André Aciman: “Me enamoré de Roma gracias a las librerías. Iba de una librería a otra”

El reconocido escritor acaba de publicar Mi año romano (Alfaguara), la segunda parte de sus memorias donde relata su primer año viviendo en la capital de Italia durante su adolescencia. En charla con Culto, recuerda esos tiempos, cómo hasta hoy odia a uno de sus parientes, y reflexiona sobre literatura.
Mucho antes de que André Aciman se convirtiera en un escritor reconocido a nivel mundial gracias a su novela Llámame por tu nombre (2007) -llevada al cine por Luca Guadagnino y con Armie Hammer y Timothée Chalamet en los roles estelares-, fue un adolescente retraído que a los 16 años llegó desde su natal Egipto a vivir como refugiado junto a su familia a Italia. A mediados de la década de 1960, los Aciman -judíos sefardíes- fueron expulsados de Egipto debido al antisemitismo que se desencadenó en el país tras la Crisis de Suez. En ese contexto, la madre, el joven André y su hermano, llegaron a Nápoles sin el padre, quien debió quedarse en Egipto saldando unos asuntos pendientes antes de unirse al grupo.
De Nápoles, el grupo se movió a Roma. Fue el inicio de tres años viviendo en la Ciudad Eterna. Esto es lo que Aciman cuenta en la segunda parte de sus memorias, Mi año romano (Alfaguara), que ya está en las librerías chilenas, y donde aborda su primer año en la capital de Italia. Muestra su vida en condiciones precarias en un barrio popular y esperando la llegada del padre, con una madre sorda que le endilgó la responsabilidad de ser “el hombre de la casa” cuando él solo quería pasar el tiempo leyendo. Además de la aparición de un tío, Claude, quien recibió y se hizo cargo de la familia, pero cobrándole todos los gastos al padre en Egipto y criticando constantemente a los Aciman por sus costumbres y no “italianizarse”.

Vía Zoom desde su casa en Nueva York, Aciman comenta a Culto cómo fue convertirse en el hombre de la casa siendo tan joven. “Fue muy difícil porque mi madre era muy voluntariosa. Era muy inteligente, pero su enfermedad la limitaba. No podía oír nada, nada. Aun así, solía ir al mercado todos los días y básicamente se hizo amiga de todos. Con el tiempo, todos la conocían porque era encantadora, era amable, y porque la gente sentía lástima por ella, creo. Mi hermano se acostumbró por completo a Roma de inmediato. Yo me negaba a ser romano, quería seguir siendo quien era antes de irme de Egipto. Pero, claro, no se puede. Y con el tiempo, Roma se te mete bajo la piel, lo cual es bueno. Pero también tenía que ser el hombre. Y no tenía autoridad porque mi madre no iba a cederla. Era muy testaruda”.
¿Cómo ayudaba a su madre sorda?
Cuando se trataba de cualquier tipo de papeleo, y había un montón de trámites burocráticos que llenar, era yo quien estaba involucrado constantemente. Yo era quien hacía las llamadas por ella. Yo era quien básicamente llenaba todos los formularios según mi leal saber y entender. Y había que comprar lo que se conoce como carta bolata. Es decir, tiene un sello, y había que pagar por ese papel. Y si cometía un error, tenía que romperlo y hacerlo una y otra vez. Y mi madre también estaba solicitando trabajo, lo cual se estaba volviendo difícil porque no sabía hablar italiano. Y los italianos no son tan generosos con sus necesidades burocráticas. Son muy burocráticos. Así que tuve que lidiar con todo eso. Una tarea nada agradable. Pero lo hice. No me quedó más remedio.
Usted tiene 74 años. ¿Cómo fue recordar detalles que pasaron hace tanto tiempo?
Básicamente, no puedo citar lo que la gente me dijo o lo que se decían entre sí porque no recuerdo las palabras. Pero sí recuerdo el tono, el énfasis en sus voces. Y eso es lo que estaba haciendo. Tuve que seleccionar muchos episodios que me sucedieron, pero también tuve que eliminar algunos que consideraba intrascendentes o innecesarios para la historia que intentaba contar sobre mi vida en Roma durante este tiempo. Y en particular, tuve que hablar del principio, cuando odiaba Roma. Odié por completo el enamoramiento gradual de Roma.

¿Cuánto influyó ese tiempo en su vocación de escritor?
Toda mi vida supe que quería ser escritor. Creo que a los nueve o diez años ya escribía poesía. Quería ser escritor, pero no creía tener la mínima posibilidad de ser publicado. Eso nunca sucedería. Y creo que aguanté así hasta los 36 o 37 años. Nunca pensé que sería publicado. Eso nunca iba a suceder. Pero con el tiempo, escribir sobre Roma también me transportó con fuerza a mis años de adolescencia, cuando escribí una obra de teatro e intentaba escribir relatos, así que escribí mucho. Y siempre eran una imitación. Si leía a Chéjov, tenía que imitar a Chéjov. Si leía a Katherine Mansfield, imitaba a Katherine Mansfield, y así sucesivamente. Siempre imitaba a la gente. Pero, en general, me interesaba la psicología humana, y eso nunca ha cambiado. En otras palabras, no me gustaban las tramas ni la acción, me gustaba que la gente pensara en sí misma. Y con el tiempo descubrí que me gustaban los libros sin una trama real. La verdadera trama estaba en la mente de la gente, y eso me encantaba. Quizás porque ya necesitaba psicoterapia, pero bueno, ¿quién sabe?
¿Cuáles son sus sentimientos hacia su tío Claude? A veces pareciera que lo odia.
Bueno, lo odiaba, creo que nunca he dejado de odiarlo. Era un ser humano horrible, horrible. Tenía un temperamento terrible, y su temperamento iba en una dirección, como yo solía verlo, porque siempre estaba enojado. Pero luego, a veces, se volvía totalmente sentimental, algo que también quería capturar. En otras palabras, este hombre que odiaba también era capaz de llorar por la nada, por las alcachofas que mi madre había conseguido. Entonces lloraba y me daba pena. De una forma u otra, quería demostrar que no solo puedo odiar a la gente. Tengo que redimirlos de alguna manera. Si les bajas los pantalones, tienes que volver a subírselos porque necesitaba redimirlo, devolverle su dignidad. Así que, incluso si lo ataco, también veo la necesidad de convertirlo en un personaje más interesante. Y creo que resulta un personaje interesante, precisamente porque es complejo.

Roma se presenta como un personaje más en su libro. ¿Qué aspectos de la ciudad lo marcaron más?
Me enseñó a ser muy reservado, a retirarme a mi habitación y a escribir sobre mí mismo, sobre mis personajes, sobre cómo se analizan entre sí, etc. Eso me gusta. Y me gusta el retraimiento. Como te dije, no me interesaban ni la trama ni la acción. No me gusta la acción. Considero que la acción es información, no me interesa la información. Pero, por otro lado, me enamoré de Roma. ¿Cómo me enamoré? Muy sencillo. Solía ir todos los sábados al centro de la ciudad, donde estaban todas las librerías, tanto las de inglés como las de francés. Iba de una librería a otra. Me hice una especie de itinerario. Así fue como descubrí Roma: gracias a las librerías, a la biblioteca estadounidense que había en Roma, ese peregrinar me dio exactamente el tipo de Roma que me gusta: la Roma renacentista, la Roma barroca, la Roma del siglo XVIII. Me gusta la ciudad antigua.
Pero, ¿le gusta la Roma actual?
No me gusta la ciudad contemporánea, pero hay muy poco de contemporáneo en el centro de Roma. Los edificios contemporáneos están todos fuera de Roma. Así que me encanta. Y me enamoré de esa Roma. Y hoy, cuando voy a Roma, una vez al año, o incluso dos, suelo dar un paseo. ¿Qué tipo de paseo doy? Camino exactamente por donde solía caminar hace 30, 40 o 50 años. Es el mismo paseo. No me interesa nada nuevo. Me interesa lo que conozco. Y así camino por la misma calle. Y después de hacerlo dos o tres veces, me digo: “Bueno, ahora quizá debería ver la ciudad nueva”. Y me resisto a ver la nueva ciudad. Lo intento. Mis amigos me llevan a varios lugares de la ciudad, pero por lo general, me quedo en la ciudad vieja.

La nostalgia es un tema recurrente en su obra. ¿Cómo define la nostalgia y qué rol tiene en su escritura?
No sé si soy nostálgico, pero sé que hay un sentimiento dominante de pérdida, de algo que se pierde. Puedes perder una ciudad, puedes perder a un ser querido, puedes perder todo tipo de cosas: puedes perder tu idioma, puedes perder tu religión. Siempre se pierde algo en mi obra y uno se arrepiente de haberlo perdido. Sin embargo, al mismo tiempo, cuando se pierde algo, normalmente se descubre que se puede recuperar algo más, surge algo nuevo. Así que, en cierto sentido, no soy muy nostálgico, aunque, ya sabes, escribo sobre la pérdida porque he perdido muchísimas cosas. Por ejemplo, si pierdo algo, como un encendedor carísimo, algunos dirán: “¡Dios mío, perdí mi encendedor, perdí mi encendedor!”. Y yo digo: “Bueno, he perdido demasiadas cosas como para preocuparme por perder un encendedor”. No importa. Y vivo con ello. Bueno, bueno, perdí muchas cosas, renuncié a ellas o no pude llevarme cuando fui de Egipto a Roma. No pasa nada. No es para tanto.
¿Qué diferencias encuentra entre escribir ficción y escribir memorias?
Ah, son bastante compatibles. Permítame empezar diciendo que la mayor parte de mi ficción es inventada. Bueno, no hace falta decir que es ficción, es ficticia. Y cualquier parte de mi vida que haya proyectado en mi ficción, no se sabe si realmente sucedió o no. Pero mis inseguridades están por todas partes. Es un hecho. Soy muy inseguro, y por lo tanto, todos mis personajes masculinos son muy inseguros. No hay duda. Pero, al mismo tiempo, una autobiografía es algo ligeramente diferente. Puede usar, como me gusta decir, las convenciones de la ficción. Emplea los mismos recursos que la ficción usa sin inventar los hechos. Así que, como dije, aunque no recuerdo exactamente lo que decía la gente, no recuerdo lo que decían hace 50 años, pero sin duda puedo adaptar algo cercano a su voz, a su actitud, a todo. Mi tía Flora, por ejemplo, me dio muy pocas cosas que aún recuerdo que me dijera. Por ejemplo, cuando se despidió, me dijo en dos palabras: “Elígela bien”. No sé a quién se refería, pero se refería a mi futura esposa. Elígela bien. Y recuerdo esas palabras y quería plasmarlas. Pero, por otro lado, hay muchas cosas que me dijo que no recuerdo, pero creo que capté el ritmo y el tenor de lo que me decía. Así que, en general, las memorias tienen una ventaja que la ficción no tiene. La ficción siempre piensa en crear una historia, una trama. Las memorias no tienen trama. Es mi vida. Conozco los hechos. Solo tengo que relacionarlos.

¿Cree -como Stephen King- que lo más importante en una narración es la historia?
No. No es la historia. Nunca es la historia, hay quienes piensan que es la historia. Pero yo no creo que lo sea, no me interesan las historias. Me interesa más el estilo, cómo se cuenta la historia y la actitud del autor. El estilo es lo más importante. Si no tienes estilo, estás escribiendo otra cosa. No es literatura. Es otra cosa. Y nunca me interesa. En las tres primeras líneas de un libro noto enseguida si alguien tiene estilo o no.
En otro ámbito, ¿conoce a escritores chilenos?
No, la verdad es que no. Debería leer a los escritores chilenos, pero no los conozco. Normalmente, en el pasado, digamos en los últimos cinco años, rara vez he leído algo contemporáneo. Normalmente leo libros viejos. Y me gusta releer libros que he leído muchas veces. Es parte de la vida. Hace poco releí Moby Dick, de Herman Melville. Lo he vuelto a leer. Y creo que es una obra genial. También leí Pedro Páramo, de Juan Rulfo, porque todo el mundo lo leía, entonces dije: yo también tengo que leerlo. Es corto. Un alumno mío estaba escribiendo su tesis sobre ese libro, aunque no lo entendí. También El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, me gustó mucho. Es un libro precioso.

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