Lollapalooza día 3: Tool llegó de otro mundo en el día de las poleras negras

El público rockero se hizo notar en la jornada final del festival a la espera del ansiado debut de la banda estadounidense, aún cuando el urbano mantuvo su presencia cada vez más extendida en el evento.
Shawn Mendes se sumergía en el público recibiendo abrazos y palmoteos cuando Tool simplemente se posesionó de uno de los escenarios centrales separados a cientos de metros, desatando su perturbadora estética y electricidad, sin esperar a que el cantante y modelo canadiense terminara su show que, por cierto, se había excedido en el minutaje respectivo.
Se escucharon pulsaciones hasta que el cuarteto descerrajó Jambi de su cuarto y último álbum 10.000 days (2019). De inmediato el sonido fue simplemente perfecto y masivo, en tanto la disposición de cada músico respondió a la ruptura de los convencionalismos propias de Tool desde sus inicios, que se remontan a fines de los 80. El guitarrista Adam Jones y el bajista Justin Chancellor separados en sus respectivas bases de trabajo; la monumental batería de Danny Carey -uno de los mejores en su instrumento en la historia del rock- desplazada ligeramente hacia un costado, mientras el vocalista Maynard James Keenan se ubicó, como siempre, en paralelo a la percusión.

Siguieron de inmediato con Stinkfist, que no solo es el primer corte del fundamental Ænima (1996), sino también la primera canción que se conoció de la banda masivamente en Chile en los días del proyecto Rock y guitarras de radio Concierto. La pieza fue acompañada del video, creación de Adam Jones, reputado especialista en efectos especiales para Hollywood. Las imágenes, grabadas en toda una generación gracias a MTV hace casi 30 años, no han perdido un ápice de efectividad con sus secuencias con esos seres con piel de arena que se aman y torturan a la vez. Tras una breve pausa continuaron con Fear inoculum y Rosetta stoned, para un show proyectado por hora y media.
Esta versión de Lollapalooza tiene dos rostros. Apenas cae la noche el festival es otro. La mayoría de los números previos pasan rápidamente a segundo plano con la irrupción de los cabezas de cartel, como si todo hubiera sido un tibio prólogo para llegar al meollo, la verdadera sustancia del cartel. En la última jornada el público respondió entusiasta cuando a las 20:00 horas aparecieron Los Tres en este nuevo capítulo de su carrera, con alineación original completa. El inmenso cariño que profesa el público por la banda que escribió algunas de las páginas más brillantes del pop rock nacional en los 90, permite soslayar que la energía no es exactamente la misma.

Los Tres siguen siendo músicos formidables, que interpretan con la gracia que permite el talento natural, pero también cunde cierta sensación de trámite, de velocidad crucero que solo fue interrumpida, vaya, por Titae que se atrevió a salir de su metro cuadrado, aleonar al público y moverse en el escenario. Ángel Parra se mantiene fiel a su verborrea guitarrera -esa misma que Álvaro Henríquez criticó ácidamente en el periodo que tuvo a otros músicos en el grupo-, y así también a ratos no todos los arranques solistas funcionaron.
Ciertamente, el público no resiente estos detalles porque las ganas de cantar y corear superan esa clase de asuntos, que provocan ganas de escuchar cuanto antes nuevas canciones del cuarteto y no el mismo setlist con hits como Hojas de té, Gato por liebre, La torre de Babel, Silencio, Olor a gas, Déjate caer, He barrido el sol y La espada y la pared, más el consabido segmento de cuecas en homenaje a Roberto Parra.

Cerrado el concierto de Los Tres con No sabes qué desperdicio tengo en el alma, la atención se trasladó al debut de Sepultura en Lolla Chile en medio de su larga despedida. Abrieron fuegos con dos andanadas irresistibles: Chaos A.D. y Territories, desatando puños en alto y pogo con bengala incluido. Los brasileños son una aplanadora eterna, aunque desde la deserción de los hermanos Cavalera arrastran la sensación de haberse convertido en una especie de banda tributo de sí mismos.

En paralelo se presentó el canadiense Shawn Mendes en su segunda visita al país tras su debut en diciembre de 2019 con dos fechas en el Movistar Arena. El modelo y cantante se maneja con el aplomo suficiente para no permitir que su belleza supere su propuesta en directo. Las comparaciones son siempre odiosas, pero Mendes es como un Harry Styles que prefiere anteponer la música y sus cualidades vocales a las ventajas de la imagen. No implica que no saque partido, pero ofrece una variedad de elementos de pop rock, balada y algo de soul con suficiente consistencia.
No todo es rock
Cuando el sol arreciaba aparecieron los nacionales Chances. Definidos como post hardcore, la propuesta es un mix donde también cabe el nü metal y el alt metal en general. Con oscilaciones guturales y melódicas de la cantante Tamara Rivas -algo chillona a ratos-, ofrecen algunas resonancias de los esquizofrénicos The Dillinger Escape Plan con un sonido ajustadísimo y contundente, envolviendo temas cortos y al mentón. El público reaccionó con pasajeros pogos, aplaudiendo la solidez del prometedor quinteto.
Acto seguido fue el turno de Turf, la veterana banda argentina formada en 1995, parte de la generación musical trasandina influenciada por el britpop. Liderados por el cantante Joaquín Levinton, persisten fieles a un rock blandito y predecible, con toques de vodevil y surf music de los 60.

En el Perry ‘s stage, que hizo el aguante durante la jornada en medio de la marea rockera en nombre del urbano, se presentó la artista nacional Kuina, el nombre artístico de Leonora Tonini Cáceres. Con varias cucharadas de autotune, Kuina es pura actitud y desplante, aún cuando comulga con el pecado recurrente del urbano, donde es regla cantar sobre una pista con la voz grabada. La licencia no parece preocupar al público del nicho. Que el artista se apoye en su propio registro -impensado en otros días- no provoca pudor.
En paralelo, en el único escenario techado -el Smart Fit- se presentaban los jamaicanos Israel Vibration & Roots Radics. Como suelen ser las bandas de reggae, muy ceñidos en sus instrumentos, cadenciosos por naturaleza, y repetitivos por genética.
Uno de los escenarios centrales acogió a Arde Bogotá, una de las bandas rock de España que ha ganado notoriedad mediante un EP y dos álbumes publicados en el último lustro. Se trata de una cofradía de tres guitarras cuyo sonido no replica lo que significa una alineación así. El referente más obvio es Héroes del Silencio y no solo por el acento, sino por su sonoridad que también refleja afición por el power pop de estadio según el mapa de Foo Fighters. Como sea, la muralla de guitarras de modelos clásicos entre Gibson SG y Fender Stratocaster no resuena como tal, hasta decantar en cierta intrascendencia.
Su compatriota Reality se presentó en el escenario dedicado al urbano con un fraseo ágil marcado por correctas aceleraciones y curvaturas, nada muy descollante, pero efectivo. Dio muchos agradecimientos por su presencia en Lollapalooza, incluyendo los encargados de la seguridad.
En el mismo escenario donde Mon Laferte arrasó la noche del sábado, fue el turno de Cancamusa con su girlie pop con delineador y reminiscencias de los 60. Partió en la batería -el puesto que ostenta en Los Bunkers- rematando el primer corte con efectivos pases y fills, para luego pasar a la guitarra. Su estética es pletórica de corazones y flores, en tanto su material recuerda ligeramente el pop chicloso y frutillón de La Oreja de Van Gogh, armado de composiciones cuadradas donde manda la melodía y su garganta entonada.

A la misma hora la escuadrilla de alta acrobacia Halcones de la Fach evolucionaba sobre el cielo de Cerrillos, tal como lo hicieron la tarde del sábado y el año pasado, contribuyendo al ambiente de fiesta y variedades de Lollapalooza que, según datos de la organización, este año convocó 80 mil personas por día. Con ese mismo ánimo, parte del público observó bailes chinos y una gigantesca marioneta representando a una astronauta que se paseó por el descampado. El calor cedió rápidamente gracias a cielos parciales y refrescante brisa, confirmando la llegada del otoño.
Paralelo a Cancamusa se presentó Lucybell, en una especie de desquite por su ausencia en el festival Rec de Concepción el pasado fin de semana. La banda, que anunció receso y una larga despedida que se concretará en octubre en el Movistar Arena, ofreció el oficio de siempre con una seguidilla de clásicos en estos 30 años de trayectoria, contando Tu sangre, Carnaval, Sembrando en el mar, Cuando respiro en tu boca y Mil caminos.
Cote Foncea se desdobló en guitarras -se hizo cargo de los decorados jazz de Mataz- y se exhibió bestial en la batería, su rúbrica. Digan lo que digan de Claudio Valenzuela -que canta como bostezando, se leyó hace unos días en redes-, se trata de una voz reconocible al instante mientras Eduardo Caces es una roca en el bajo. Como sobrevivientes de la camada rock chilena de los 90 siguen siendo inapelables.

En uno de los escenarios centrales debutó Inhaler, la banda irlandesa donde canta y toca la guitarra con oficio Elijah Hewson, el hijo de Bono. Practican un power pop grandilocuente que no se toma la molestia de disimular la influencia de U2 en un radio discográfico que se circunscribe a los tres primeros títulos de la influyente institución, Boy (1980), October (1981) y War (1983). Son tan gratos como anodinos, una sensación reiterada con distintos números en este Lollapalooza. Tienen la parada, la actitud, no así la originalidad. Cuando Elijah eleva su voz es imposible no recordar a su padre en sus años mozos, pero la marca propia es materia pendiente en Inhaler.
La misma falta de características distinguibles se extendió al británico Artemas con un rock de terminaciones electrónicas y alcances emotivos con una alineación de guitarra, teclados y batería, obviando el bajo tradicional.

La uniformidad de la tarde se vio alterada desde el frente urbano gracias al venezolano Micro TDH, que desenfunda canciones de la casilla con bases que replican el sonido orgánico de una banda. Fernando Morillo, su verdadero nombre, es realmente una excepción. No necesita ninguna clase de procesamiento en su voz. Realmente sabe cantar.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.