Columna de Rodrigo González: Joker, Folie à Deux: Not Guasón
Quizás la fórmula para apreciar esta película sea no haber visto la primera. Llegar a la sala sin expectativas. Pero eso es como embriagarse con agua o perder la somnolencia con café descafeinado. Ahí los locos serían los espectadores y no este Joker sedado, aburrido y desperfilado.
Dos semanas después del estreno en Chile del primer Joker (o Guasón, que es como la traducen en Hispanoamérica), se produjo el estallido social del 18 de octubre del 2019. No fueron pocos los que para bien o para mal vieron semejanzas entre la anomia del período y el espíritu disruptivo del protagonista de la película.
Cinco años después, Joker, folie à deux otra vez parece estar en sintonía con los tiempos del país. Claro que, acorde a la época, esta vez las cosas han cambiado y no queda nada de ese antihéroe resentido y peligroso. Lo que hay es un personaje más bien introspectivo, meditabundo, que se ríe menos y que llora más. Tal vez la cárcel lo hizo madurar. Tal vez es sólo una mala jugada del guión.
Pero considerando que Joker 1 impactó a medio mundo (e irritó a otra buena parte) por ser una película diferente al molde de las cintas de superhéroes, lo más probable es que esta Joker, folie à deux (o Joker, locura de a dos) sea sólo un paso en falso. Un tiro por la culata de un realizador que quiso hacer algo distinto y murió en el intento.
Quienes quieran ver una relación maldita entre Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) y Lee Quinzel (Lady Gaga) pueden sentirse afortunados de haber seguido el hilo del director y co-guionista Todd Phillips. El resto, simplemente no nos tragamos una receta pretenciosa (empezando por su nombre) y mal cocinada.
La trama comienza con Arthur Fleck -el nombre real del Joker- preso de su celda, pero también de su propia inseguridad. No tiene claridad con respecto a qué hacer hoy, mañana o la próxima semana.
Una voluntariosa abogada interpretada por la siempre solvente Catherine Keener (lástima que su papel no dure mucho) trata de hacer comprender al mundo judicial que Arthur no estaba en sus plenos cabales cuando cometió los homicidios por los que es acusado. O, más bien, intenta que el jurado y el juez crean que hay dos personalidades en él. La del pobre infeliz víctima de bullying y despreciado por su madre y la del psicópata conocido como Joker. La auténtica es la primera y, de mandarlo a la pena capital, el sistema estaría deshaciéndose de alguien que es víctima de las condiciones en que le tocó nacer.
En medio de este proceso, Arthur conoce a Lee Quinzel, una muchacha que está en un asilo para lunáticos y dice ser su admiradora. Entre ambos se teje una extraña relación de marginales que pronto tiene la cara del amor. Hay clásicos temas del cancionero americano de fondo y así es como la película muta a un musical. En el intertanto, Arthur Fleck-Joker despide a su abogada y decide defenderse a sí mismo. Extraña cosa.
Quizás la fórmula para apreciar esta película sea no haber visto la primera. Llegar a la sala sin expectativas. Pero eso es como embriagarse con agua o perder la somnolencia con café descafeinado. Ahí los locos serían los espectadores y no este Joker sedado, aburrido y desperfilado.
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