
Alfredo Castro: “Hay una corrupción ideológica por todas partes. No hay dignidad”
El actor nacional acaba de llegar a los cines con Isla Negra, una película que aborda las tensiones sociales a partir del encuentro de cinco personajes en una casa del balneario. En diálogo con Culto, también habla sobre la serie inspirada en el caso Matute Johns, de las posibles fracturas del mundo actoral y de la próxima carrera presidencial. “No voy a votar por el mal menor, me lo prometo a mí mismo”, señala.

Hace poco, a mediados de marzo, la Casa Amèrica Catalunya exhibió Tony Manero (2008), Los perros (2017) y Tengo miedo torero (2020), entre otros filmes en los que Alfredo Castro ha participado. El actor estuvo presente en las cinco funciones realizadas en el centro cultural de Barcelona y pudo constatar la respuesta de los asistentes.
“Las presenté, hubo preguntas preciosas y gente emocionada que descubría el cine chileno, que descubría actores chilenos y directores chilenos. Te preguntan por las otras películas que ha hecho este director o de dónde viene esta actriz. Presentas un mundo, no a ti mismo”, señala a Culto.

Tras cumplir con ese compromiso, viajó al sureste de Francia para ser parte de la edición 2025 del Festival de Cine Latinoamericano de Annecy. El certamen lo reconoció como padrino de honor y proyectó tres largometrajes de su filmografía. “Es un homenaje, es un cariño muy bonito”, cuenta.
Ahora, durante un viernes de la primera mitad de abril, está casi de pasada por Chile, porque pronto partirá de nuevo a España, esta vez para presentar una categoría en la 12° edición de los Premios Platino, que se celebrarán este domingo 27 en Madrid.
Sus días en Santiago coinciden con el estreno en los cines nacionales de Isla Negra, una cinta que filmó en 2023 junto a Paulina Urrutia, Gastón Salgado, José Soza y Marcela Salinas. Vuelve a coincidir con Jorge Riquelme Serrano, quien lo dirigió en Algunas bestias (2019), una película realizada en una isla del sur de Chile bajo un sistema particular: con pocos días de rodaje, abundante improvisación y varios posibles finales.
Filmada entre Isla Negra y El Quisco, su nueva colaboración le da el rol de Guillermo, un hombre que pasa el fin de semana en la playa junto a Carmen (Urrutia), su amante y mano derecha en la construcción de un ambicioso proyecto inmobiliario de la zona. La vista que tiene desde su casa ha cambiado: una familia se acaba de instalar en la playa con todas sus pertenencias. Estas personas –una pareja y un hombre mayor enfermo– no tardan en ingresar a la casa de Guillermo, generando un marco que permite explorar todo tipo de tensiones y conflictos que confrontan la realidad del país.

-Con Jorge Riquelme Serrano vuelven a ejercitar el mismo sistema de Algunas bestias. ¿Esta vez el proceso fue distinto? ¿Cómo influyó que ya hubieran completado con éxito una película anterior bajo la misma lógica?
Fue diferente, porque Jorge va trabajando su metodología con más profundidad, con más rigor. Ya había una especie de texto, de principio a fin, y un viaje para los personajes y la historia. No era más fácil, pero era más rápido. Había más material para poder improvisar con mayor certeza.
-¿Era un tipo de improvisación sostenida en algo más concreto?
Sí, había una historia concreta que contar, había una anécdota, había unos personajes, había conflictos que reparar. Entonces las improvisaciones eran muy gozosas (...) Lo interesante para mí de todo esto es que un director que tiene una metodología, que tiene una poética que desarrolla, que no es fija, sino que es móvil, y que se moviliza de acuerdo a las necesidades de un texto, de una historia. Y que también da libertad a los actores. Eso también es muy importante, porque una autoría también puede ser una cárcel. Sin embargo, Jorge lo que hace es que viene con una autoría, viene con una idea, viene con un proyecto, viene con un concepto de cámara trabajado con Sergio Armstrong muy profundamente, con un diseño de sonido... En fin, con todo lo que requiere una película. Pero también con un grado de libertad no sólo en la improvisación, sino en lanzarse como actor a un desconocido absoluto. Uno siempre habla del abismo de la filmación, de que no se sabe lo que va a pasar, pero aquí realmente no se sabe lo que va a pasar, porque efectivamente tú no sabes con qué va a salir o qué te va a proponer tu compañero o compañera. Lo que aquí está prohibido es la palabra no. Aquí todo es sí y sí, abrir y abrir posibilidades. Eso, con este elenco maravilloso de actores y actrices, fue muy productivo, porque abre mundos donde ir.
-Mencionaba la idea de que la autoría puede ser una cárcel. ¿Ha vivido experiencias de ese tipo en el cine?
Sí, las he vivido desde varios lugares. La he vivido desde un “esta es mi película, aquí se dice y se hace lo que yo digo”. También la he vivido desde la discusión de género, por parte de directoras que han sido muy violentamente feministas y que han impuesto su feminismo como una bandera a toda lucha, en la cual no hay argumentos para reivindicar otras realidades o poner en conflicto otras cosas, sino que sólo la mirada feminista. Han sido discusiones interesantes, no rotundas y no terminales.

-No han implicado una ruptura creativa.
No, pero hemos tenido discusiones importantes. No recuerdo quién era que decía que lo lindo de una estructura dramática o un argumento es que todos tengamos razón, los buenos, los malos. Para que el feminismo tenga razón de ser y sea contundente también es importante un machismo y una heteronorma que la enfrente. (Esta experiencia) también la he vivido en términos de lucha de clases, donde he llegado a filmar películas que tenían un argumento y un guión espléndido, con un enfrentamiento social de lucha de clases muy interesante, pero llegado el momento de filmar se plantea que no, que aquí hay una sola mirada que es la de la persona vulnerada y vulnerable en todos sus derechos. Tú dices, perfecto, pero sería mejor que hiciera un documental. Si no hay conflicto de miradas de mundo, de luchas de clases, sociales, políticas, de género, que es lo que hace apasionante un proyecto, y hay una sola mirada, se vuelve muy pobre.
-En ese sentido, ¿cree que a veces se tiende a simplificar la discusión?
Algunas veces sí y otras no. He tenido la suerte de trabajar en proyectos muy fecundos en ese sentido, donde efectivamente las directoras o directores han dado desarrollo a discursos muy antagónicos y hemos puesto ahí ideas muy contundentes de mundos muy diversos. Pero esa la esencia en el teatro, en la escritura, en la poesía, en la pintura, en toda la creación: entablar discursos de crisis. Eso es muy fundamental.
El mundo actoral
Alfredo Castro recuerda que conoció a Paulina Urrutia a fines de los 80 a través de Vicente Sabatini. El director de teleseries había trabajado con la actriz en Teresa de Los Andes (1989), su primer rol protagónico en televisión, y había quedado gratamente impresionado.
“Me sugirió que la conociera, que ella lo único que quería era hacer teatro. Creo que me demoré una semana en llamarla por teléfono, juntarnos, presentarle un proyecto y empezar a ensayar. A partir de ahí hicimos una carrera muy linda juntos durante varios años, hasta que ella me propuso que quería buscar otras direcciones, otras manos, otros mundos. Para mí fue muy triste, pero es una actriz tan dotada, tan virtuosa, tan maravillosa, que entendí que tenía que buscar otros caminos”.
-¿Ha podido acompañarla en este último año, desde que se conoció su diagnóstico de cáncer?
Sí. Hasta donde ella me lo permite.

-¿Qué implica eso?
Una enfermedad es algo muy privado, no es algo que uno ande promoviendo con el mundo, y ella tiene un círculo de amigos y familia en el que uno no puede llegar e irrumpir. Recuerdo que cuando trabajamos juntos en La manzana de Adán ella tuvo un evento delicado de salud. Fue muy fiera: hizo funciones igual, la acompañamos mucho y salió adelante muy bien. Ahora hemos estado en la cercanía que ella ha permitido, y yo la respeto mucho, porque una enfermedad, como te digo, no es algo que uno ande promoviendo públicamente. Es privado, son dolores muy, muy privados, y yo he respetado eso al máximo. Pero sí hemos estado muy en contacto. De hecho, me escribió hace tres días contándome un poco en qué iba su tratamiento. Yo le ofrezco mi cariño, mi protección. Lo que requiera de mí, estoy disponible para ella.
-Durante el verano Ud. concedió una entrevista en que habló sobre las teleseries actuales y la baja calidad que tendrían. A los días, en un programa de televisión, a Rodrigo Bastidas le preguntaron sobre eso y, aparte de expresar su desacuerdo, ocupó la ironía para decir que “sería bueno darle el Premio Nacional para que se quede tranquilo”. ¿Vio ese comentario?
No, no estaba en Chile.
-¿Qué le pareció?
No voy a hablar de eso porque yo no he hablado nunca en mi vida de un colega. Sólo en buenos términos, porque es muy difícil hacer lo que uno hace y comprendo lo difícil que es. Entonces no voy a entrar en esa discusión, para nada, y solamente me interesa que a mis colegas les vaya muy bien en lo que cada uno eligió hacer. Y de televisión no voy a hablar más en mi vida.
-Cada cierto tiempo le vuelven a preguntar por eso.
Es que lo que pasa es que no hay tema. Los periodistas como que no encuentran tema, creen que la televisión es lo único en este país y que alguien puede hablar solamente de televisión. Hay 20 obras de teatro maravillosas dándose en este momento en Chile, hay cinco o seis películas increíbles, hay cuatro películas chilenas afuera que les está yendo increíbles, pero no, la tele, la tele, la tele.

-Durante el último año han ocurrido un par de hitos que sugieren las existencia de opiniones muy heterogéneas al interior del mundo actoral. Pienso, por un lado, en la intervención de Gonzalo Valenzuela en los últimos Premios Caleuche y, por el otro, en el caso Cristián Campos. ¿Percibe que hay una suerte de fractura o fisura? ¿Siente que esa tesis es correcta?
Yo insistiría en que yo no voy a hablar de mis colegas por ningún motivo, sólo para bien. Y también en mi tesis de que esto busca ser tomado por la farándula. Me duele, porque es un tema muy doloroso. Tanto lo de Gonzalo Valenzuela y Roberto Farías en los Caleuche, como lo de Cristián y Claudia Di Girolamo. Hay gente que está sufriendo mucho, pero mucho. Yo me inclino más bien en mi solidaridad con el sufrimiento de estas personas, de todos ellos y ellas. No son temas fáciles y no quiero ser capturado por la farándula. Me parece que aquí hay un tema muy profundo de sufrimiento de personas. Me quedo ahí. Soy muy respetuoso de cosas tan privadas.
-Uno de los proyectos que filmó en 2024 fue la serie de Netflix inspirada en el caso Matute Johns. ¿Cómo reaccionó a esa propuesta?
Estuvimos filmando dos meses y un mes completo en Concepción. La serie es tremendamente respetuosa del dolor de esa familia, de la falta de justicia que tuvo esa familia. He pensado incluso en la posibilidad de que esa serie pueda permitir una nueva apertura de discusión de ese caso. El tema fue tratado con profundo respeto. Lo que más me impresionó de esto es que al lado del caso preciso había muchos otros casos, muchos de ellos todavía vigentes. Y eso es bien impresionante, porque es un país que duerme sobre restos humanos. Fue una experiencia muy potente, muy emocionante.
-Durante las filmaciones la familia se pronunció en contra del proyecto. Al final se llegó a un acuerdo para no utilizar los nombres reales. ¿Fue difícil trabajar a diario en el set y estar rodeado de esa controversia?
No. Desde el punto de vista humano, lo entendí perfectamente bien. Revivir eso me produjo una conmoción personal, y durante las filmaciones me di cuenta de que efectivamente lo que se planteaban eran cuestionamientos a la justicia y a la búsqueda de la verdad. Eso me alivió y entendí para dónde iba. Filmamos mucho en lugares públicos en Concepción y nunca hubo un ataque o un grito o mala onda de parte de la gente que miraba. Al contrario, privadamente la gente decía: qué bueno que estén tocando este tema fuerte que a toda la sociedad penquista le afectó.

-¿Cómo ha avanzado la película que dirigirá a partir de Los trabajadores de la muerte, de Diamela Eltit?
Antes de irme a Barcelona a la retrospectiva, le puse fin al guión en coescritura con Pablo Valledor, que es un exalumno mío que vive en Francia. Estoy en algo muy lindo que hacen los cineastas, pero que no hacemos la gente de teatro: dar ese proyecto a leer a gente muy cercana tuya de la cual vas a recibir una retroalimentación generosa, cariñosa, crítica, para mejorar ese guión. Estoy en esa etapa, enviándoselo a gente muy cercana para que me lo critiquen y me digan cómo mejorarlo. La escritura de guión no es lo mío; ahí fue importante Pablo Valledor, que fue un actor muy importante en Chile. Hizo La huida, la última obra con Andrés Pérez, y trabajó conmigo en Mano de obra. Se fue a vivir a Francia porque tampoco toleró más esta odiosidad cotidiana chilena.
-¿Mantiene la idea de dirigir ese proyecto?
Lo voy a dirigir. No es una idea. Ya tenemos tres coproducciones, incluyendo casas productoras de Italia y Argentina. Estamos juntando voluntades, porque hoy nadie hace una película con una sola productora. Espero realizarla cuando estén los fondos.
El mareo
Hace un año, en medio de su frenética agenda, Alfredo Castro comunicó que planeaba dejar el país en el corto plazo y radicarse en España. “Creo que mi salud mental lo vale (…) Vivir y poder ir a comprar el pan y llegar a tu casa y no sentirse lleno de odio en las calles”, indicó a El País, relatando una serie de situaciones hostiles en la vía pública.
La decisión también tenía un sustento práctico: desde hace un tiempo cuenta con un agente en España y, ante la posibilidad de cualquier casting, reunión o ceremonia, se le sugirió que era mejor estar allá antes que acá. Su plan era pasar gran parte de 2025 en el extranjero. Una idea que se terminó de consolidar hace unos meses, cuando logró su primera candidatura a los Premios Goya, en reconocimiento a su rol en Polvo serán, musical del director Carlos Marqués-Marcet que reflexiona en torno a la eutanasia. “(La nominación) reafirma mi decisión porque estoy teniendo mucho trabajo allá. Hay muchas propuestas”, sostiene ahora.

De todos modos, aunque se aleje físicamente, sigue atento a la contingencia nacional. Por ejemplo, declara su “mareo” con la conducción del gobierno del presidente Gabriel Boric y aborda su postura ante la inminente carrera presidencial.
-En ocasiones anteriores ha dicho que a este gobierno le ha tocado “duro”, porque se ha enfrentado a una derecha que, según su análisis, tiene poco interés en llegar a acuerdos. ¿Cree que el hecho de que el gobierno de Boric no haya cumplido con sus promesas de campaña en materia de cultura sólo se explica desde ahí o hay otros posibles motivos?
Mira, tras la fallida compraventa de la casa de Salvador Allende, a mí me produce un profundo mareo este gobierno. Ha habido cosas tremendamente positivas, como Copago Cero de Fonasa, las 40 horas laborales, la ley Karim... En fin, tantas cosas positivas que se han logrado en este gobierno a pesar de haber una derecha intransigente, durísima, a la cual no le interesa el bienestar de la gente de este país para nada. Sin embargo, yo estoy muy mareado con este gobierno, porque un día digo: qué bueno que hemos avanzado en lo que se ha podido. Al otro día digo: qué lástima. Errores tan garrafales, tan aficionados. Estoy mareado con tanto ir y venir, no entiendo mucho.
-Con los errores no forzados.
Pero hay responsabilidades. Uno dirige una obra y uno es responsable de lo que suceda. Yo no puedo permitir que pasen cosas de las cuales no me voy a hacer cargo después. De verdad que me tiene muy mareado, como que un día sí y un día no.

-Las precandidaturas presidenciales ya se tomaron la agenda. ¿Piensa que se puede tratar de hacer un buen último año de gobierno? ¿Eso es viable?
No lo sé. O sea, yo espero que sí, ojalá que sí. Pero actualmente todo me produce mareo. La derecha está alineada en una cuestión muy pragmática y coherente para ellos; para mí horrorosa, espantosa. La izquierda chilena me parece que está dando unos manotazos increíbles. Que Jeannette Jara, por quien sentía profunda admiración, diga que Cuba tiene un “sistema democrático distinto”... Esa es una opinión absolutamente ambigua y con las palabras no se juega. Una dictadura es una dictadura y un gobierno es o no es democrático y se acabó. No hay matices. Es como decir que Pinochet fue una especie de dictadura, fue otra dictadura. No, esto es para los dos lados. Venezuela no es un gobierno democrático y Cuba tampoco lo es. ¿Por qué China sí lo es? La derecha ataca a Cuba, ataca a Venezuela, pero no ataca a China, porque venden cerezas. O sea, hay una corrupción ideológica por todas partes. No hay dignidad en las cosas.
-Respecto a la carrera presidencial, ¿es parte de quienes piensan que es inevitable que la derecha gane la elección?
No, no creo que sea un camino corrido, pero yo creo que por primera vez voy a votar por quien yo crea, de verdad. Aunque sea el que reciba 20 votos, por ese o por esa voy a votar. No voy a votar por el mal menor, me lo prometo a mí mismo.
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