Diamela Eltit: “El Premio Nacional mantiene una notoria ausencia de escritoras, lo hemos obtenido tres narradoras”

Como buena intelectual, además de ser una de las narradoras más relevantes de la literatura chilena, Diamela Eltit no queda ajena a la rueda de la creación de conceptos. En más de un ensayo ha acuñado la idea de la “microrrevolución”, para referirse al estallido social de octubre del 2019, y del que pronto se cumplirán cinco años, pero también planteó la idea de “ceguera social”, la que sostiene, aún está de manifiesto en nuestros días.

“Ese tan conocido, ‘yo no sabía’ es equivalente a ‘yo no vi nada’, nada de los crímenes de la dictadura, nada de las falencias sociales, una ceguera ante la fragilidad de los jóvenes en ambientes tóxicos y violentos, nada ante los más de 165.000 niñas y niños en el Sename, nada ante la precariedad de los empleos. De esa manera el trato y contrato en torno a la criminalidad evade los contextos, la promoción del consumo, la deuda interminable”, comenta la escritora a Culto.

Esos conceptos y otros, Eltit los ha ido forjando sobre todo en ensayos, presentaciones de libros, prólogos y otros artefactos narrativos, que hasta ahora se encontraban desperdigados, y que acaban de ser reunidos en el volumen Laberintos. Escritos sobre literatura, política y feminismo (Seix Barral). Acá podemos ver una dimensión reflexiva de la Premio Nacional de Literatura 2018 que, por lo demás, ha desarrollado en otros volúmenes como Crónica del sufragio femenino en Chile (1994), Puño y letra (2005) o El ojo en la mira (2021), en paralelo a sus novelas icónicas, como Lumpérica (1983), Vaca sagrada (1991), Jamás el fuego nunca (2007) o Fuerzas especiales (2013).

¿Cómo surgió este libro?

Pensé publicar este libro porque, en estos años, me ha interesado releer y repensar la tradición chilena para examinar de qué modo las problemáticas abiertas por un grupo de autores del siglo XIX y XX no sólo fueron cruciales, sino especialmente ahora mismo son actuales. La desmemoria chilena generada por el mercado neoliberal deshecha, entre otros elementos, la historia literaria. Releer a escritoras y escritores que poblaron el campo literario es una tarea política, poética y estética, porque en su conjunto son asombrosamente vigentes

En el ensayo Tiempo y Literatura califica el estallido social como “Microrrevolución”. Pronto se cumplirán 5 años, ¿cómo recuerda ese período?

Sin duda, el “estallido” o lo que denomino como microrrevolución es uno de los levantamientos sociales más intensos o el más intenso de la historia nacional. La ebullición de un volcán es lo que más se asemeja, lo digo porque cuando ocurre arrastra todo junto al fuego, la lava, piedras, rocas, nieve. Eso pasó y siempre ha pasado en cada una de las grandes protestas sociales en el mundo, son incontenibles porque se cruza la desigualdad con el resentimiento, la resistencia ante una dominación injusta, la precariedad y la devolución de una violencia largamente incubada y, lo más importante, la ineficacia de la política.

Si habla de “ineficacia de la política”, ¿es porque cree que no contribuyó a solucionar los problemas que se demandaban?

Sabemos que la falla de San Ramón también está en el Congreso y en las altas autoridades. Existen innumerables conflictos de interés en las cúpulas. El actual “Caso Hermosilla” es una ilustración del funcionamiento social fundado en cargos políticos, relaciones, dinero y clase. O como dijo el mismo Hermosilla en un chat “Tenemos todo el Power”. Por otra parte existe una gran segregación territorial, criminalización de la pobreza, crimen organizado relacionado en gran medida con la droga, deserción escolar, salarios insuficientes, una migración reciente que vive en pésimas condiciones, en fin. Y para qué hablar de las pensiones.

En un ensayo recuerda a Pedro Lemebel, ¿cómo cree que se le lee su obra hoy?

Pienso que Pedro Lemebel es un referente cultural y literario poderoso e incandescente porque construyó un suelo firme para las disidencias o como ya he señalado, hizo de la loca un arma fina y sostenida. Fue irreverente y se hizo compañero del pueblo pobre. Durante el “estallido” se transformó en uno de los personajes que poblaron las paredes como una novela callejera junto a Gabriela Mistral y al Perro Matapacos. Pedro tenía mucha calle y las calles de las ciudades lo reconocieron.

En otro de los ensayos, usted aborda un cruce entre la realidad y la ficción en la literatura, ¿cree que ese cruce también se refleja en las Redes sociales?

Como usted señala las redes unen realidad y ficción. Especialmente en la promoción del yo mediante el like, pueden generar seguidores o comentaristas. Mediante la tecnología se reconstruye cualquier detalle que sea molesto para conseguir una buena fotografía, el “fake” encuentra allí su nicho más reproductivo, una “fake” que puede alterar las percepciones políticas, pero también genera comunidades virtuales que alegran y estimulan. Son un insumo para los emprendedores. Pero más allá de su uso, hay que considerar las redes como mecanismos de control y una pieza fundamental para el consumo o el capitalismo digital. La tecnología, las redes, no son inocentes, pertenecen a los actuales dueños del mundo, se transan en la bolsa y los usuarios son los artífices para los precios de las acciones.

Y, ¿cuál es su relación particular con las Redes Sociales?

Yo personalmente no tengo redes porque soy obsesiva. Pero más allá de los algoritmos, lo importante es usarlas con lucidez. Porque sí, casi como un juego.

El cuerpo ha sido uno de sus intereses en estos ensayos y en su literatura. ¿Por qué elige reflexionar sobre eso?

El cuerpo es una zona incierta, está escrito por una serie de instituciones que lo diagraman y lo diseñan hasta establecer un modelo. El cuerpo de la mujer ha sido el objeto central de todos los sistemas. Pero, desde luego, esos modelos cambian, no es lo mismo el cuerpo renacentista, que el cuerpo de parte del siglo XX o el actual, escrito en parte, por el hambre. Le preguntaron en una entrevista a la feminista musulmana Fátima Mernissi por el burka que usan algunas mujeres musulmanas, ella contestó: “La talla 38 es el burka de las mujeres occidentales”. Está la industria del cuerpo, en épocas pasadas desde la tiranía del corset hasta la faja, hoy los multitudinarios quirófanos, la industria química, todo para conseguir llegar a un cuerpo que siempre es esquivo, inalcanzable, muta, avergüenza. Es exterior, ajeno a sus órganos. Pero en mi caso pienso en el cuerpo de la letra, en despegarlo de las pedagogías que la adormecen, en fin es un tema extenso.

También aborda el rol de las mujeres escritoras y el canon literario. ¿Cree que actualmente hay una mayor visibilidad para las escritoras?

Existe una mayor visibilidad de las escritoras, desde luego conseguida por el valor literario de sus obras. Pero eso no significa que no exista una asimetría, que el canon sea mayoritariamente liderado por lo masculino. Desde luego en el campo literario se repite el mismo rígido orden que en el resto del aparato social. El protagonismo literario lo tienen los escritores, esa es la convención, el mandato, el disciplinamiento cultural.

¿Cómo ve el lugar de la mujer en la literatura actual? En sus ensayos pasa mucho por lo que fue la publicación de Juana Lucero, a inicios del XX.

Juana Lucero publicada en 1914 por Augusto D’Halmar, da cuenta del recorrido de la mujer pobre, sin redes familiares, sometida a abusos y usos sexuales hasta llegar a la muerte. Sin duda, este libro evadió el mundo burgués y sus dilemas, para ingresar en un espacio poco transitado que ilumina una condición que hasta hoy cruza el territorio. Ámbar Cornejo, la adolescente que fue asesinada con la ayuda de su madre, por un asesino serial, después de una larga cadena de abusos, puede ser leída desde la Juana Lucero protagonista de la novela, escrita hace más de un siglo.

¿Qué sensación le deja el reciente Premio Nacional de Literatura otorgado a Elvira Hernández?

Es una gran alegría porque son décadas de trabajo y pensamiento. Ya sabemos que nadie escribe para un premio, que la literatura está en la esfera de la pulsión, del deseo y del trabajo, sin duda Elvira Hernández es un gran referente y una mujer muy valiosa.

¿Cree que el premio tiene una deuda con las poetas?

El Premio Nacional mantiene una notoria ausencia de escritoras, en ese sentido, lo hemos obtenido 3 narradoras, hay que sumar también a Marcela Paz que escribía libros infantiles y ahora con Elvira Hernández se suma una segunda poeta. Hay que añadir el ya muy citado caso de Mistral que lo obtuvo varios años después del Nobel. No quiero desmerecer la producción de narradores y poetas, el punto es que este premio y su historia muestran un férreo tejido cultural, finalmente es la nación a través del Estado la que opera, una nación que se debe pensar y examinar. Siempre.