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Francisco Casas, el regreso de la última Yegua: “Yo fui amigo de Pedro Mardones, no de Pedro Lemebel”

Desde Buenos Aires, donde reside desde 2022, el artista y escritor chileno prepara su arribo al cine con dos filmes en marcha: un documental dirigido por Joanna Reposi y la adaptación de su novela Yo, Yegua, en una coproducción chileno–argentina con Alfredo Castro en el elenco. También anuncia la primera gran retrospectiva de las Yeguas del Apocalipsis en el Museo Nacional de Bellas Artes en 2026: “Mientras yo tenga memoria, nuestra historia no se va a apagar”, dice a Culto.

Francisco Casas, el regreso de la última Yegua: “Yo fui amigo de Pedro Mardones, no de Pedro Lemebel”

Francisco Casas aparece en pantalla desde su departamento en el barrio Montserrat, en pleno centro de Buenos Aires, con la voz algo rasposa y un vaso de fernet en la mano. Sigue emocionado y eufórico, reconoce, tras pasarse largas horas en la calle, marchando junto a miles de personas hacia la Plaza de Mayo por la conmemoración del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia en Argentina.

“Jamás había visto la plaza tan llena como hoy. Ni siquiera cuando Argentina ganó el Mundial”, comenta el artista y escritor chileno. “Había una marea humana de gente joven, de cabros que ni siquiera habían nacido en la dictadura. Sin embargo, estaban ahí, con pancartas, gritando ‘Nunca más’. Y no solo por Argentina. Era ‘Nunca más’ en ninguna parte: ni en Brasil ni en Chile ni en Perú. No más fascismo, no más dictaduras. Punto”.

Casas se fotografió durante la marcha junto a una de las Abuelas de Plaza de Mayo, “una de las últimas que quedan vivas”, dice, mientras enciende el primero de varios cigarrillos. “En un momento me estaban gritando y creí que me decían ‘¡histérica!‘. En realidad, me estaban gritando: ‘¡Histórica, sos histórica!’. Yo, babosa, pensando que era un insulto. Y no, poh. Era un homenaje”, relata entre risas.

Francisco Casas

“Siempre quise vivir acá: amo la literatura y el cine argentino. Soy fan de Néstor Perlongher, de Copi, de Osvaldo Lamborghini. Esta ciudad me seduce, pero te confieso algo: por un momento dudé si quedarme. Dije: ¿qué hago acá justo ahora que está todo tan loco? Capaz que mi destino sea seguir migrando. Armé maletas toda mi vida y pensé en rajar de nuevo. Al final no me fui, pero volví a la calle. Me quedé y me puse a marchar y a protestar”.

La exdupla artística de Pedro Lemebel en las Yeguas del Apocalipsis llegó a vivir a Buenos Aires a fines de 2022. Venía de cruzar la frontera a bordo de una combi durante varias semanas desde Lima –donde vivió por más de ocho años–, pasando por el norte de Chile y luego por Valparaíso, hasta finalmente instalarse en la capital argentina. La travesía fue registrada por Joanna Reposi –periodista y directora del documental Lemebel (2019), ganador del Teddy Award en el Festival de Berlín–, quien además fue su compañera de ruta.

“Yo venía cansado del ambiente raro en Perú, con ese aire de fascismo que se respiraba antes de la caída de Pedro Castillo, y ese viaje fue un total reseteo”, recuerda Casas. Por ese entonces, el artista pensaba quedarse solo un año allí. Ya van casi tres. “Aquí me encontré con una Argentina convulsa, maravillosa y con un caos político tan pasional que a mí me encanta. Milei es un Calígula neoliberal, pero la gente le da cara. Por ahora, no me muevo de aquí, aunque no sé cuánto me dure”.

La trastienda de ese último viaje fronterizo y sobre cuatro ruedas, junto a una serie de acciones performáticas filmadas en pleno desierto y otros escenarios, son el eje central de La última Yegua, un filme que explorará, desde el ensayo visual, la biografía del artista nacido en Santiago en 1959.

El relato abarca desde su paso por la carrera de Literatura en la Universidad de Chile, el temprano vínculo con el teatro y la performance, y la irrupción de Las Yeguas del Apocalipsis en los años 80. También se concentra en el trabajo posterior y en solitario del artista tras su distanciamiento de Lemebel, además de su vida errante por distintos países de Latinoamérica en los últimos veinte años.

“Es una especie de road movie travesti en la que cruzo medio continente en esa combi oxidada, y también parte de mi vida. Pedro Lemebel iba siempre pegado en la radio y la bandera de las Yeguas flameando por la ventana”, recuerda Casas.

El artista expone su intimidad frente a la cámara: posa y duerme desnudo con su pareja, y además se interna en ocultos pasajes de su biografía, como la difícil relación que mantuvo con sus padres, quienes nunca aceptaron su ambigüedad. Las tensiones perduraron hasta el final: cuando Casas supo que su madre no quería que él la viera muerta, decidió no ir a su funeral.

“Toda mi vida fui raro. La palabra ‘homosexual’ no me quedaba bien. No me sirve”, dice en uno de los momentos del filme. Queer, como dicen ahora. Sospechosa palabra, (...) se supone que nadie es tan raro”.

La cinta profundiza también en su faceta menos explorada como autor, con títulos como Sodoma mía (1991) y Partitura (2015), además del proceso de escritura de su última novela, Hitos de frontera, publicada en 2024 por la editorial argentina Mansalva. Esta última también la escribió durante el viaje. “En Chile yo no existo como escritor”, alega Casas. “Es un ninguneo de larga data y siempre ha provenido de la misma gente y por el mismo prejuicio”.

Aún en proceso, el filme de Reposi y Solita Producciones ha postulado en dos ocasiones a fondos para su postproducción. No se ha adjudicado ninguno. “Ya está casi lista, pero no nos han pescado para terminarla”, retoma Casas.

No es, sin embargo, el único proyecto audiovisual que lo tiene entusiasmado por estos días: el artista lleva tiempo trabajando en la adaptación cinematográfica de Yo, Yegua, su novela publicada originalmente en 2004 por Editorial Planeta y reeditada casi dos décadas después por Mansalva, en 2022. Hoy, el libro está prácticamente desaparecido de las librerías.

La historia llegará ahora a la pantalla grande en una coproducción chileno–argentina encabezada por la productora local Zapik, la misma detrás de Tengo miedo torero (2020). “La novela desapareció del mapa, igual que yo. Pero volvió, y ahora la vamos a llevar en grande al cine”, dice Casas.

Las Yeguas del Apocalipsis

Con claros guiños a su propia biografía, Yo, Yegua es una autoficción que reimagina la historia de Las Yeguas del Apocalipsis a través de Dolores del Río, una performer travesti que, junto a su compañera María Félix —alter egos literarios de Casas y Lemebel—, emprende una cruzada por la bohemia artística de Santiago de mediados de los 80, aún en dictadura, y los primeros años de la transición.

Alfredo Castro encabezará el elenco y también participa como coproductor de la película, que se filmará en Buenos Aires y Santiago a fines de este año, y que además contará con la actuación de Patricia Rivadeneira.

“Ella hará de Nelly Richard. Yo espero que Alfredo quiera interpretar a Carmen Berenguer, nuestra querida poeta punk. Él puede hacerlo todo y Carmen se merece todo”, apunta Casas, quien busca darle al filme un tono de comedia negra y absurda. “Estamos afinando todavía el guion. Queremos que sea una película hilarante, hecha por un grupo de Yeguas que siguen igual o peor de maldadosas que siempre”.

Las Yeguas de vuelta al Bellas Artes: un regreso incómodo

En 1990, recién reinstalada la democracia en Chile, las Yeguas del Apocalipsis fueron invitadas a participar en Museo Abierto, una exposición colectiva organizada por el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Duraron poco: la dirección –liderada entonces por Nemesio Antúnez– censuró un video de la artista Gloria Camiruaga. Casas y Lemebel no lo dudaron y se bajaron indignados de la muestra.

La obra en cuestión era Casa Particular, documentaba la vida de un prostíbulo travesti en la calle San Camilo e incluía una recreación de La Última Cena protagonizada por performers disidentes, entre ellos las propias Yeguas. La pieza fue retirada por “contenido inapropiado”.

Casas y Lemebel, las Yeguas del Apocalipsis

“Nos retiramos en solidaridad”, recuerda Casas. “Era nuestra forma de decir: si van a censurar el arte, váyanse a la mierda. Imagínate: recién había vuelto la democracia y ¡ya nos estaban censurando otra vez!”.

Para entonces, las Yeguas ya eran conocidas por irrumpir y boicotear actos públicos, por lo explícito de su impronta y el filo de sus intervenciones. Cabalgaron desnudos por la Universidad de Chile sobre una yegua blanca en La refundación de la Universidad de Chile (1988), se colaron en mítines políticos vestidas de mujer y sobre tacones, desplegaron lienzos con consignas por los derechos homosexuales que incomodaron a derechas e izquierdas por igual, y hasta le plantaron un beso en la boca a Ricardo Lagos frente a toda la Concertación.

Pero no todo era jugarreta y escándalo. En La conquista de América (1989), una de sus acciones más brutales, el dúo bailó cueca descalzo sobre un mapa de Latinoamérica cubierto de vidrios rotos, hasta quedar con los pies ensangrentados, en una metáfora feroz sobre la violencia colonial. En paralelo, la serie fotográfica Lo que el sida se llevó los mostró encarnando a divas del cine en una instalación fúnebre, con vestidos que habían pertenecido a amigas travestis muertas por VIH.

Las obras del colectivo hoy forman parte de colecciones permanentes del Museo Reina Sofía de Madrid y el MoMA de Nueva York, y además han sido exhibidas en el MALBA de Buenos Aires. Las dos Fridas (1989), su icónica reinterpretación fotográfica de la pintura de Frida Kahlo, es una de las más conocidas. Capturada por Pedro Marinello, en la imagen aparecen Casas y Lemebel unidos por las venas.

A casi cuatro décadas de su irrupción en la escena local, las Yeguas del Apocalipsis volverán al Bellas Artes, esta vez por la puerta ancha: en 2026, el museo del Parque Forestal acogerá la primera gran retrospectiva de su obra, curada por el crítico cubano Gerardo Mosquera. La muestra saldará una deuda pendiente con uno de los colectivos fundamentales del arte contemporáneo local y uno de los primeros que alzó la voz por las comunidades LGBT.

La muestra se concreta además en un panorama global cada vez más adverso para las diversidades y disidencias sexuales: en Argentina y Estados Unidos, los gobiernos de Milei y Trump han eliminado políticas de protección a personas trans.

Para Francisco Casas, el escenario político local tampoco le es indiferente: “Yo quería hacer la muestra antes de que se fuera Boric, pero, pensándolo bien, si es con Matthei de presidenta sería más divertido. Una provocación mayor”, advierte.

Por tiempos, era imposible adelantar la muestra, explica el artista: “Con Varinia Brodsky –directora del MNBA– la habíamos pensado para este año, pero es una exposición muy grande y son muchas las obras que hay que traer desde afuera”.

Tras la muerte de Pedro Lemebel en 2015 y, más recientemente, de la poeta Carmen Berenguer —“la tercera Yegua”— en 2024, Casas asumió que era su momento y que le tocaba preservar la memoria del colectivo. Durante años se resistió a ese rol. “No pretendo convertirme en la Doris Dana de Pedro Lemebel”, decía a La Tercera en 2017. Hoy lo enfrenta de otra manera.

“Tengo casi 70 años. Pedro murió. Carmen murió. La única Yegua que queda viva soy yo, y mientras yo tenga memoria, nuestra historia no se va a apagar”, dice. “Me considero un depositario de esa memoria. Las Yeguas del Apocalipsis pusimos el cuerpo marica y travesti en la primera línea contra Pinochet, junto a las madres de los desaparecidos, junto a los artistas insurgentes. No es ego, es la verdad. Fuimos precursoras, abrimos un camino para muchos”.

“Hoy nuestras fotos están en el Reina Sofía, en el MoMA, y eso me enorgullece, pero en Chile, ¡ay, Chile! La memoria allá es frágil y selectiva, y peor. Hoy en día, en Chile la memoria histórica se está diluyendo. Se recuerda lo cómodo y se olvida todo lo demás. Y con eso, reaparece el fantasma del fascismo. Lo veo en Kast, en Milei, en lo que quedó de Bolsonaro. El único antídoto es la memoria”, dice.

-¿Cree que las nuevas generaciones valoran los espacios que abrieron Las Yeguas?

-Muchos no conocen a sus antecesores. O no les importan. Y parte de la culpa es del establishment LGBT de los 90 para adelante. Piensa en el Movilh: ellos se apropiaron del relato oficial, querían ser los gays aceptables. Nosotras nunca fuimos aceptables. Éramos muy locas, muy pobres, muy incómodas. Y así quedamos fuera de esa historia oficial, como si nunca hubiéramos existido. Pedro lo decía siempre: nos quieren borrar. Y a veces lo logran. Pero, de a poco, el tiempo también nos va devolviendo. Ahora mira no más dónde vamos a estar ahora: en el Bellas Artes.

“Hoy se habla de disidencias sexuales con orgullo, pero en los 80 ser disidente te dejaba sin apoyo, incluso de la izquierda. Nosotras lo supimos bien: repartimos besos y unas cuantas plumas, y la izquierda chilena nos echó a patadas, nos golpearon. ¡En la nueva y recuperada democracia! Entonces sí, hay una tendencia a borrar o maquillar a quienes incomodan. Y nosotros siempre incomodamos. Por maricas, por contestatarios, por ser de izquierda, pero ni la izquierda nos soportaba”.

-Usted ha preferido mantenerse al margen de las biografías y homenajes que se le han hecho a Pedro Lemebel a diez años de su muerte. ¿Por qué?

-Porque hay una “Lemebelología” que no logra captar la esencia. O tal vez no le importa. Aparecen libros, documentales, gente que no nos conoció y que ahora pontifica. Incluso hay tipos que despreciábamos y ahora se hacen pasar por expertos. ¡Patético! Hablan de Pedro Lemebel con la baba colgando, pero no saben nada de Pedro Mardones. Y cuando yo digo Pedro Mardones es para humanizarlo, para que se acuerden de que antes del personaje fabuloso había un ser humano. Lemebel fue un escritor inigualable, el mejor cronista que dio Chile en 60 años, sin duda, pero detrás suyo estaba mi amigo del alma, y yo siento que hasta hoy la gente habla sin entender que lo nuestro fue, ante todo, una historia de amor. Un amor en el sentido amplio, ¿eh?, no me malentiendas. Amor de amistad entrañable, complicidad absoluta, casi matrimonial, te diría, porque cero sexo (ríe).

-Usted remarca la diferencia entre uno y otro, entre Mardones y Lemebel. ¿Por qué?

-Yo fui amigo de Pedro Mardones, no de Pedro Lemebel. Lemebel me caía pésimo. Mi Pedro, en cambio, con sus miedos, sus risas, sus contradicciones, era todo. Nuestro vínculo fue único, y prefiero honrar eso antes que sumarme a cualquier biografía oficial que lo convierta en ícono vendible.

-Hablando de alter egos, ¿hay diferencias entre Francisco Casas y Pancho Casas?

-Pancho Casas es Francisco Casas. No hay dos. Es el mismo, con distintos trajes. Pancho es mi apodo de guerra, el nombre que me dio Pedro cuando me convirtió en su yunta artística. Pancho es la Yegua, la loca performera. Francisco es el que paga las cuentas, el que firma los contratos, pero en el fondo son inseparables. Uno no existe sin el otro. Pancho —o Pancha, como me dicen cariñosamente— vive dentro de Francisco. Y Francisco le presta el cuerpo a Pancho cada vez que hace falta. Cuando me subo al escenario con plumas y tacones, soy Pancho. Cuando voy a la feria a comprar, soy Francisco. Pero los dos comparten la misma memoria, el mismo corazón, las mismas rabias y pasiones.

-¿Ha pensado en volver a vivir en Chile?

-Nunca. Chile se está comportando como un EE.UU. de pacotilla, cada vez más xenófobo, con horror al extranjero, a los haitianos, a los venezolanos. Yo he sido migrante toda mi vida: viví en México, en Perú, ahora en Argentina. Sé lo que es tener que irse de un país y empezar de nuevo. Me pregunto: ¿cuánto se sigue queriendo en Chile al amigo cuando es forastero, como dice la canción? Yo creo que bien poco.

“La vandalización contra los venezolanos, por ejemplo, es aprovechada por la derecha —que dice ‘los trajo Piñera’— y por la izquierda —que dice ‘son delincuentes’—. Eso es nefasto. Hay niños naciendo con sus alitas rotas, como decía Lemebel, porque aunque muchos sigan refiriéndose a ellos solo como ‘los venezolanos’, son tan chilenos como tú o como yo. Esa mirada me aterroriza, me aleja de Chile. Por eso no volvería”.

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