pero no respiraba. Ahí entendió que se le venía un día difícil si no reaccionaba. Inició las maniobras de reanimación y de paso, le inyectó 0,2 miligramos de Anexate, un medicamento que contrarresta los efectos de los sedantes. Seguro Murray rezó a todo lo que creyese y no, para que todo lo que hacía en ese momento funcionase y su afamado paciente volviera en sí. A la vida. Seguro recordó sus clases en la Meharry Medical College, en Nashville, Tennessee, la primera escuela de medicina para afroamericanos, y pasó revista por su internado en la Clínica Mayo. Pero seguro que en las solemnes aulas nunca le hablaron de cómo reanimar a un hombre cuando es más que un hombre. Una leyenda.
El problema es que Jackson ya venía con un cóctel de fármacos. Por entonces, el hombre de Billie Jean estaba teniendo muy malas noches, le costaba dormir, y le pidió a Murray que le suministrara propofol para poder descansar. A sus 50 años, parecía que cada día pesaba más que el anterior. El galeno trató de convencerlo de que no siguiera haciéndolo, pero fue inútil. Jackson quería dormir a toda costa.
Antes de dormir, Murray le inyectó por vía endovenosa propofol combinado con xilocaína, la especialidad de la casa. Luego, a la 1.30 am, y como seguía sin conciliar el sueño, Jackson le pidió que volviera a hacerlo, pero el médico optó por darle pastillas. Según reveló la investigación posterior, a esa hora el cantante consumió 10 mg de Valium. Luego vinieron más: a las 2 am, tomó Ativan, un ansiolítico; a las 3, tomó un sedante llamado Versed. Y como seguía sin poder dormir, entre 5.30 y las 7.30, repitió las dosis de Ativan y Versed.
Murray debió de recordar toda esa ingesta de fármacos cuando trataba de hacer volver a Jackson. En esos ansiosos minutos, el caos se apoderó de la casa. El médico corrió por los pasillos de la mansión y a los gritos pidió ayuda a Michael Amir Williams, el guardaespaldas de Jackson, y a Michael Joseph “Prince”, de 12 años, el hijo mayor del cantante. No eran enfermeros ni paramédicos ni gente calificada en medicina, por lo que poco podían hacer. La situación se le escapaba de las manos. Recién a las 12.22, casi una hora y media después de la última inyección de propofol, el galeno llamó al número que podía realizar magia y salvarlo todo, el 911. Pero a esa altura, ya era un manotazo de ahogado. Jackson se iba.
La ambulancia llegó rápido, solo tardó 9 minutos a 100 North Carolwood Drive. El personal de auxilio encontró a Michael Jackson, sí a Michael Jackson, inerte, demacrado, y sin signos vitales en su habitación. Tras algunas maniobras de primeros auxilios optaron por trasladarlo, a la 13:14 pm, al Ronald Reagan UCLA Medical Center, donde le siguieron aplicando maniobras de reanimación. Todo fue inútil. No había nada que hacer. A las 14:26 del 25 de junio de 2009, los médicos declararon a Michael Jackson oficialmente muerto.
Solo 18 minutos después, y gracias a una fuente médica que tenían en el Ronald Reagan UCLA Medical Center, el portal TMZ -especializado en espectáculos- dio a conocer la noticia. Michael Jackson había muerto a los 50 años. Era increíble. En Chile eran las 17.44 de la tarde. La gente se preparaba para tomar once. Hacía frío. Más de alguien esperaba impaciente frente al televisor que le llegara el balón de gas para la estufa. La preocupación número uno era una enfermedad conocida como la “fiebre porcina”, o más bien la gripe A (H1N1), y la “Roja” -con Marcelo Bielsa en la banca- venía de derrotar a Bolivia por 4-0 en las clasificatorias al Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010.
Los medios comenzaron una transmisión en directo solo enfocada en la impactante noticia, como suele ocurrir con los hechos que generan resonancia. Tal como con la muerte de John Kennedy, en 1963, o de Augusto Pinochet, solo tres años antes. En Canal 13, Iván Valenzuela destacaba la fidelidad de los fanáticos del “Rey del Pop” que se empezaban a congregar afuera del Ronald Reagan UCLA Medical Center, a pesar “de su esperpéntica existencia en los últimos años”. Razón no le faltaba en todo caso, puesto que el cantante, a los tumbos, había anunciado una gran gira de retorno en un intento por honrar su historia, y de paso, mejorar su alicaída situación económica. Como sea, en los primeros momentos, se especulaba sobre la causa de muerte del artista. Estas solo quedarían claras con la autopsia.
Y la autopsia confirmó que la muerte de “Jacko” se debió a un paro cardiaco, a consecuencia de la sobredosis de fármacos. Para la Justicia, la muerte de la estrella del pop se consideró un homicidio y en 2011, Murray fue declarado culpable de homicidio involuntario, sentenciado a cuatro años de prisión, y sus licencias para ejercer la medicina revocadas. Cumplió dos años y salió en libertad condicional el 28 de octubre de 2013.
Poco después de la muerte del astro, fue su primera esposa, Lisa Marie Presley, la hija del “Rey del Rock”, quien posteó en su sitio de MySpace (un clásico de los 2000) una sentida reflexión: “Él lo sabía. Hace años Michael y yo manteníamos una profunda conversación sobre la vida en general. No puedo recordar exactamente sobre qué pero debía estar preguntándome sobre las circunstancias de la muerte de mi padre. En un punto, él hizo una pausa, me miró intensamente y me dijo casi con una tranquila seguridad, ‘Me temo que voy a acabar como él, de la manera que él lo hizo’”.
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