“El más grande de Colombia”, proclamó Sebastián Yatra al cierre de Robarte un beso junto a Carlos Vives. Más que el halago del momento, lo que dijo el astro pop que se presenta el sábado en este cierre con delay del Festival de Viña debido al blackout del martes, es una verdad monumental. Sin la estrella de Santa Marta, no existiría esa factoría musical que convirtió a Colombia en potencia sudamericana desplazando a Argentina con estrellas mundiales como Shakira, para mirar de frente a Puerto Rico y México. Carlos Vives es el alfa de ese poderío artístico que le dio otra cara a los colombianos, estigmatizados en el mundo entero durante décadas por despiadados carteles.

“Yo quería hacer el ‘rock de mi pueblo’”, declaró a la BBC en noviembre pasado en referencia al vallenato, ese género popular, el camino elegido por Vives luego de ser un reconocido actor de televisión durante los 80. Los sellos desaconsejaron su decisión. Había grabado varios álbumes más bien románticos, para qué meterse en esa música criolla favorita del pueblo. Finalmente Vives hizo lo contrario y triunfó en grande. El vallenato se convirtió en un producto de exportación, y él en una estrella internacional sinónimo de los años 90, que se ha mantenido vigente entre clásicos y novedades.

Esta noche Carlos Vives sonrió de comienzo a fin, consciente de ser un tozudo que se salió con la suya. Había ciertos recelos sobre su voz tras el paso por el festival de Las Condes de 2024, sin embargo hoy se lució. Con 63 años despliega envidiable energía y demostró que le queda suficiente garganta, aunque no siempre acierta la nota porque el despliegue físico resulta generoso. Él y sus músicos -una banda fenomenal donde destaca, entre varios, la percusionista Mayte Montero- se mueven y bailan de comienzo a fin, en una fiesta permanente que conecta raíces africanas con el Caribe, en un cruce íntimo con un instrumento netamente europeo como el acordeón, protagónico y verborreico en el vallenato.

Desde Pa’ Mayté, el show fue imparable, una máquina de éxitos como La bicicleta, aquel hit junto a Shakira, hasta el guionizado ingreso de los animadores con la misión de entregar la primera gaviota, junto a una sorpresa. Fue de esos momentos en que Viña deja de ser un festival, para convertirse explícitamente en un programa de televisión desde un estudio gigante y extravagante en medio de un bosque, con clichés en busca de la emotividad. Ninguna novedad a estas alturas por cierto, pero la aparición de Claudio Bravo entregado su camiseta a Carlos Vives fue insólita, hasta volverse incómoda para el excapitán de la selección. “Perdón por robarte unos minutos”, dijo, cuando era evidente que el cantante colombiano no tenía muy claro de quién se trataba, y el show se enfriaba notoriamente. Una torpeza.

Vives retomó la música imitando sin mucha gracia a Freddie Mercury. “Vamos a recrear un momento histórico del rock”, advirtió, para corear “viva el vallenato” -”este es el rock de mi pueblo”, subrayó-, con la base de We will rock you de Queen. Sus músicos aprovecharon de lucirse con vertiginosas escalas tarareadas a su vez por la estrella, en otra demostración de que a pesar de los años y el desgaste vocal inherente, todavía domina su canto.

Carito fue dedicada al acordeonista Egidio Cuadrado, fallecido en octubre de 2024, compañero histórico de Vives y figura clave en Clásicos de la provincia (1993), el álbum que lo catapultó al estrellato internacional, al mezclar el vallenato con sonoridades pop y rock. “Lo extraño mucho”, comentó, para uno de los momentos de la noche, con una niñita enfundada en un vestido con los colores patrios de Colombia, bailando en el escenario.

La segunda gaviota, clásicos como La Tierra del olvido de 1995 y el cierre con Cuando nos volvamos a encontrar, sellaron una cita que si bien no fue redonda por el planteamiento del guión del certamen, cuyo efecto es restar dinamismo en pos de una emotividad plastificada, puso de relieve que Carlos Vives es fundamental en el prestigio y éxito a escala global logrado por la música popular colombiana.