Columna de Marisol García: El caso Dani Ride, el escándalo menos novedoso
![Dani Ride](https://www.latercera.com/resizer/v2/RCCXNJVUJ5FLLC42VEJDE2NJWM.png?quality=80&smart=true&auth=ef94b5f64ca0198d59c56dc4c2508ef153b69e576b608b358c8adfd40ce6d7b2&width=690&height=502)
Polémicas como la que esta semana se ha amplificado a propósito del tema Infernodaga, del cantante Dani Ride -y que representará a Chile en la Competencia Internacional del Festival de Viña 2025-, tienen la apariencia de aportar a un debate cultural profundo, pero tan predecibles son los argumentos en juego y tan redundante su afán inquisidor que lo que queda es poco más que ruido argumental de verano.
Es canción repetida, y la conocemos de sobra. Suena hace más de un siglo, y en varios idiomas. Va del músico que se aplica en componer versos críticos contra la religión (su doctrina, símbolos, jerarcas), y los hace circular sin conseguir mucha atención hasta que una autoridad de la Iglesia los descubre y amplifica, impugnando lo que considera una afrenta a su institución y a los fieles que la integran. Políticos, educadores y redactores de cartas que se suman a la indignación convierten la canción en un hit, y al fin el creador se siente orgulloso: cree haber removido convenciones y dogmas. ¿Un triunfo de la libre expresión?
Polémicas como la que esta semana se ha amplificado a propósito del tema Infernodaga, del cantante Dani Ride, tienen la apariencia de aportar a un debate cultural profundo, pero tan predecibles son los argumentos en juego y tan redundante su afán inquisidor que lo que queda es poco más que ruido argumental de verano. La canción que representará a Chile en la competencia internacional del Festival de Viña del Mar, este mes, es una breve composición electropop de pulso bailable y estribillo eficaz, que comparte sentimientos íntimos sobre la atracción erótica, la culpa y la decisión de llevar adelante la propia identidad pese a la condena asociada al credo cristiano: “Lo siento, pero aunque me traiga guerra y condena / elijo romper mi antifaz. / Si el paraíso es así / la infernodaga entierro en mí”. La repetición de palabras como “sacrilegio”, “cielo”, “reino” y “perdón”, además de una apelación a la “Madre nuestra”, hacen evidentes la inspiración del Evangelio, y el videoclip filmado al interior de una capilla (altar, confesionario, corona de espinas) no deja dudas sobre el universo estético e ideológico al que se apunta.
El empleo de símbolos religiosos marca contraste con una expresión emocional osada, como antes lo hicieron con enorme éxito desde Madonna a C Tangana con Nathy Peluso. Pero el recurso ya no es necesariamente atrevido, toda vez que la colusión entre disidencias sexuales y pautas conservadoras es tema en el arte hace ya tantas décadas que cuesta creer que a estas alturas de verdad sorprenda o incomode. Predeciblemente, Infernodaga no les gustó al cardenal arzobispo de Santiago, Fernando Chomalí (“una blasfemia […] En nombre de la libertad de expresión y el arte se le pega una gran bofetada a millones de cristianos”), ni tampoco a José Antonio Kast, siempre tan presto al idioma de la hipérbole (“… lo peor de la cultura identitaria frenteamplista: Sacrilegio y perversión cultural. Un insulto a nuestra cultura que no representa a millones de chilenos”). Es un intercambio falto de ingenio y precisión en los términos, que hace añorar discusiones en que, por un lado, la religión atendía a consideraciones de fondo (compasión o respeto hacia tradiciones populares, por ejemplo), y, por el otro, la música podía develar la esencia hipócrita de quien se erige como guía espiritual colectivo. “Miren cómo nos hablan de libertad / cuando de ella nos privan, en realidad”, observó Violeta Parra en Qué dirá el Santo Padre, hace ya 60 años, y hay miles de ejemplos más entre quienes comprenden que la religión no es solo una fe personal sino también un sistema de poder al que resulta legítimo cuestionar (o, incluso, echar a la broma, como Depeche Mode en Blasphemous rumous). “¿Qué Dios vela por los pobres? / Tal vez sí, y tal vez no / Pero es seguro que almuerza / en la mesa del patrón”, advertía socarronamente Atahualpa Yupanqui ya en el año en que debutó la Gaviota de Plata en la Quinta Vergara. Esas eran polémicas.
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