La batalla de Coronel: la brutal derrota de la Royal Navy en Chile
Violando flagrantemente la neutralidad nacional en la I Guerra Mundial, hace 110 años se libró en las costas de Coronel uno de los enfrentamientos navales decisivos entre Gran Bretaña y Alemania. El aplastante triunfo de las naves del Kaiser tuvo una celebración amarga en Valparaíso, protagonizada por el vicealmirante Graf Maximilian von Spee. “Querían hacer una celebración -escribió-, pero me negué a ello”. Un mes más tarde él y sus tripulaciones yacían en el fondo del mar.
Es el 3 de noviembre de 1914 en Valparaíso y dos días antes la escuadra al mando de Maximilian von Spee había infligido la mayor derrota sufrida por la Royal Navy en 102 años. Más de 1600 tripulantes británicos perdieron la vida frente a las costas de Coronel en la actual región del Bío Bío abordo de los cruceros acorazados Good Hope y Monmouth, hundidos en menos de dos horas por el escuadrón del Asia oriental de la armada imperial germana, con base en Tsingtao, China.
A pesar de la algarabía de la numerosa colonia alemana residente en el puerto -rivales de los ingleses en comercio, finanzas e influencia cultural en la ciudad-, el alto oficial apenas disimulaba su ánimo lúgubre. A los 53 años, el experimentado jefe naval que había ingresado a la marina en 1878, sabía perfectamente que el triunfo resultaba transitorio. Los ingleses tomarían revancha, solo era cuestión de tiempo.
Apenas divisó el muelle de pasajeros a metros del monumento a los héroes de Iquique para desembarcar de la lancha que lo traía desde el crucero acorazado Scharnhorst, su nave insignia, von Spee se sintió incómodo. “Las cámaras fotografiaban y la gente aplaudía, querían hacer una celebración -escribió el comandante-, pero me negué a ello”.
Escoltado por un oficial de la armada chilena asignado como enlace y miembros de la colonia, el vicealmirante y sus oficiales accedieron a concurrir al Club Alemán, institución aún vigente en Valparaíso.
Tras firmar el libro de visitas, un invitado pasado de copas -”un idiota borracho y sin sentido”, en palabras del alto oficial- propuso un brindis maldiciendo a la armada británica. Graf Maximilian von Spee lo fulminó con la mirada. “Bebo en memoria de un enemigo galante y honorable”, replicó, a sabiendas que la batalla de Coronel había sido un encuentro brutal que la escuadra inglesa pudo rehuir.
El primer lord del almirantazgo Winston Churchill reconocería más tarde la hidalguía de von Spee. “No habló ni una sola palabra de triunfo sobre los muertos”, alabó.
El escuadrón del Asia oriental recaló apenas un día en Valparaíso. En rigor, sólo tres naves ingresaron hasta la rada porteña debido a las condiciones de neutralidad de Chile en el contexto de la I Guerra Mundial, iniciada el 28 de julio de aquel año. Sin embargo, las fuerzas navales de ambas potencias desecharon cualquier consideración cuando libraron la batalla en Coronel, frente a la isla Santa María. Los pescadores de la zona observaron atónitos el combate a punta de cañonazos de grueso calibre entre las escuadras.
Los alemanes anclaron en las inmediaciones del acceso del molo de abrigo -en aquel tiempo en sus primeras fases de construcción- al Scharnhost, su gemelo el Gneisenau y el crucero ligero Nürnberg. El Dresden y el Leipzig fueron enviados a Juan Fernández.
“Soy un hombre sin hogar, no poseemos un puerto seguro ni podemos llegar hasta Alemania”, comentó con desánimo von Spee a un médico alemán residente en Valparaíso. “Debo seguir navegando por los mares intentando causar el mayor daño posible, hasta agotar las municiones o que un enemigo muy superior pueda atraparme”.
Tras el exabrupto del brindis ignominioso en el Club Alemán, el comandante y su séquito se marcharon rápidamente. En las inmediaciones, una mujer se acercó a von Spee y le entregó un ramo de flores.
“Lucirán bien en mi tumba”, exclamó lúgubremente.
35 días más tarde, el comandante y la mayoría de sus hombres estaban muertos.
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El cónsul británico en Valparaíso informó inmediatamente a Londres de la presencia alemana en el puerto, sin tener detalle de la batalla de Coronel y su desastroso resultado para las fuerzas británicas. El almirantazgo envió órdenes para reforzar la escuadra del contralmirante Christopher Cradock, sin saber que el alto oficial y las tripulaciones íntegras de las dos principales naves de su división yacían en el fondo del Pacífico.
“Se ha ordenado al Defense que se una a su Escuadrón -dictaba la orden-. El Glasgow debe mantener el contacto con el enemigo, concentra tu Escuadrón incluyendo el Canopus y efectúa la unión con el Defense lo antes posible”.
La cruel paradoja es que la máxima comandancia de la Royal Navy reaccionaba cuando no había nada que hacer, a pesar de la solicitud de refuerzos hecha por Cradock, negados tajantemente desde Inglaterra. “Con lo que tiene es suficiente”, replicó con desdén el jefe del estado mayor, el vicealmirante Sin Frederick Doveton Sturdee. Churchill fue más diplomático -uno de sus grandes talentos- pero tampoco ofreció mayor ayuda.
“Luche con lo que tiene -comentó a Cradock- y vayan para usted nuestros mejores deseos”.
Conocidos los hechos de Coronel en Gran Bretaña, Winston Churchill asumió que “ya estábamos comunicándonos con el vacío”, al momento de resolver el apoyo a Cradock sin saber que era demasiado tarde.
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En el contexto imperialista de la I Guerra Mundial, tanto Inglaterra como Alemania disponían de escuadras permanentes en sus posesiones y rutas de ultramar, para garantizar flujos comerciales. Gran Bretaña, poseedora de la mayor flota de la época, contaba con naves apostadas permanentemente en las islas Malvinas, entre infinidad de divisiones repartidas en el planeta. Sin embargo, por tratarse de una zona secundaria respecto de los principales escenarios geopolíticos, los buques asignados eran más viejos.
La carrera armamentista librada en Europa desde fines del siglo XIX había sido especialmente vertiginosa en materia naval. Los adelantos en artillería, propulsión y blindaje solían dejar obsoletos no solo a barcos con pocos años de servicio, sino incluso a los que estaban en plena construcción.
Inglaterra contaba en la zona con dos antiguos cruceros acorazados -HMS Good Hope y HMS Monmouth-, el crucero ligero HMS Glasgow y el HMS Otranto, un mercante armado de escaso valor bélico. La fuerza al mando de almirante Cradock zarpó rumbo suroeste el 22 de octubre dejando atrás al vetusto acorazado HMS Canopus, incapacitado de seguir el ritmo de navegación por averías.
Cradock zarpó no sin antes dejar una carta que debía ser entregada al almirante Sir Hedworth Meux en caso de fallecer, un destino que el marino creía inevitable. El oficial dejaba en claro por escrito que presentaría batalla como fuera, consciente del proceso penal enfrentado por su amigo el contralmirante Ernest Troubridge, enjuiciado por haber eludido un combate con unidades enemigas.
La fuerza británica iba en busca del escuadrón germano del Asia oriental, que había huído de su base en China. El escenario se había vuelto adverso en la zona para las fuerzas del II Reich, luego que una rápida escalada de fuerzas combinadas entre Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda y Japón arrebató una serie de posesiones alemanas en mares del Oriente y Oceanía. La flota de von Spee decidió entonces hostilizar el comercio en Sudamérica por la costa Pacífico. Apenas lo supo el almirantazgo, Cradock zarpó.
Las tripulaciones alemanas superaban notoriamente en adiestramiento a las británicas, formadas por reservistas. Los artilleros de los cruceros del Kaiser eran considerados entre los mejores de la flota, y la escuadrilla era más moderna y rápida que las fuerzas rivales. El armamento más grueso de los ingleses estaba en el rezagado Canopus. El pesimismo de Craddock respecto de sobrevivir a un encuentro con von Spee tenía sentido.
La escuadra inglesa ingresó a aguas chilenas hacia fines de octubre. El Glasgow se adelantó rumbo a Coronel para recabar información proveniente de Inglaterra. En el intertanto von Spee, a la altura de Valparaíso, se enteró y partió rumbo al sur para hundir a la nave británica, la más veloz de los rivales.
Con el Canopus retrasado, Craddock estaba en completa desventaja frente a los alemanes y con otro factor en contra: el mercante Otranto era más lento. Aunque tenía la opción de huir con sus tres cruceros, entre el abandono de la nave más débil y la experiencia de su amigo Toubridge, el contralmirante decidió presentar batalla sabiendo que sólo un milagro los podría salvar.
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Para los artilleros alemanes el combate ofreció condiciones ideales. A las 16:17 horas el Leipzig avistó humos enemigos, hasta que las andanadas se desencadenaron a las 18:34. En aquel horario, con el sol presto a desaparecer en el horizonte, las siluetas de las unidades inglesas se delineaban nítidamente con las últimas luces del día, en tanto von Spee se mantuvo en la línea más cercana a la costa.
A las 19:23 el Good Hope estaba prácticamente fuera de combate hasta que la detonación de un compartimiento mandó a pique al crucero con toda su tripulación, incluyendo el contralmirante Cradock.
El reloj marca las 20:10 y el Monmouth estaba inerte y escorado debido al certero fuego del Gneisenau. Se hundió 40 minutos después sin sobrevivientes, tal como el Good Hope.
En las primeras horas del 2 de noviembre, von Spee conjeturaba la huída del Glasgow y el Otranto, como sospechaba que el Good Hope debía estar muy dañado. Informaciones del Leipzig confirmaron que este último había sucumbido al ver restos del naufragio. El jefe naval decidió entonces enviar un mensaje a su gente. “Con la ayuda de Dios hemos logrado una victoria gloriosa -manifestó von Spee-. Expreso mi agradecimiento y felicitaciones a las tripulaciones”.
La flota alemana había recibido escasísimos daños con apenas tres muertos y cinco heridos. El escuadrón del Asia oriental era nominalmente la mayo fuerza naval del Pacífico sur y con proyección hacia el Atlántico, pero Graf Maximilian von Spee supo que su suerte estaba definida cuando llegaron los reportes del gasto de municiones. El Scharnhorst había disparado 422 proyectiles de máximo calibre y solo le quedaban 350. Aunque el Gneisenau tenía mayores reservas -528 unidades-, von Spee sabía que era insuficiente para alentar esperanzas de regresar a Alemania, el único punto donde podía abastecer a sus cañones.
Debido a las escasas reservas, descartó un posible enfrentamiento con el Canopus. Rumbo a Valparaíso, expresó en una carta privada sus aprehensiones sobre el futuro de la fuerza a su mando.
“Difícilmente puedes imaginar la alegría que reina entre nosotros -escribió-, al menos hemos contribuido algo a la gloria de nuestras armas, aunque puede que no signifique mucho en el contexto general en vista de la enorme cantidad de barcos británicos”.
Cuando arribó al primer puerto chileno en aquel entonces, tripulantes de las naves alemanas surtas en la bahía se ofrecieron para integrar a la flota. 127 fueron admitidos.
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Si el contralmirante Christopher Cradock fue al sacrificio al enfrentarse con von Spee, el jefe alemán hizo lo propio el 25 de noviembre cuando en una recalada en la isla Picton decidió atacar la base de las Malvinas, con la opinión en contra de varios oficiales por las escasas municiones.
En el intertanto, el alto mando naval británico había tomado medidas mientras Winston Churchill declaraba que la derrota debía ser “vengada a la brevedad”. Reunieron ocho unidades de combate, incluyendo varias más modernas y rápidas que los cruceros alemanes.
La batalla de las Malvinas fue una vuelta de mano completa. Cuatro naves alemanas hundidas, 1871 muertos y 215 prisioneros. El vicealmirante Graf Maximilian von Spee murió y también sus dos hijos: Heinrich sucumbió en el Gneisenau y Otto en el Nürnberg.
Sólo el crucero Dresden logró escapar, pero no por mucho tiempo. En marzo de 1915, asediado por naves británicas en Juan Fernández que nuevamente ignoraban la neutralidad chilena -entre ellas el Glasgow, superviviente de Coronel-, fue hundido por sus tripulantes.
El escuadrón del Asia oriental de la armada imperial germana había desaparecido.
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