Columna de Rodrigo González / Parthenope: Imagen Mata Relato

En la nueva película de Paolo Sorrentino (La Gran Belleza), una napolitana particularmente atractiva e inteligente (Celeste Dalla Porta) es admirada por medio mundo, pero nada de eso le basta. Se trata de un curioso, aunque fallido tributo del director a su ciudad, Nápoles.
Nápoles, la ciudad del sol y de la isla de Capri, de las barras bravas futboleras y de los contrastes sociales más imposibles. Nápoles, hogar adoptivo de Diego Armando Maradona y puerto donde nació y creció Sofía Loren, tesoro viviente de la cultura italiana. Nápoles, urbe donde también se crio Paolo Sorrentino, el realizador italiano que nunca tira por la borda una oportunidad más de filmar a su gran aldea mediterránea. Aunque sea majadero, aunque canse, aunque a veces aburra.
Bastante de todo esto tiene Parthenope, su nueva película, la más explícita acerca de Nápoles de todas cuántas ha filmado. Para empezar su título corresponde al de la sirena griega que en la Antigüedad fundó aquella ciudad, pero también así se llama nuestra protagonista, la omnipresente Parthenope di Sangro (Celeste Dalla Porta), estudiante de antropología que carga con una belleza casi preternatural y que además es la más brillante de su clase. Por si fuera poco, tiene dinero, hombres a sus pies y vive en el mejor barrio de la ciudad.

Básicamente Parthenope lo tiene todo, pero no deja de llamar la atención que mientras avanza la historia su mirada vaya tornándose cada vez más triste y su inicial sonrisa ceda a menudo a la seriedad o la melancolía. Es indudable que la tragedia anida en alguna parte de su vida y no deja de ser obvio que el director equipara las historias de Nápoles y de su protagonista.
La película posee el habitual sello de fábrica visual de Sorrentino, con largas tomas estáticas de la costa, de la ciudad, de sus barrios buenos y malos, de hombres y mujeres en la plenitud de sus vidas y también de unos cuántos vejetes decadentes y decrépitos. Hay que decir que Sorrentino se embelesa tanto con su talento fotográfico que hasta lo feo parece bello y eso está más cerca de la publicidad que del cine.

Pero, ¿Qué es lo que se cuenta acá? ¿Puede un filme sostenerse sólo con caprichos visuales y diálogos en general pomposos? ¿Tiene Sorrentino el mismo talento para filmar Nápoles que el de su admirado Federico Fellini para reflejar Roma? La respuesta es que la película probablemente más personal de su director sea quizás la más débil, sin una columna vertebral definida, lejos del poder evocativo de La Gran Belleza (2013) o Juventud (2015). No deja de ser raro considerando que el hombre es autor de sus propios guiones y tiene varias novelas publicadas y premiadas dentro y fuera de su país. Quizás el magnetismo físico de la actriz Celeste Dalla Porta le nubló por un momento la puntería y la imagen terminó por comerse la narración.
Gran parte de la historia transcurre en los años 70, época de la Italia con los estudiantes envalentonados contra el modelo del milagro económico, con Parthenope indecisa entre seguir sus estudios de antropología o, considerando que posee una armoniosa figura y rostro, dedicarse a la actuación. De entre todos los hombres que aparecen en la historia, hay sólo tres que parecen importarle: su hermano mayor Raimondo (Daniele Rienzo), el escritor estadounidense John Cheever (Gary Oldman) y el exigente profesor Marotta (Silvio Orlando).

La primera relación habla de un poco convincente caso de incesto, la segunda es una peregrina fantasía del guión y la tercera es la única que convence, en parte por la sólida interpretación del veterano Silvio Orlando. Si la afiebrada mente del realizador hubiera optado por indagar más en esta última ruta, probablemente la confundida Parthenope tendría las cosas más claras en su vida y esta película sería mucho mejor.
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