Clyo Mendoza, escritora mexicana: “Juan Rulfo es alguien a quien siento que conozco y con quien he platicado”
La poeta -Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz- publica su novela Furia, una narrativa en que vemos cómo un soldado deserta de una guerra en el desierto para ir en la búsqueda de su padre. Con una estructura fragmentada y poética, envuelve al lector en una historia donde el paisaje agreste tiene mucho que ver. En charla con Culto, desmenuza la novela y habla de la influencia de Juan Rulfo.
Las historias que escuchaba en su infancia de alguna manera sembraron el interés por la escritura en Clyo Mendoza. Oriunda de Oaxaca, México, a sus 32 años ha publicado fundamentalmente los libros de poesía Anamnesis (2016) y Silencio (2018). Ello le valió recibir el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz en 2018, siendo la escritora más joven en recibirlo. Además de haber ha obtenido la beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de su país entre 2015 y 2016.
“Creo que el germen fundamental fue la necesidad de imitar la maestría de algunas personas de mi familia, y otras personas que conocí de niña en las comunidades en las que crecí, para contar historias -comenta Mendoza a Culto-. Ojalá pudiera escribir como esas personas contaban leyendas y terribles secretos familiares, ojalá pudiera crear en quienes me lean ese mismo espanto y esa ternura”.
Ahora, desde la poesía Mendoza da el paso a la narrativa. En Chile podemos leer su novela Furia (Banda Propia), que ya ha sido publicada en España y Argentina. En sus páginas leemos cómo Juan y Lázaro, dos soldados que han peleado en una guerra que transcurre en México, deciden desertar. El desierto, alucinatorio, imponente, enorme, les hace darse cuenta que en realidad no saben por qué tomaron un arma. La visión de un niño muerto ante ambos los hace remecer y cambiar de rumbo.
Desde ahí, Juan decide buscar a su padre, un comerciante de hilos llamado Vicente Barrera, quien ha seducido mujeres y sembrado hijos en el desierto como quien desperdiga palabras al aire. Es inevitable recordar Pedro Páramo, y la búsqueda de un pater familias que parece pertenecer más al terreno de lo mitológico que de lo real. De alguna forma, Furia es una relectura del libro de Rulfo en clave siglo XXI, aunque también aborda una estructura no lineal y fragmentaria que hace partícipe al lector. Todo con una escritura poética, pero que envuelve al lector. “Mendoza desnuda la pulsión animal que se cuece y estalla entre el dolor, el miedo y el deseo alrededor de un paisaje que los aprisiona tanto como los libera”, se dijo del libro en El País, de España.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Fueron varios años de escritura y de investigación. Inicialmente quería que la novela tuviera algo algorítmico, que pudiera ser leída de atrás para adelante o que empezando en cualquier momento del libro fuera perfectamente legible. Luego quise hacer como los libros de “elige tu propia aventura” que leí de niña. Libros donde las personas lectoras pudieran elegir sus propias trayectorias de lectura y donde cada elección fuera formando una suerte de destino. Lo que más me importaba era que la historia contada no fuera infantil y predecible como en esos libros noventeros. Finalmente tuve que sacrificar esa estructura para quedarme con una trama compleja y con el nudo persistente de la psique de mis personajes.
El desierto juega un papel crucial en la novela, tanto como escenario como un personaje más. ¿Qué representa el desierto para ti y cómo influyó en la atmósfera de la historia?
El desierto es para mí un espacio casi mitológico. Además estoy inevitablemente influida por algunos pasajes de la formación católica que mi familia intentó darme y eso se me mezcló, por ejemplo, con algunas escenas de París, Texas de Wim Wenders y por otros pasajes que me impactaron en mis lecturas de muy chica, como la de Cristo en el desierto en la novela de La última tentación, de Nikos Kazantzakis, libros que cayeron en mis manos de niña por error y que leí precozmente. Pienso en los árboles sufrientes de la Divina Comedia, creo que eran los violentos contra sí mismos los que eran convertidos en esos seres incapaces de defenderse del sadismo de quienes se cruzaban con ellos. Luego, por supuesto, las leyendas de tesoros malditos del desierto de San Luis Potosí en mi país, territorios ocupados durante la conquista que fueron saqueados y luego abandonados y convertidos en pueblos fantasma. Visité esos lugares de forma devota y experimenté ahí grandes estados extáticos durante caminatas largas bajo el sol. Fueron, además, territorios de donde se intentó expulsar (y se sigue intentando) a los pueblos originarios que ahí peregrinan, especialmente al pueblo wixárika, que sigue luchando por mantener su autonomía, su nomadismo y sus rituales (en los que me adscribí en algún momento de la vida y de los que aprendí cosas que todavía, años después, sigo procesando).
El relato está en forma fragmentada, no lineal, ¿por qué la abordaste así?
Por los juegos estructurales que pretendí en un inicio. Y porque así funciona la mente de una persona enloquecida, y este libro es sobre personas que perdieron el piso, la forma más obvia para hacer que las personas lectoras entendieran ese delirio era hacerles sentir que estaban en él.
Hay un tema con la búsqueda de un padre ausente, ¿por qué te llama la atención esa temática?
Porque no hay nada más cotidiano y doloroso en América Latina que el padre ausente. Porque yo misma soy fruto de abuelos ausentes, de abuelos que se fueron a vender hilos y no volvieron, pero gracias a eso también estoy aquí, si mis abuelas hubieran tenido que cargar con sus maridos no hubieran migrado, no hubieran buscado acomodar en sus crías en mejores sitios y yo no estaría contestando esta entrevista ni dedicándome a escribir.
Vienes desde la poesía, ¿cómo ha sido pasar de escribir poesía a una novela?, ¿Qué diferencias y semejanzas encuentras?
La verdad no fue intencional ir de un lugar a otro, a final de cuentas siento que no creo en los géneros pero si tuviera que elegir, en momentos donde siento que soy yo la que pierdo el piso, cuando siento que la muerte y la locura acechan, cuando me siento frágil: son poemas los que vienen a mi mente como mantras y me salvan.
Es imposible no acordarse de Pedro Páramo al leer esta novela, ¿fue una influencia consciente al escribir?
Lo primero que conocí de Juan Rulfo fueron sus fotografías, me hicieron darme cuenta de algo que fue fundamental en mi vida y en mi escritura: el espacio rural podía ser un espacio protagonista. Tenía valor. Luego, leer la obra de Rulfo me hizo quererlo más todavía. Rulfo es, como David Lynch, alguien a quien siento que conozco y con quien he platicado, pero creo que la razón por la que nos relacionan no es por la devoción que le tengo, sino porque ambos vivimos de niños en lugares similares. Tiempo después supe que las fotos suyas que había visto no eran ni siquiera de Jalisco, el estado donde nació él, sino de Oaxaca, de donde soy yo, y que Rulfo había venido en la búsqueda de esos espacios rurales llenos de las cosas que yo también he visto y de las que quiero seguir escribiendo toda la vida.
Clyo Mendoza vendrá a Chile invitada por la Cátedra Roberto Bolaño de la Universidad Diego Portales a principios de junio.
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