Babasónicos en Lollapalooza Chile 2025: un clásico de ayer y hoy

Babasónicos
Babasónicos en Lollapalooza Chile 2025: un clásico de ayer y hoy

El grupo argentino brindó un show que mezcló algunos de sus hits más reconocibles de comienzos de la primera década del siglo con algunos de sus temas más recientes. Pese a que no fue un recital espectacular, la banda tiene oficio y capacidad de seducción en el escenario.


Para los que fueron veinteañeros en la primera mitad de la década 00 y son aficionados al rock, Babasónicos no solo fue sinónimo de banda de cabecera, sino que también la música de fondo de varios momentos históricos personales como colectivos.

Como pocas bandas de esa época, los argentinos encarnaron la transgresión artística unida al buen gusto y se transformaron en uno de los nombres más sobresalientes -junto a Café Tacuba y Calle 13- del rock made in Latinoamérica.

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Tal como colegas trasandinos como Los Fabulosos Cadillacs, el grupo liderado por Adrián Dárgelos es un número habitual en Chile, con una nutrida barra que, por momentos, se asemeja a una hinchada de fútbol y siempre dispuesta a corear -aunque con mayor fuerza sus clásicos de Jessico (2001) e Infame (2003)- la mayoría de sus temas.

Su presentación en uno de los escenarios centrales de Lollapalooza cuando todavía el sol pegaba fuerte fue sólida y convincente. Con Dárgelos, siempre carismático al timón y vestido como un gaucho, los argentinos abrieron con su último single, Tajada, que concentra la imaginería reconocida del grupo: una historia romántica, de naturaleza sintética y que serpentea entre distintas direcciones estilísticas.

El público, que en su mayoría prácticamente desconocía ese nuevo tema, escuchó con respeto y, al terminar, lanzó tibios aplausos. El quiebre vino de inmediato con Fizz, un western bailable y adhesivo, que despertó al auditorio y desató una temprana algarabía.

Luego siguieron dos imperdibles temas de Infame, Sin mi Diablo e Irresponsables, y los argentinos se metieron al público en el bolsillo. Esas instancias recordaron que hubo un momento irrepetible y estelarísimo en la trayectoria de Babasónicos. Una época en que cada una de sus canciones producía fervor y fanatismo y en que la capacidad creativa musical del grupo estaba en su peak.

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Con el tiempo acotado propio de un festival -siempre con el cronómetro justo y, en su mayoría, sin bises-, la banda preparó una lista de canciones que tuvo armonía. Incluyó temas imprescindibles de su catálogo como Putita, Deléctrico y Risa y los mezcló con canciones más recientes -y no tan populares- como La Pregunta, Microdancing y Mimos son Mimos.

En ese continuo musical, como de costumbre, Dárgelos es quien carga con la responsabilidad de la tensión y la entretención musical. Sin tantos movimientos pélvicos -heredados de su héroe Sandro- como los que brindaba en sus años de juventud, pero dispuesto a ser un maestro de ceremonias capaz de llevar el pulso del show y concentrar las miradas del público, el líder todavía invoca esos recursos propiamente rockeros como la actuación seductora y el protagonismo escénico dejando que sus compañeros cumplan con su rol principal: hacer buena música.

En tiempos en que campea y reina la música urbana, las canciones de Babasónicos parecen venir de otro tiempo. Son temas que tienen groove, hechizo y romanticismo con un aura de rebeldía. Una mezcla de factores que en esta época de melodías viralizadas prácticamente no tienen cabida en los oídos más juveniles. O que, principalmente, son vistos como una rareza.

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Bajo esas circunstancias -y con un auditorio que, en promedio, alcanzaba los 40 años-, el espectáculo de los argentinos fue una especie de grandes éxitos. Para el final, dejaron algunos imperdibles como Yegua y otros de impacto menos masivo como La Pregunta y cerraron con uno de sus grandes hits: Y qué? La versión de los trasandinos 2025 no deja las mismas huellas de su mejor periodo de hace veinte años, pero sus momentos de gracia todavía impulsan buenas sensaciones y la alegría del riesgo como actitud artística. Son entretenedores natos. Una característica siempre difícil de encontrar, más allá de los años de oficio.

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