Nieve tóxica, pelaje real de león y maquillaje inflamable: el calvario del rodaje de El Mago de Oz
Wicked (2024), protagonizada por Ariana Grande y Cynthia Erivo, hace inevitable pensar en la adaptación de El mago de Oz de 1939. Si bien la película se consolida como un clásico, el detrás de cámara fue un verdadero infierno para sus protagonistas, incluyendo a su estrella Judy Garland, que en ese momento tenía 16 años.
Wicked (2024) llegó a los cines y lidera la taquilla en Estados Unidos, incluso superando a Gladiador II, cuyo estreno tuvo lugar unos días antes. La cinta se basa en el musical de Broadway, inspirado en el libro Wicked: Memorias de una bruja mala de Gregory Maguire, la historia paralela a los hechos narrados en el clásico El maravilloso mago de Oz (1900) de L. Frank Baum, y en la película El mago de Oz (1939) de Metro-Goldwyn-Mayer.
Ariana Grande y Cynthia Erivo, quienes interpretan a las brujas protagónicas, han revelado detalles del rodaje de Jon M. Chu. Por ejemplo, Erivo contó que pasaba alrededor de 12 horas sin ir al baño, una opción que tomó para evitar quitarse el aparatoso traje la hacía volar en el set.
Aunque, comparado con lo vivido por los actores de El mago de Oz de los años 30, puede resultar incluso una anécdota. Y es que el equipo fue sometido a peligrosas situaciones que hoy serían inaceptables en un set de grabación, entre ellas, la exposición a productos químicos, dietas alimentarias estrictas y maquillaje inflamable.
Judy Garland
Judy Garland tenía 16 años cuando se sumó al elenco de El mago de Oz, a pesar de que Shirley Temple (Heidi) era la carta favorita para el papel. La joven debía interpretar a una niña de 12 años, por lo tanto, las exigencias para que se ajustara a la edad de Dorothy incluían reglas como usar un corsé de metal que disimulara su busto, una dieta estricta y rutinas extenuantes de deporte.
Así lo confirmaron Jay Scarfone y William Stillman, historiadores y autores de The Road to Oz (2018), un libro que integra entrevistas con personas que participaron de la producción de la película y sus archivos personales.
“Era una época en la que MGM (Metro-Goldwyn-Mayer) era muy controlador…. Tenían actores no tan conocidos que se parecían a sus estrellas y los usaban como una manera sutil de amenazar a sus estrellas por si se volvían demasiado engreídos”, contó Stillman a Infobae.
Por esa razón, Garland tenía una entrenadora personal que se encargaba incluso de vigilarla tras las horas de grabación.
“Le asignaron a una entrenadora personal que a su vez era su doble en la película, una mujer llamada Barbara Bobbie Koshay. Esa persona también hacía de espía después de horas. MGM era conocido por contratar personas para que siguieran a sus principales estrellas quienes tenían en su contrato una cláusula de comportamiento. Al finalizar la filmación de la película, Judy tenía 16 años mientras que la mujer tenía aproximadamente 30″, explicó Scarfone.
Diversos medios establecen que Judy Garland era drogada durante el rodaje, con la finalidad de que resistiera lo exigente de las grabaciones. Los historiadores descartaron esa idea y señalaron que, por ser menor de edad, Judy Garland solo tenía permitido grabar cuatro horas y era acompañada por su madre.
Los rumores establecen que el fármaco era dexedrine, utilizado actualmente para el tratamiento del déficit atencional, y otros medicamentos para dormir. Se cree que ese fue el inicio de las adicciones de la actriz en su adultez.
En su libro de memorias póstumo, el exmarido de Garland, Sid Luft, reveló que los Munchkin —los actores enanos que aparecían en la cinta— agredieron sexualmente a la actriz durante la filmación. “Creían que podían salirse con la suya porque eran muy pequeños. Ellos le hicieron la vida desgraciada en el set poniendo sus manos debajo de su vestido”, detalló Luft.
Los encargados del documental, Scarfone y Stillman, no creen en las acusaciones realizadas por Luft, pues aseguran que en sus investigaciones no encontraron evidencias. Ambos solo documentaron una entrevista a un joven actor que interpretó al forense de los Munchkin, quien invitó a Judy Garland a una cena.
“La cita efectivamente ocurrió, pero no fue una cita romántica. Fue principalmente una conversación amistosa. El actor, Meinhardt Raabe, escribió sobre su experiencia años más tarde. En 1941, Raane dijo a The Lock Haven Express que la cena había sido ‘lo más memorable de su vida’”, relató Stillman.
En una entrevista de 1967, Garland dijo que los actores “eran enanos borrachos… se embriagaban todas las noches y los levantaban con cazamariposas”. Sin embargo, Scarfone y Stillman afirman que los actores que interpretaban a los Munchkin bebían y celebraban como cualquier otro miembro del elenco.
Maquillaje y nieve tóxica
El set de grabación tenía tantas luces que la temperatura alcanzaba los 40 °C. Eso, sumado al vestuario y maquillaje de los actores, volvía aún más complejo el rodaje.
Margaret Hamilton fue la que salió peor de la filmación. Para que pudiera interpretar al personaje de la Bruja Mala del Oeste, su piel era pintada de color verde con un producto altamente inflamable.
En una de las escenas, la actriz debía desaparecer, para lo que se dispuso de una trampilla y humo. No obstante, el mecanismo se trabó y salieron chispas que provocaron fuego en su rostro y cuerpo. La actriz fue trasladada al hospital tras quedar con quemaduras de tercer grado.
Quien también debía soportar extensos periodos con su maquillaje era el Hombre de hojalata. Polvo de aluminio se usó para darle esa tonalidad al actor Buddy Ebsen, quien sufrió una intoxicación de sus pulmones. Posteriormente, fue reemplazado por Jack Haley, quien desde ese momento fue maquillado con una pasta.
Asimismo, durante el rodaje se utilizó amianto para simular nieve, un producto químico que casi intoxicó a todo el equipo.
El León, interpretado por Bert Lahr, también sufrió las consecuencias de su caracterización. El traje que le entregaron estaba hecho del pelaje real de un felino y pesaba 40 kilos. Bailar y cantar era complejo en esas circunstancias, así que la producción contrató a un equipo encargado de secarle el sudor de la frente. Eso sí, el olor del traje era difícil de eliminar.
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