Aún Estoy Aquí: la íntima conexión de su director con la historia real
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Nominada a Mejor película en los Oscar (y ya disponible en la cartelera), la cinta gira en torno Eunice Paiva, la esposa de un ingeniero civil y exdiputado que fue capturado por la dictadura brasileña en 1971. Walter Salles fue cercano a la familia, pero no fue hasta la publicación de un libro que se decidió a filmar el largometraje. “La casa de los Paiva me permitió entender que el mundo era mucho más amplio de lo que podía imaginar”, ha asegurado.
Aún estoy aquí, sobre todo durante su primera parte, es quizás una de las experiencias más sensoriales que ha dado el cine reciente. El director brasileño Walter Salles ingresa a la casa de un matrimonio con cinco hijos, los Paiva, y captura el olor de las comidas que se preparan en la cocina, los sugerentes ritmos de la música que suena en el living y las contagiosas risas que se comparten en las fiestas con amigos.
Es tan efectivo el truco de transportar al espectador a un hogar de Río de Janeiro en 1970 que podría parecer un trabajo sencillo. El punto de quiebre de la película deja en claro que no lo es: el patriarca de la familia es detenido por agentes de la dictadura militar y, tras el shock inicial, la casa pierde toda esa vitalidad y luminosidad que alguna vez disfrutó. No se reproducen más vinilos, las comidas nunca vuelven a saber igual y las visitas de cercanos se tornan más esporádicas por temor a las represalias del régimen. El contraste es brutal.
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Hay una historia que ayuda a explicar la naturaleza de ese acercamiento: muchos años antes de dedicarse al cine, cuando era adolescente, Salles tuvo la oportunidad de estar en el domicilio de los Paiva. En 1969, tras cinco años fuera del país, llegó al lugar debido a que mantenía una amistad con la hija del medio, Nalu, con quien compartía edad (13 años).
“Por allí pasaban amigos de la familia, periodistas, músicos, además de los más jóvenes. No había distinción entre adultos, adolescentes y niños. Fue allí donde escuché debates acalorados sobre la situación política durante la dictadura, donde conocí a personas que me marcaron hasta hoy y donde descubrí la Tropicália, por ejemplo. La casa de los Paiva, al igual que el cine, de manera diferente, me permitió entender que el mundo era mucho más amplio de lo que podía imaginar desde la realidad de mi propia familia”, detalla en una entrevista genérica compartida a este medio.
El filme es la yuxtaposición de esos recuerdos de niñez con la historia que narra el libro publicado por el escritor y guionista Marcelo Rubens Paiva en 2015, un intento por comprender el trauma a través de los ojos de Eunice Paiva, su madre, quien se hizo cargo en solitario de sus hijos y se reinventó tras la desaparición de su esposo, un ingeniero civil y exdiputado que se transformó en víctima de la dictadura. El cineasta lo describe como “un registro de madurez, de una profunda y desgarradora belleza, en el que Marcelo reconoce que su madre había sido la heroína silenciosa de su familia”. Si tardó algunos años en llevarlo a la pantalla grande fue únicamente por su temor a no estar a la altura.
Salles tiene recuerdos de “una casa donde las puertas y ventanas siempre estaban abiertas, donde grupos de diferentes edades se encontraban. Esta posibilidad era sorprendente en un país bajo dictadura”. Además, apunta, “los afectos en esta familia eran diferentes a los que conocía en la mía. Para el adolescente que yo era, este contraste era significativo”.
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El equipo buscó una propiedad idéntica en Leblon, el mismo barrio en el que vivían los Paiva. Gracias a sus propios recuerdos, pero sobre todo gracias a la ayuda de la familia, se recrearon detalles como el color de las paredes y se ocuparon algunos cuadros y muebles que aún conservaban.
Marcelo Rubens Paiva visitó el set en dos ocasiones. Una de ellas fue durante las filmaciones de una conversación determinante que ocurre alrededor de la mesa. “Fue como si hubiera regresado en el tiempo y hasta sentí el olor de la época, una mezcla de humedad, salitre, casa, muebles pesados, alfombras, que era muy característico de Río de Janeiro en esa época”, señala el escritor.
Aunque durante sus primeros minutos Aún estoy aquí luce como una cinta coral, luego define su punto de vista: es la historia de Eunice, de cómo se sobrepuso a haber sido detenida (junto a la segunda hija, Eliana), y de cómo lideró con tesón y serenidad a su prole a pesar de haber sufrido una tragedia.
“El libro de Marcelo Paiva nos invita a mirar esta historia desde la perspectiva de Eunice. En el centro de esta narrativa hay una mujer que tuvo que reinventarse, rechazar lo que el destino le imponía y romper con los lazos patriarcales que predominaban en las familias brasileñas, incluso en las más progresistas. Eunice encarna y traza una forma de resistencia poco común”, indica el realizador.
Y agrega: “El libro y la película pueden ser vistos como un relato sobre la reconstrucción de una memoria individual llevada a cabo por esta mujer (la memoria de una familia bajo ataque), que se superpone a la búsqueda de la reconstrucción de la memoria de un país: Brasil”.
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El director le confió ese rol a Fernanda Torres, a quien conocía desde los años 90. Le pidió una actuación contenida, interna, de gestos mínimos pero precisos. “La posibilidad de decir mucho con poco –asegura–. Nanda abrazó esta idea y confió. Esa fe en el cine que ella tiene hizo posible la película”.
En el largometraje también actúa Fernanda Montenegro, la madre de Torres y la protagonista de Estación Central (1998), la producción de Salles por la que fue candidata a Mejor actriz en los Oscar. Con la actual nominación de la protagonista de Aún estoy aquí a los Premios de la Academia, parece cerrarse el círculo: el director filma una cinta sobre una familia con la ayuda de una familia de actrices, ambas candidatas al mismo galardón.
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