Columna de Rodrigo González: Jurado # 2, respeto
Estrenar una película de Clint Eastwood en streaming y no en cine es algo bastante imperdonable. Sin embargo, Warner Brothers, el estudio de toda su vida, consideró que el realizador de Los Puentes de Madison ya está demasiado viejo para las butacas. Hay noticias para ellos: Jurado # 2, tal vez la última cinta que haga el realizador de 94 años, es un excelente drama de juicios que por estar hecha justamente al viejo estilo es clásica, imperecedera, moderna y tan nueva como El Pingüino. Disponible en Max.
Cada país tiene sus prioridades y así como la película Maria del chileno Pablo Larraín se estrenó en Estados Unidos sólo a través de Netflix, en Chile lo nuevo (y tal vez lo último) de Clint Eastwood sólo tiene una oportunidad en el streaming. De manera inédita, Warner Bros. decidió estrenar en gran parte del mundo lo más reciente del realizador de Gran Torino (2008) en su canal Max, saltándose el tradicional y merecido lanzamiento en cines que Clint Eastwood tiene por derecho adquirido.
Es toda una falta de respeto y de consideración del nuevo CEO de Warner, un señor que al parecer sólo piensa en la señal Discovery y en los números azules a la hora de tomar decisiones. Lo peor del caso es que la cinta número 40 de Eastwood (que ha hecho todas sus obras para esta compañía desde los 70) es bastante buena. Para ser honestos, mejor que el promedio, y bastante superior a su anterior Cry Macho (2021), donde además de dirigir también actuó.
Eastwood nunca ha sido un formalista ni un barroco como el realizador italiano Sergio Leone, quien le dio la fama con su trilogía spaghetti western de los años 60. Es más bien un clasicista sobrio, quitado de bulla y conservador, como Don Siegel, el otro cineasta a quien debe el éxitocon el personaje del policía Harry “El Sucio” Callahan. De hecho, viene trabajando con el mismo montajista, Joel Cox, desde los tiempos de Ruta Suicida (1977) y eso se nota en la fluidez de esta película al ritmo de la vida, casi como si se tratara de algo tan automático como respirar.
Pero en rigor, lo que aquí se cuenta es al ritmo de un juicio algo amañado y torcido. Hay una fiscal que quiere un triunfo fácil por razones estrictamente políticas, un tipo acusado de asesinar a su pareja que no tiene coartada alguna, un abogado defensor que hace lo que puede dadas las circunstancias y un miembro del jurado dubitativo, con pasado de alcohólico y que pronto tendrá que decidir si seguir su brújula moral o bailar al son del sálvese quien pueda.
Ellos son, respectivamente, Faith Killebrew (Toni Collette), James Sythe (Gabriel Basso), Eric Resnick (Chris Messina) y Justin Kemp (Nicholas Hoult). A través de estos cuatro personajes, Eastwood va construyendo con brocha firme (a veces algo gruesa, en otras ocasiones inesperadamente sutil), un fresco otoñal sobre el abollado sistema de justicia estadounidense y acerca de las inconsistencias de un protagonista que esconde más de lo que él mismo cree.
Jurado # 2 tiene mucho de los viejos dramas judiciales y de las películas de suspenso de los años 80 y 90. Es un cine que ya no se hace para la butaca del megacine, sino que con suerte llega a los canales de streaming. Los ejecutivos de Warner pensaron entonces que un respetable dinosaurio como Eastwood debía correr ese tipo de suerte y no honraron todo el honor y gloria que el cineasta-director le entregó durante años y años a los estudios de la gigante W.
Mala cosa. A los viejos y a los soldados que sirvieron en la guerra no se los trata así. A los jubilados que mordieron el polvo de la tarjeta administrativa por años a cambio de un sueldo risible tampoco. Y vaya que Eastwood, además de artista, fue un buen y gran funcionario, respetando siempre los presupuestos, terminando antes los rodajes, ahorrando costos y mandando a todos fuera del set después de las 5 de la tarde.
Por sólo esa razón esta película debería haber entrado a los cines de todo el mundo. En Estados Unidos apenas accedió a un puñado y luego voló al streaming. Una afrenta.
Ya con 94 años, Clint Eastwood no sólo tiene pulso para dirigir bien y contar una matizada historia sobre las verdades ocultas en la sociedad americana. No sólo es capaz de encontrar en Justin Kemp y Faith Killibrew la agonía y el éxtasis de una institucionalidad rota. También demuestra que es una suerte de doctor veterano y avezado, capaz de auscultar los males de su país como pocos.
Tal vez su próxima película (ojalá exista) debería ser sobre la decadencia de los estudios de Hollywood y, de paso, cambiarse a otro.
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