Dancing Queen: el irresistible himno de ABBA que tenía otro nombre y que fue probado en una boda
Uno de los temas mayúsculos del pop de todos los tiempos llegó el 9 de abril de 1977, hace 48 años, al número uno en Estados Unidos. El grupo sueco sabía que tenía un hit inmortal entre manos, aunque lo comprobaron con un solo gesto humano: cuando una de sus integrantes al escucharlo se largó a llorar.
Imaginemos un mundo donde la música de ABBA no era tan popular, irresistible y conmovedora: difícil.
Pero así era en la primera mitad de los 70, cuando el cuarteto sueco ya había ganado el festival de Eurovisión en 1974 con el tema Waterloo y había lanzado sus tres primeros títulos, conquistando un suceso importante, aunque no colosal, quizás golpeado por la poca relevancia que tenían los grupos de su país al lado de la hegemonía impuesta por Estados Unidos e Inglaterra.
Por lo mismo, el grupo buscaba su gran golpe hacia 1975, una era donde la industria discográfica caminaba a ritmo febril, con los grupos despachando un álbum por año y varios singles acumulados en apenas un par de meses. A mediados de 1975, dos de sus compositores, Benny Andersson y Björn Ulvaeus, cumplieron con el ejercicio habitual que realizaban cuando querían componer una nueva canción: entraban a un estudio que poseían en una pequeña cabaña de su natal Estocolmo, sólo con guitarra y piano, para imaginar desde la austeridad la posterior grandeza que por lo general adquirían sus temas.
Con ese método, trabajaron en tres tracks. El primero de ellos fue Tango, el que terminaría convertido en Fernando (vaya talento prolífico el de la dupla). La segunda pista sería Olle olle, la que nunca fue terminada.
Hubo una tercera, dejada para el final, que tenía carne de hit, pero la bautizaron con un nombre que no los convencía del todo. Como si nunca hubieran confiado en su potencial: le habían puesto Boogaloo, tal como se le llamó a ese ritmo bailable de raíces latinas que agitó los años 60 y que fue algo así como el preludio de la salsa. Por tanto, era un apelativo genérico, apenas identificable.
Para construir la melodía, los suecos también se habían basado en otra canción de la época, Rock your baby, del cantante George McRae, lanzada en 1974. Era una pista fija de esos años en las noches bailables, incluso sonó en Chile en la naciente FM de los años 70. Por timbre y por las ganas que despierta de mover el pie, se puede encontrar cierto trazo umbilical con la futura Dancing queen.
Björn Ulvaeus y Benny Andersson, además, eran unos verdaderos maestros para tomar una o varias influencias y proyectarlas en su trabajo de manera que no se sintieran como una copia.
Las primeras lágrimas
Cuando tenían la grabación lista, hicieron el primer sondeo: irían con la copia a casa de otras de las integrantes de ABBA, Frida Lyngstad, a ver qué tal su opinión, como reaccionaba ante el experimento.
No sólo funcionó de inmediato; la artista quedó tan impactada con la futura Dancing... que comenzó a llorar efusivamente. “Sabía que era absolutamente la mejor canción que Abba había hecho nunca”, aseguró en años recientes en entrevista con The Guardian.
La mesa estaba servida y el fenómeno estaba casi listo. Pero algo les hacía ruido. ¿Podía triunfar una canción llamada Boogaloo? Stig Anderson, mánager y mentor de la agrupación, no lo pensó dos veces: un nombre tan vulgar no podía rotular una obra maestra. Había que hacer un cambio urgente si querían que el temazo que tenían entre manos tuviera una repercusión mayúscula.
De ese modo, el mismo Anderson sugirió el inmortal nombre de Dancing queen. El título coincidía con su letra: la historia de una joven de 17 años que sólo busca un lugar con buena música para divertirse, para ser la “reina del baile”. Es posible que esa sencillez la haga tan mágica e impulse las inmediatas ganas de bailar y cantar, tal como le ha sucedido a las más diversas generaciones desde que fue editada el 16 de agosto de 1976.
Pero antes, el 18 de junio de ese mismo año, ABBA tuvo la oportunidad de probar el tema en un evento masivo. A ver qué tal andaba, a ver cómo funcionaba. Esa noche, fueron parte de la gala musical para celebrar el matrimonio entre el rey Carlos XVI Gustavo y Silvia Sommerlath. Se presentaron en la Ópera Real de Suecia en Estocolmo para estrenar, ante 200 personas, lo que ya era Dancing queen. El mismo grupo ha reconocido a través de los años que fue un golpe directo a la pista de baile. Nadie pudo resistirse. La primera gran prueba -aunque ya la habían testeado con anterioridad en algunos espacios de TV- estaba superada.
Dancing queen se convirtió en un himno de ABBA y en la canción pop por excelencia: melódica, bella, estremecedora, coreable, se adhiere a la memoria a la primera vez.
Su influencia ha llegado a artistas de diferentes épocas y lenguajes creativos; por ejemplo, el guitarrista Chris Stein de Blondie dijo en alguna ocasión que su canción Dreaming era un intento de hacer un hit del estilo de ABBA, tal como Dancing queen.
Elvis Costello también reveló en su momento que su clásico Oliver’s army, tiene una influencia directa del piano y teclados del éxito sueco. Hasta proyectos musicales más actuales como MGMT se han inspirado de alguna manera en el clásico de ABBA, ya que como revelaron al programa Song Exploder, compusieron su hit de este siglo Time to pretend utilizando el tempo de Dancing queen, registrado en 101 BPM.
Y hoy por hoy, corren muchas leyendas en torno a su impacto. Por ejemplo, se rumoreaba que era la canción favorita de la Reina Isabel del Reino Unido. Chris Evans, un reconocido DJ de la BBC, lo comentó en alguna transmisión de hace algunos años y, según dijo, alguna vez la monarca comentó que “siempre trato de bailar cuando suena esta canción, porque soy la Reina y me gusta bailar”.
Está claro: se trata de un tema para la inmortalidad.
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