Culto

El día en que un papa fue secuestrado por Napoleón

La noche del 5 al 6 de junio de 1809, y debido a la negativa del papa Pio VII a aceptar la anexión de los Estados Pontificios por parte de Napoleón, este mandó un grupo para que lo apresara y lo trasladara a Génova como prisionero. Fue la gota que rebalsó un vaso que venía acumulando tensiones.

El día en que un papa fue hecho prisionero por Napoleón

“¿Y yo qué hago aquí?" Seguro fue lo primero que pensó el papa Pío VII cuando le comentaron de qué trataría la ceremonia a la que había sido invitado. El domingo 2 de diciembre de 1804, Napoleón Bonaparte sería coronado como el nuevo emperador de los franceses con toda la pompa y la fastuosidad del evento, con el líder de la Iglesia Católica entre los presentes.

En una situación corriente, hubiese sido el papa quien coronaba al nuevo emperador, pero para sorpresa del obispo de Roma, fue el mismo Bonaparte quien se coronó a sí mismo. Esto le fue comunicado poco antes de la ceremonia, por lo que Pio VII debió limitarse a observar y bendecir al nuevo amo de Europa. La idea de Bonaparte era darle un mensaje: no había más poder que él en el viejo continente. “El papa Pío VII titubeaba, temiendo perder su prestigio ante los ojos del mundo católico y de los soberanos europeos. Pero también temía a Bonaparte, y esto es lo que prevaleció”; señala Albert Manfred en su libro Napoleón Bonaparte.

Es que gracias a los triunfos en el exterior ante las otras potencias, y a la consolidación de la República en Francia, en 1804 el corso parecía invencible. De hecho, en el célebre cuadro que Jacques-Louis David pintó para inmortalizar el evento, el pontífice aparece justo detrás de Napoleón, con rostro adusto, serio. El papa tomó nota: al frente había un cazurro y ya se volverían a encontrar.

Consagración del Emperador Napoleón I y Coronación de la Emperatriz Josefina en la Catedral de Notre-Dame de París el 2 de diciembre de 1804 de Jacques-Louis David

Y no pasarían muchos años para aquello. Hacia 1809, ya se notaban las primeras grietas en el Imperio Napoleónico. Tras haber decretado el bloqueo continental de Europa para que nadie comerciara con Inglaterra, Napoleón inició una desastrosa campaña terrestre en España que en un principio iba solo contra Portugal (que se oponía al bloqueo), pero que -a su pesar- terminó convirtiéndose en una guerra patriótica ibérica contra los franceses, con sendas derrotas para la Grande Armée. Ese momento lo aprovecharon los austríacos para volver a atacar con éxito al emperador en la batalla de Aspern-Essling (22 de mayo de 1809). Como si fuera poco, en los estados alemanes aliados comenzaron a surgir levantamientos de corte nacionalista.

“La derrota de Essling, los fracasos españoles, el nacimiento de un movimiento patriótico nacional en la Alemania ocupada, ¿no significaba el comienzo del final? Muchos se hacían esta pregunta, principalmente los enemigos de Napoleón”, señala Manfred. Tras la derrota con los austríacos, inesperada, y la situación cada vez peor en España, Napoleón necesitaba un golpe de efecto.

Napoleón Bonaparte

Ahí fue cuando el corso volvió la vista a la península itálica. La verdad es que la relación entre Napoleón y el Papa Pio VII ya venía con problemas desde la coronación. El pontífice se negaba a plegarse a las disposiciones de Bonaparte, quien comenzó a interferir en los asuntos internos de la Iglesia. De hecho, en 1802, el emperador promulgó una legislación que colocaba a la iglesia francesa bajo el control total del Estado, en línea con el concordato firmado el año anterior, que si bien restablecía relaciones con la Iglesia tras la vorágine de la Revolución, el Estado francés quedaba en condiciones más ventajosas.

Pero lo que enojó a Bonaparte era que Pio VII se había negado a participar en el bloqueo continental. Ante eso, el corso le escribió: “Su Santidad es soberano de Roma, pero yo soy el emperador; todos mis enemigos han de ser los suyos”.

Retrato de Pío VII por Jacques-Louis David (1805, Museo del Louvre, París)

“Non possiamo, non dobbiamo, non vogliamo”

Por ello, poco antes de las derrotas con Austria, Napoleón decretó la anexión de los Estados Pontificios como parte del Primer Imperio Francés, el 27 de mayo de 1809. De este modo, esperaba imponerle su voluntad al papa. Pero, como en un juego de tronos, Pio VII respondió con la bula Quam memorandum, en la que, sin mencionar expresamente a Napoleón, excomulgaba “a los ladrones del patrimonio de San Pedro”. Eso ya colmó la paciencia del emperador, quien, viéndose excomulgado decidió llevar las cosas más lejos y ordenó apresar al papa.

Y así fue. En medio de la noche veraniega del 5 al 6 de junio de 1809, un grupo de efectivos franceses armados, liderados por el general Étienne Radet, llegó al Palacio del Quirinal, en Roma (donde por entonces residían los pontífices) e irrumpió en los aposentos del papa.

Arresto de Pío VII en el Quirinal durante la noche del 5 al 6 de julio de 1809. Museo Chiaramonti.

Ante la arremetida de los franceses, Pio VII ordenó a sus guardias no ofrecer resistencia. El papa se vistió de prisa y él mismo recibió a Radet. De acuerdo al National Geographic, cuando el oficial le exigió que renunciara a la soberanía sobre los Estados Pontificios y anulara la bula de excomunión sobre Napoleón, Pío VII respondió con seguridad: “Non possiamo, non dobbiamo, non vogliamo” (“No podemos, no debemos, no queremos”).

Ante la negativa, Radet ordenó que el papa fuese conducido en carruaje desde Roma en calidad de prisionero. El pontífice apenas tuvo tiempo de armar un equipaje, se fue casi con lo puesto. Eso sí, alcanzó a tomar una decisión crucial: ordenó que destruyesen su anillo del pescador, el símbolo de todos los papas, temiendo que lo usase algún usurpador y pudiese reclamar el sillón de San Pedro.

“Llama la atención la fecha de este hecho -dice Albert-. El papa fue arrestado y hecho prisionero dos semanas después de Essling. Era, pues, una especie de advertencia, por parte de Napoleón, de que nadie debía creer que el emperador de los franceses tenía miedo y ahora era conciliador: por el contrario, mostraría a todos que todavía tenía pólvora en la recámara”.

El viaje fue duro para un hombre de entonces 67 años, incluso el carruaje volcó en un recodo del camino y el pontífice terminó en el lodo. Su destino fue la ciudad de Savona, cercana a Génova, en el norte de la península. Ahí permaneció hasta que en 1812 fue trasladado a Francia, al palacio de Fontainebleau. Napoleón lo obligó a firmar un nuevo concordato del que después el papa se retractó.

Pio VII se mantuvo años como prisionero de Napoleón hasta 1814, cuando recuperó su libertad gracias a los austriacos, una vez que Bonaparte había caído. Falleció finalmente en 1823, dos años después que su antiguo enemigo muriera en la isla de Santa Elena.

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