Pedro Lemebel y Roberto Bolaño: la historia de una amistad que se quebró
Se conocieron en 1998, y ambos escritores iniciaron una amistad que se vio truncada un año después. En ese breve lapso, Bolaño ayudó a la consagración de Lemebel recomendándolo a la editorial catalana Anagrama. ¿Por qué se terminó todo? Acá lo contamos.
“¿Qué hace aquí esta mujer comunista?”
Pedro Lemebel reaccionó extrañado ante la pregunta de su amigo Roberto Bolaño. Ambos compartían una mesa en la Feria Internacional del Libro de Santiago (FILSA) 1999 (la misma donde Bolaño grabaría la inolvidable entrevista que le dio a Cristián Warnken en La belleza de pensar) y la idea era que hablaran de narrativa y crónica. Ambos habían cultivado una gran amistad desde hacía un tiempo, pero esa misma tarde, en el momento en que Bolaño hizo la pregunta, el nexo se rompió para siempre.
El vínculo entre ambos había nacido en 1998, cuando Bolaño había vuelto a Chile después de un largo autoexilio de 25 años. Se había ido como un adolescente crespo, ácido y lector, y había vuelto como un escritor consagrado gracias a su ineludible novela Los detectives salvajes (1998), con la que había obtenido el Premio Herralde de Novela y obtendría el Premio Rómulo Gallegos al año siguiente. Por su lado, Lemebel ya comenzaba a hacerse un nombre en la literatura chilena amén de sus primeros libros: La esquina es mi corazón (1996), Loco afán: crónicas de sidario (1996) y De perlas y cicatrices (1998).
¿Cómo se conocieron? De acuerdo a la reciente biografía Tu voz existe. Vida de Pedro Lemebel (Planeta), de Jovana Skarmeta y Marcelo Simonetti, “Se habían conocido al paso -los presentó Malala Ansieta, jefa de prensa de Editorial Planeta en Chile- y desde entonces habían sostenido una incipiente amistad que se alimentaba de llamados telefónicos y elogios cruzados”.
Ansieta hizo el contacto una vez que Bolaño presentó en Chile -en ese 1998- su novela La pista de hielo (aunque original de 1993) que Planeta recién había publicado en nuestro país. Ansieta sacó a Bolaño de una cena que el escritor tenía junto con los autores de la llamada Nueva Narrativa Chilena, en La Pérgola de Lastarria, para llevarlo especialmente a conocer a Lemebel, quien se encontraba en el restaurante Cocoa, cerca de ahí. Así consta en el libro Loca fuerte: retrato de Pedro Lemebel, de Óscar Contardo (Ediciones UDP, 2022).
“Lemebel enseguida le comentó que algunos de sus compañeros de mesa habían participado durante la dictadura del taller literario de Mariana Callejas, la escritora de derecha casada con Michael Townley. Bolaño le dijo que había leído la historia en uno de sus libros, y le pidió que le contara más...después de escucharlo, Roberto Bolaño no regresó al restaurante original”.
Sergio Parra estuvo ahí y recordó ese momento en Ex-Ante. “Roberto le empezó a preguntar a Pedro qué novelitas le gustan. Y a Pedro le importaba un carajo hablar de ese tipo de cosas. ‘No seas aburrido’, le dijo. Bolaño no sabía hablar mucho de otra cosa que no fuera literatura. Roberto era como un pistolero. O estabas con él o no estabas con él. Si se aburría contigo, te disparaba”.
Se cayeron tan bien que en ese 1998, una vez que Bolaño regresó a España, lo hizo con los tres libros de Lemebel bajo el brazo, y lo recomendó sin dudar a su editor en Anagrama, el sempiterno Jorge Herralde. “A Herralde le parecieron ‘deslumbrantes’ y quiso publicarlo en la colección Contraseñas. Decidió que Loco afán era el más adecuado, si le cambiaba tres textos y los reemplazaba por otros”, dice Contardo en su libro.
Así, en agosto de 1999, Herralde vino por breves 4 días a Chile para fichar al cronista. Apenas llegó, citó a Lemebel al Hotel Sheraton. Tuvieron una reunión donde Lemebel -con maquillaje discreto y vestido de negro- alabó el cutis de la esposa de Herralde y le llevó de regalo un afiche con un foto de las Yeguas del Apocalipsis, su colectivo performático de los 80.
“Esa misma noche cerraron el trato para publicar la reedición de Loco afán, además de comprometer el proyecto de novela en que estaba trabajando y que, hasta entonces, tenía como títulos tentativos La loca del frente y Tengo miedo torero”, señalan Skarmeta y Simonetti. Por supuesto, ello ayudó al reconocimiento definitivo de Lemebel como escritor.
Por su lado, Bolaño no perdía la ocasión para destacar a Lemebel. Lo hizo en su texto El pasillo sin salida aparente: “Para mí Lemebel es uno de los mejores escritores de Chile y el mejor poeta de mi generación, aunque no escriba poesía. Lemebel es de los pocos que no buscan la respetabilidad (esa respetabilidad por la que los escritores chilenos pierden el culo) sino la libertad”.
Bolaño volvería a Chile pocos meses después, en noviembre. Llegaba en calidad de estrella para la FILSA 99. Sin embargo, una de sus actividades incluía una entrevista en el programa de radio de Pedro Lemebel. Cancionero, de radio Tierra.
El problema fue que Lemebel no quería estar solo con Bolaño al aire. “Le pidió a su amiga, Raquel Olea, profesora de literatura, que lo acompañara y le diera una mano con las preguntas: ella manifestó cierta aprensión: no conocía toda la obra de Bolaño, no se sentía segura. Lemebel insistió. Olea aceptó”.
La entrevista partió bien, con Lemebel y Bolaño conversando muy sueltos, como buenos amigos, hasta que Raquel Olea se sumó media hora tarde al programa. Ahí todo se echó a perder. “La entrada de Olea pareció contrariar a Bolaño y, a medida que ella fue interviniendo, el desencuentro se hizo evidente. Nunca coincidieron en nada y a la opinión de uno venía la descalificación del otro”, dicen Skármeta y Simonetti. El programa fue muy tenso y Lemebel apenas pudo cerrarlo, tratando de apaciguar los ánimos.
Bolaño y Lemebel se retiraron de la radio. Sergio Parra vio el momento. “Me quedé en el patio fumando y de repente veo que Roberto sale muy enojado, muy mal, descompuesto. Luego aparecen Pedro con la Raquel Olea muertos de la risa. Todo era bien extraño”. Luego, sin Olea, enfilaron a un restorán, el Venezia, donde habrían seguido discutiendo, aunque sin llegar a dañar el vínculo de todo. “Sergio Parra recuerda que Bolaño ya le había sugerido a Lemebel que se deshiciera de las ‘viejas feministas’, como llamó al grupo de intelectuales y escritoras que formaban la red de mujeres que había apoyado a Lemebel desde los talleres de los setenta hasta la radio Tierra”, señala Contardo. Por supuesto, Lemebel no aceptó eso.
El telón final fue días después en la Feria. Ambos compartían un panel, y sin que Bolaño se enterase, Lemebel había invitado a Gladys Marín, la histórica dirigenta del Partido Comunista, y al reconocerla, la saludó desde el escenario y la gente reaccionó aplaudiéndola. Ahí Bolaño le dijo ¿Qué hace aquí esta mujer comunista?. “Él respondió que era su amiga. ‘¿qué te pasa?, ¿qué onda?’. No hubo forma de hacerle entender qué hacía Gladys Marín en ese lugar. Por toda explicación, el autor de Los detectives salvajes farfullaba: ‘Esto es una emboscada, esa mujer estalinista’. Ni siquiera se despidieron”; señalan Skarmeta y Simonetti. Ahí se terminó todo. La muerte de Bolaño, en 2003, enterró para siempre la posibilidad de un arreglo.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.