
Los días contados de la crítica musical
En Chile, la escasa crítica sobreviviente en medios tradicionales, a ratos se tilda como una instancia dañina a la industria, en una demostración de entendimiento mezquino y literal de su rol. El ejercicio no redunda en encontrar todo malo, sino contextualizar un desarrollo artístico con flancos y fortalezas. Si consistiera solamente en bajar el pulgar y arriscar la nariz, sería innecesaria por monocorde y predecible.

La democratización generada por las redes sociales facilita que voces autorizadas compitan -y se confundan- con las impresiones y juicios de advenedizos que, para el grueso del público, comparten carril con las opiniones y conocimientos de profesionales. Se multiplican los videos de supuestos expertos hablando lo que sea, con la convicción de un charlatán vendiendo tónicos en el viejo oeste. A su vez, la Inteligencia Artificial complejiza y empeora el panorama. En general, la masa no cuenta con conocimientos para dirimir contenidos con vocación de gato por liebre. Si la legitimidad antes era exclusiva de la pantalla chica, hoy ese juicio se extiende a las redes. Si salió en Facebook, capaz que sea verdad.
Para el periodismo y la crítica musical en particular, el escenario se empina también por prácticas inescrupulosas. Circulan autodenominados periodistas del área que jamás pasaron por una escuela universitaria. Una cosa es escribir desde la primera persona y fanatismos personales, otra con el rigor de un título y el ejercicio profesional.
Copiar y pegar informaciones sin mayor chequeo ni acreditando fuentes, se institucionaliza incluso por medios de comunicación de renombre. La procedencia se debe explicitar. Si instancias asentadas incumplen, qué queda para el resto, cuyas nociones de ética informativa se basan en repetir sandeces asumidas y rebotadas, antes que reglas reconocidas.
La crítica intenta adaptarse a este ambiente precario, suavizando juicios en una era donde el lenguaje del área tiende a ser notoriamente más positivo. En sitios como Metacritic, un compendio en constante actualización con reseñas de videojuegos, cine, televisión y música -en ese orden-, son escasas las malas evaluaciones de álbumes. No refleja precisamente una era dorada de lanzamientos, sino más bien un acto de supervivencia de editores y periodistas intentando mantener las mejores relaciones con artistas, disqueras y productoras, cada vez más celosos de sus narrativas en pos de un mejor posicionamiento mercantil.

Esa actitud entregada y de escasa distancia también busca evitar el trolleo. Digamos cosas lindas como escudo a la metralla hater, personajes cuya ponzoña suele ofrecer la consistencia de la espuma.
En Chile, la escasa crítica sobreviviente en medios tradicionales, a ratos se tilda como una instancia dañina a la industria, en una demostración de entendimiento mezquino y literal de su rol. El ejercicio no redunda en encontrar todo malo, sino contextualizar un desarrollo artístico con flancos y fortalezas. Si consistiera solamente en bajar el pulgar y arriscar la nariz, sería innecesaria por monocorde y predecible.
Así, su credibilidad y espacio legítimo como catalizador y guía de productos culturales mediante argumentos, conocimientos específicos, trayectorias y una cuota de subjetividad, queda en vilo. Por no pisar callos y granjearse enemigos, predomina una burbuja de evaluaciones flojas y acomodaticias que nivela hacia abajo.
No solo afecta a la propia práctica ser proclive a los palmetazos de felicitaciones como una especie de paz comprada, sino que los artistas se acostumbran a un reducto acolchado ajeno a la evaluación, las lecciones, la reflexión consiguiente, y la mejora final. Si todo es aparentemente bueno y grato, nada destaca.
Cada engranaje de la industria musical posee un sentido. Necesitamos promotores entusiastas -las radios, por ejemplo- responsables de crear fervor ante las estrellas musicales. También se requiere de lectura y evaluación a resguardo de pulsiones e intereses. La condescendencia difícilmente construye escena.
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