Columna de Marcelo Contreras: Ídolo no te caigas
Las estrellas musicales y los artistas en general no están obligados a ser ejemplo de nada, como tampoco se les puede exigir rectitud moral; dejemos las letanías a los políticos y líderes religiosos. Bajo el escenario pueden encarnar a perfectos idiotas si les place. Da lo mismo mientras hayan compuesto música memorable.
La cantante Emily Armstrong, confirmada a comienzos de mes como reemplazo de Chester Bennington en Linkin Park, no solo ha encontrado resistencias de indisimulados contornos machistas por su nominación en el puesto del fallecido frontman -gratuito considerando sus méritos vociferando con estilo y melodía en Dead Sara-, sino que se le cuestiona por asuntos privados como ser miembro de la cienciología, y haber concurrido a una audiencia en el juicio al actor Danny Masterson -correligionario y conocido por That ‘70 show-, condenado a 30 años por violar a dos mujeres. Armstrong se declaró arrepentida del circunstancial apoyo el pasado 6 de septiembre, al día siguiente de ser oficializada en Linkin Park. “No debería haberlo hecho”, escribió en Instagram, subrayando su rechazo al abuso y violencia “contra las mujeres”.
Esta semana, también por IG, nos enteramos de la reciente paternidad de Dave Grohl fuera del matrimonio. El tipo más buena onda del rock resultó duramente vapuleado en redes, con seguidores asegurando que el hecho afecta la percepción de su figura y obra musical, y otros alegando pérdida de confianza, como si se tratara de la traición a una causa, o la chuecura de un familiar o un amigo cercano. La ex estrella porno Mia Khalifa lo tomó con más calma. “Perdimos a Dave Grohl -escribió en X-, pero aún tenemos a Billie Joe”, en referencia al líder de Green Day.
Cuando a Mick Jagger o Julio Iglesias les endosaban un hijo, la gente se encogía de hombros, era parte del paquete. Pero en este contexto no resulta aceptable, aún cuando el juicio se emite hacia una figura con la cual existe una relación distante mediatizada, en una época donde lo público y lo privado se ha convertido en una sustancia líquida, creando una quimera de cercanía imposible.
Si se trata de acciones de ídolos y famosos que conllevan sanción judicial, resulta comprensible la cancelación o el recelo, considerando siempre el calibre de los delitos. Los españoles no han renunciado a la idolatría hacia Isabel Pantoja, a pesar de su encarcelamiento por lavado de dinero, y una tumultuosa vida privada marcada por la mala relación con sus hijos. Pero incluir al pederasta convicto Gary Glitter en la banda sonora de The Joker (2019), fue una torpeza disfrazada de atrevimiento.
Cuando el artista se instala en un púlpito y sus acciones no coinciden con la prédica, causa interferencia en una mezcla de contradicción y patudez, inherente a la condición humana. John Lennon predicaba el amor y la paz mientras su comportamiento doméstico era abusivo; así también lo reconoció públicamente cuando nadie osaba hacerlo. Jorge González dedicó un par de canciones con resentimiento e ironía a la ambición de cierta élite local por vivir en el Primer Mundo, y luego hizo lo propio con estadías en Nueva York y Berlín.
Las estrellas musicales y los artistas en general no están obligados a ser ejemplo de nada, como tampoco se les puede exigir rectitud moral; dejemos las letanías a los políticos y líderes religiosos. Bajo el escenario pueden encarnar a perfectos idiotas si les place, participar de credos poco ortodoxos, o alinearse con tonterías como sucede con el guitarrista terraplanista de Deftones, que tampoco cree en las vacunas. Da lo mismo mientras haya compuesto música memorable.
Las guías morales no están en sus manos, como resulta injusto y antojadizo apuntar sus tropiezos privados, por eventuales efectos en la manera de disfrutar sus canciones. Si la incomodidad es mucha se puede mutear o eliminar del playlist, sin necesidad de apuntar y reconvenir. Retirarse en silencio de la función, en vez de irse gritando en nombre de la moral y las buenas costumbres.
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