El santo grial de la Generación Beat: la carta con que empezó todo
En diciembre de 1950, Neal Cassady le mandó una carta a su amigo Jack Kerouac donde le relató la historia de un romance que había tenido cinco años antes. A Kerouac le encantó el estilo directo y espontáneo que su amigo había utilizado para escribir y lo tomó para darle forma a su novela En el camino. Hoy, esa misiva -La carta de Joan Anderson- acaba de ser editada por Anagrama y esta es su historia.
Lo había encontrado. A fines de la década de 1940, Jack Kerouac tenía una idea de novela en su mente, pero aún sentía que le faltaba un elemento, buscaba un revulsivo que le diera una respuesta. Y en diciembre de 1950, le llegó a su casa en forma de correo. Una carta de su amigo Neal Cassady.
Junto a Cassady, Kerouac había realizado una serie de viajes por Estados Unidos y México, hacia fines de la década de 1940, cuando ya la resaca de la Segunda Guerra Mundial se alejaba del país. Ya sabía que la novela trataría sobre esas experiencias de viaje, pero con la carta de Neal supo también cómo escribirla, usando un tipo de lenguaje llano, espontáneo, ágil. Ese era el elemento que le faltaba para escribir lo que sería En el camino (1957), acaso su mayor obra.
“La idea de la prosa espontánea la saqué de lo buenas que eran las cartas que me escribía Neal Cassady, todas en primera persona, rápidas, locas, confesionales, completamente serias, detalladas, con los nombres reales de todos…la carta principal, tenía cuarenta mil palabras, imagínate, una novela corta -dijo Kerouac en una entrevista con el Paris Review, de 1968-. Es el mejor texto que yo haya leído alguna vez, mejor que cualquier otro en América, o al menos tan bueno como Melville, Twain, Dreiser, Wolfe, revolcándose en sus tumbas… Neal y yo la llamábamos convenientemente la Carta Joan Anderson”.
La carta de Joan Anderson, es considerada el punto de partida de la Generación Beat, acaso su protohistoria. Hoy, ha sido editada en formato libro por la editorial Anagrama y se encuentra en nuestro país. En sus páginas, leemos un largo prólogo del académico A. Robert Lee contextualizando y explicando la carta, luego viene la misiva.
Fechada el 17 de diciembre de 1950, se trata de una carta extensa de 18 páginas -9 hojas escritas por ambas caras- mecanografiadas a un solo espacio, 16 mil palabras -no 40 mil como dijo Kerouac- donde Neal Cassady le cuenta a su amigo las aventuras que tuvo al involucrarse con una mujer llamada Joan Anderson, cinco años antes. La narración tiene varios giros y es una verdadera novela en miniatura.
“Ni siquiera en una primera lectura rápida pasan desapercibidas la energía descriptiva que celebraba Kerouac, las anécdotas, la fuerza evocativa y la personalidad del autor. Cassady retiene la mirada de Kerouac como en un hechizo, en la ficción lo mismo que en la vida, incluso con sus berrinches y desavenencias. Se ha formado, y es comprensible, algo parecido a un mito -señala Lee-. Nada de esto impide sospechar que Cassady se veía a sí mismo, deliberadamente, no solo escribiendo a Kerouac, sino también para Kerouac”.
Pensada para Kerouac, la carta terminó por impactar profundamente en el escritor. Consultado por Culto, Gerald Nicosia, autor del libro Jack Kerouac, la principal biografía del oriundo de Lowell (cuya nueva edición se puede conseguir en inglés al correo del autor gnicosia@earthlink.net) explica: “La carta no afectó la decisión de Jack Kerouac de escribir En el camino. Kerouac había estado intentando durante unos tres años escribir una novela sobre Neal, pero no podía encontrar el momento adecuado para captar la energía moderna de Neal, sus nuevas costumbres, etc. La mayor parte del tiempo Kerouac había estado inventando trasfondos para Neal, tramas inverosímiles, etc. Lo que hizo la Carta de Joan Anderson fue mostrarle a Kerouac cómo escribir sobre Neal, es decir, contar la historia real lo más posible en el idioma de Neal”.
Y es ese idioma el que termina por colarse en la escritura de Kerouac. Así lo explica Nicosia. “Encontré muchas frases reales en la carta de Neal que Jack utilizó más tarde en sus propios escritos, palabra por palabra, tanto en En el camino como en escritos posteriores. El lenguaje de Neal era una jerga rápida, ‘el lenguaje de alguien que cuenta una historia en un bar’, como lo describió Jack. Se trataba de un lenguaje moderno y actual de finales de los años cuarenta, pero no inculto, porque Neal había leído mucho y, con bastante frecuencia, añadía alguna referencia coloquial a Dostoyevski, Céline u otro de sus escritores favoritos (Neal había sabido quiénes eran los escritores favoritos del grupo a través de Hal Chase, que conocía a Neal en Denver, pero que ahora estudiaba en Columbia y formaba parte del grupo de Kerouac y Ginsberg)”.
“Neal escribía frases largas, llenas de cláusulas independientes y dependientes, que oscilaban con una lógica interior hasta llegar a una conclusión sorprendente, como el solo de un tenor de bebop, y esta complicada acumulación de significados, con un movimiento rítmico hacia delante, se convirtió en el sello distintivo del estilo de Kerouac”, agrega Nicosia.
Entre la cárcel y un intento de suicidio
En la carta, Neal Cassady cuenta cómo conoció a Joan Anderson, a quien llama “mi verdadero amor”. Todo ocurrió en el duro invierno de 1945 en Denver, Colorado. Tras haber abordado a una mujer que le gustó en la calle, y pedirle su teléfono, esta accedió a que fuera a verla a su casa. Cassady llegó acompañado de un soldado a quien también conoció en la calle. Al momento de entrar, se olvidó por completo de la mujer a la que había ido a visitar, porque se enganchó de otra muchacha que se encontraba ahí.
“Entré a la casa y vi una aparición. Una belleza perfecta tan encantadora que olvidé todo lo demás y juré en el acto renunciar a mis búsquedas cotidianas hasta que la conquistara. El deseo me abrasó los aturdidos ojos desde que crucé la primera mirada con aquellas lagunillas suyas, de color castaño claro, como de ternera. Entonces supe quién era. Jennifer Jones, solo que mucho más voluptuosa, con tetas grandes y un culo bien redondo. ¡Impresionante! La doble real y perfecta de Jennifer Jones (N. de la R: una reconocida actriz estadounidense de esos años), sentada al borde de la cama”.
Por supuesto, pronto supo su verdadero nombre, Joan Anderson. “Había llegado unas semanas antes de un pueblo del Medio Oeste y era el primer viaje que hacía en su vida. Iba a cumplir 20 años y era muy inocente. La virginidad de toda su naturaleza me traspasaba con un brillo tan claro como una virtud, aunque me di cuenta de que estaba embarazada de casi 5 meses”.
Cassady y Anderson empezaron un romance intenso, a toda velocidad, como si a ambos les quedaran pocos días de vida y los quisieran ocupar estando juntos. Todo parecía ir bien, pero fue el mismo Cassady quien comenzó a tener dudas. “Yo sabía por intuición que no era el hombre indicado para ella, al menos no en aquellos momentos. Era demasiado buena para mí, naturalmente, pero estas cosas no significan nada, y, además, depende del ángulo desde el que se miren”. Y luego todo comenzó a irse al carajo. “Ocurrió con rapidez y tanta vehemencia que cuando rompí el dique no hubo forma de taponar el agujero y fui arrastrado sin remedio por la impetuosa corriente del reventado embalse”.
Así, Neal le comunicó a Joan que no seguiría con ella. “La tez se le demudó, le temblaron los pálidos labios y se puso a hacer muecas conforme le saltaban las lágrimas”. La muchacha enloqueció, y poco después intentó suicidarse arrojándose desde la ventana del segundo piso de la casa donde se encontraban, junto con consumir un fármaco buscando envenenarse.
Como si fuera poco, a los pocos días Neal cayó preso por culpa de la denuncia interpuesta por la madre de una chica a la que Cassady estuvo cortejando, tiempo antes. El problema que cuando eso ocurrió, la muchacha todavía era menor de edad. Además, la policía quería culparlo a él por otros crímenes en los que no tenía nada que ver.
Cassady va contando todo esto mientras va intercalando mensajes directos a su lector. Por ejemplo, en una parte le dice: “Está bien, Jack, crítico baboso, deja de leer. La última frase, para que te enteres y para ponerlo todo en su sitio, de modo que puedas señalar inteligentemente con el dedo y reír como un tontaina francés —más vale que tengas orgasmos al leer esto, o berrees como un niño— es el meollo de todo el asunto”.
Todo esto conformaba parte de la biografía de Cassady. Se trataba de un buscavidas, un gamberro, que paralelamente tenía cierta inclinación por la lectura y la escritura. “Se educó a lo Oliver Twist con Neal Cassady senior, el padre alcohólico, cuyo casamiento con una mujer que ya era madre de ocho criaturas terminó en separación y cuyo trabajo cuyo barbero ambulante significaba malvivir e ir a la deriva de hotel en hotel -señala A. Robert Lee en el prólogo-. No es de extrañar que el hijo, siempre al borde de la indigencia, anduviera desde muy temprano por mal camino y se jactara que entre 1940 y 1944 había robado 500 coches”.
La “obra” literaria de Neal Cassady se circunscribe a sus cartas. A pesar de tener amigos escritores como Jack Kerouac, nunca se decidió a dar el paso a escribir narrativa y publicar algo. “Sabía que no tenía formación no estudios para pensar en escribir con calidad literaria”, comentó su esposa Carolyn años después de su muerte. Su nombre comenzó a rondar el mundo de la Generación Beat como una especie de personaje legendario que influyó al grupo, y que de hecho, Kerouac lo inmortalizó al incluirlo como uno de los personajes centrales de En el camino, con el nombre de Dean Moriarty. Además, Allen Ginsberg lo incluyó en la dedicatoria de su poemario Aullido.
Cada vez que podía, Jack Kerouac destacaba a su amigo como si fuese tan escritor como él, pese a no haber publicado. “¡Él ha escrito maravillosamente! Escribió mucho mejor que yo. Neal es un tipo divertido. Muy californiano. La ha pasado mejor que cinco mil despachadores de gasolina. En mi opinión, es el tipo más inteligente que he conocido. Por cierto, es jesuita. Solía cantar en un coro. Era corista en las escuelas católicas de Denver. Y me enseñó todo lo que hoy en día creo que vale la pena creer sobre la divinidad”, dijo en la citada entrevista de 1968.
Una última cuestión. ¿Cómo fue que esta carta se logró publicar? En vida, Kerouac intentó convencer a su amigo que la publicara. Sin embargo, el destino fue otro. “Allen Ginsberg me pidió que le enviase esta vasta carta para leerla -comentó Kerouac-. La leyó, luego se la prestó a un tipo llamado Gerd Stern que vivía en una casa flotante en Sausalito, California, en 1955, y este tipo la perdió”.
Hasta ahí lo que supo Kerouac, pero en rigor, Stern no había perdido la carta. Esta historia aparece en el prólogo del libro. Después de probar con un editor que conocía, al que no le interesó publicarla, Stern se contactó con Richard Wirtz Emerson para que la publicara. Él fue quien conservó la carta, y cuando jubiló se la entregó a Jack Spinoza de la disquera Gold Coast Records, quien la mantuvo por un tiempo. “En diciembre de 2011, Jean Spinoza, hija de Jack estaba limpiando las cajas de su padre en compañía del comerciante Mike McQuate, y encontraron la carta en un sobre comercial marrón entre otros papeles de las oficinas…allí estaba el original, como rescatado del tiempo y el polvo”.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.